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Pedro Mari Sánchez: “La palabra de oro’ es una invocación a la vida en un viaje que transcurre por la oscuridad de la condición humana”

El Teatro Leal de La Laguna programa el 28 de octubre una obra, en la que el actor también asume la dramaturgia y la dirección, que dialoga con los clásicos del Siglo de Oro
Pedro Mari Sánchez. / Marián Lozano

El Teatro Leal de La Laguna recibirá el día 28 (20.30 horas) la visita de Pedro Mari Sánchez, quien se subirá al escenario para escenificar La palabra de oro. Para ser precisos, el actor no estará solo sobre las tablas del espacio escénico de Aguere. Le acompañarán los textos, las ideas, las voces de personalidades tan (re)conocidas como Cervantes, Tirso de Molina, Sor Juana Inés de la Cruz, Lope de Vega, Calderón, San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo o Guillén de Castro.

Todos ellos escribieron en el denominado Siglo de Oro español -que duró más de cien años, por cierto- y ahora vuelven a hablarnos, nunca han dejado de hacerlo, en una propuesta de teatro contemporáneo de la que Pedro Mari Sánchez es el responsable de la dramaturgia, la dirección escénica y la interpretación. Al reflexionar sobre los clásicos, Italo Calvino escribió que “sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado”. Justo para eso, para dar forma a un viaje en el que personas que vivieron hace mucho nos van guiando por lo que fuimos y seguimos siendo, se ha creado esta propuesta teatral que busca explicar la vida y explicarnos a nosotros mismos. Aunque solo sea un poco.

-La literatura clásica dialoga desde el pasado con las generaciones contemporáneas. En este caso, ¿sobre qué versa la conversación de ‘La palabra de oro’?
“Acerca de la defensa de los desfavorecidos y la lucha por la justicia. El espectáculo partió de un texto que aparece en el Quijote, cuando la pastora Marcela reivindica la libertad para hacer con su vida lo que quiera. Para vivir apartada del resto mundo, porque lo ha decidido así, y amar o no a alguien de acuerdo con su voluntad, y no por el interés que muestren los demás hacia ella. Desde ahí, lo que he construido con La palabra de oro es un mosaico con una gama de sentimientos y pasiones: el deseo, la ambición, la guerra, el miedo, la muerte, la búsqueda del yo trascendente, el abuso sobre los pobres y el abuso sexual sobre las mujeres. El espectáculo llega vivo porque no hay nada que haya mejorado sustancialmente desde entonces, porque parece que alude a hechos y comportamientos de hoy mismo”.

“La obra se ha despojado de todo lo que pudiera distraer de su contenido, que está dicho con el castellano más bello que se ha escrito nunca”

-En esta propuesta, además de actuar, asume la dramaturgia y la dirección escénica. ¿Cómo fue el proceso de creación? ¿Tenía claro desde un principio por dónde quería que transcurriera, teniendo en cuenta la gran cantidad de material, el Siglo de Oro, del que disponía?
“Sí, puede parecer un empeño inabordable. Yo lo he hecho con todo el respeto y toda la humildad, pero, al mismo tiempo, con el coraje necesario para seguir mi dictado interno. No es una selección de lo mejor de, no era esa la intención. Se trataba de encontrar un hilo: el de la invocación a la vida teniendo en cuenta esas cuestiones de las que hemos hablado. Son textos escritos en el Siglo de Oro que reflejan la enorme complejidad, belleza, riqueza y valentía con la que sus autores trataron esos temas. La violencia contra la mujer, por ejemplo, está retratada literalmente en esta obra con textos de Cervantes, de Calderón… Alrededor de todo eso he ido construyendo un viaje en medio de la oscuridad del ser humano. A partir de la cual, del miedo a la muerte, surge la búsqueda del yo trascendente. Tenemos a San Juan de la Cruz, pero también está Tirso de Molina, Guillén de Castro y un muy largo etcétera. Hay prosa, hay fragmentos de obras de teatro… Es como atravesar un enorme desierto en el que aparecen los fantasmas, las preocupaciones y los anhelos, las bajezas y los elementos luminosos del ser humano, con sus contradicciones. Es un viaje vivo. Trabajé con Susana Cantero en la selección de los textos. Contaba con una estructura inicial bastante organizada, pero, al no ser una obra de teatro al uso, ha habido que adecuar las palabras, algún verso, sin cambiar el sentido ni la intención, para facilitar el paso de un fragmento a otro y darles unidad. Ha sido una labor muy hermosa y, en el fondo, fácil, porque el espectáculo mismo te iba marcando sus necesidades”.

-Dirigir y actuar al mismo tiempo es una tarea compleja. ¿Cuáles han sido las principales directrices que le ha señalado el director al actor? ¿En qué ha consistido esa autoexigencia?
“Como actor poseo una autoexigencia elevada. En este proyecto he tenido muy en cuenta la lógica sonora de los textos. Cuando dirijo a compañeros en un montaje, siempre parto de la geografía sonora. Más allá del análisis del texto, quiero que llegue el sonido de las palabras, cómo esas palabras verbalizadas alcanzan lugares a los que no llega su significado, cómo ese sonido resulta evocador para la memoria remota. En La palabra de oro la premisa ha sido actuar siguiendo la lógica de lo que se cuenta. A partir de esa invocación a la vida aparecen el bien y el mal, el dios y el demonio, la mujer y el hombre, la pobreza y el poder. Todo esto ha influido en el teatro contemporáneo. El de Bertolt Brecht está muy inspirado en los autos sacramentales y La palabra de oro, también. En el sentido de ir mostrando comportamientos y emociones del ser humano para que el público saque sus conclusiones. He tratado de ser fiel al sentido común de los textos y a su sonoridad. Porque la sonoridad cuenta cosas que no están en el significado de las palabras. Incluso hay un momento, un pasaje de Los cabellos de Absalón, de Calderón de la Barca, donde las palabras terminan y decido cerrarlo con una abstracción: tocando unos timbales. No se me ocurrió algo más poderoso, porque es un espectáculo contemporáneo, porque la dramaturgia y la puesta en escena no contextualizan lo dicho en otra época. La palabra lo evoca todo. La obra está despojada de cualquier elemento que distraiga de lo verdaderamente importante: el contenido, plasmado a través del castellano más hermoso que se ha escrito nunca. Y lo que se dice es de una valentía y una lucidez tremendas, siglos antes de que se lograran algunas conquistas sociales”.

“Los autores del siglo de oro hablan del ser humano con una lucidez y una belleza extraordinarias”

-¿Qué oportunidades y qué desafíos conlleva subirse a un escenario en solitario?
“Estar en un escenario, acompañado o en solitario, siempre es un desafío. Aquí el reto es no tanto estar solo como darle una lógica interna a la dramaturgia. Está construida a base de fragmentos, de flashes, no posee escenas al uso… Durante la función me transformo en hombre, en mujer, en diablo, en ángel, en santo… Eso va trazando un recorrido, pero no es una estructura convencional. La mayor dificultad como intérprete está en recordar ese tránsito interno sin referencias, en un espacio prácticamente vacío, con una gasa que tiene dos o tres movimientos y sugerencias visuales, además de una luz muy cuidada. Todo es muy sutil, muy esencial, muy desnudo, para que la palabra sea la que construya las escenografías, los espacios y el carácter de la obra”.

-¿Cómo se desarrolló esa actualización textual, formal, y en qué medida esas palabras de hace 400 años funcionan como si hubiesen sido escritas ayer?
“Funcionan como si hubieran sido escritas hoy mismo. Solo se han actualizado los arcaísmos, pero no cambian ni el sentido ni las palabras. No es necesario. No hemos tocado nada que altere el sentido profundo de lo que se ha escrito, más allá de hacer posible ese tránsito que requiere la dramaturgia. Lo más maravilloso de estos textos es su cualidad de ser no ya actuales, sino eternos. No tienen tiempo. La lucidez con la que describen el comportamiento humano, las cosas buenas y malas que llevamos dentro, se revela con una precisión de cirugía de alto nivel. Y con una belleza formal extraordinaria. Es una inmersión a lo bestia en la vida, con todo lo que tiene. Es un puñetazo maravilloso, pero puñetazo al fin y al cabo”.

-Teniendo en cuenta todo esto, ¿ha llegado a evolucionar, a tomar nuevos rumbos, ‘La palabra de oro’ desde su estreno a la función más reciente?
“Es inevitable. La vida te va marcando matices que tienen que ver, sobre todo, con la respiración y la sonoridad. Una partitura está escrita en un momento específico, pero cada vez que se interpreta respira y suena diferente. Desde que estrené La palabra de oro en 2021, en el Festival Iberoamericano de Alcalá de Henares, he hecho otras cosas: rodé una película; he ensayado un espectáculo que se estrenará en diciembre, Plátanos, cacahuetes y lo que el viento se llevó; ahora hago Pan y Toros en el Teatro de la Zarzuela, una producción que está dirigida por Juan Echanove… Todo eso va calando. Tras estrenar un espectáculo, va asentándose poco a poco, coge una hondura, no premeditada, que te viene al encuentro. Quiero tener siempre en mi repertorio La palabra de oro, porque creo en el discurso que posee: la reivindicación de los desfavorecidos, la reflexión sobre nuestro comportamiento, la defensa de la mujer…”.

“Trato de ser fiel a los textos y a su sonoridad, porque la sonoridad cuenta cosas que no están en el significado de las palabras”

-Si imagináramos que los autores del Siglo de Oro vivieran en nuestra época, ¿cuáles serían sus mayores preocupaciones e intereses acerca de lo que contemplamos hoy?
“Exactamente los mismos que tenían entonces, porque la condición humana no ha cambiado. Lo ha hecho sobre todo el mundo de la comunicación, de las redes, pero el comportamiento humano no ha variado. Ha sido potenciado o disminuido por ese código de comunicación, pero la deslealtad, la mezquindad, el abuso de poder, el desprecio y el trato diferente a las personas según su sexo, su raza o su condición siguen, por desgracia, estando ahí. Los grandes temas son los mismos: las guerras, por ejemplo, no han dejado de producirse y continúan siendo un horror. En cada momento surgen circunstancias, aspectos, variaciones, pero lo esencial de la naturaleza humana permanece inmutable”.

-En este momento de su carrera artística, ¿qué nuevos desafíos le gustaría emprender?
“Muchísimos. Hacer Pan y Toros, mi primera zarzuela, mi primer trabajo lírico, es una maravilla que estoy disfrutando cada día. Eso ya es un desafío. El proyecto Excelencia de la palabra, de investigación y de formación para las personas que tienen que hablar en público, es un compromiso personal en el que intento compartir aquello que he ido aprendiendo a lo largo de los años. Hay cosas para el futuro que tienen que ver también con eso mismo y están prefigurándose. Tampoco descarto dirigir una propuesta relacionada con la música. De igual modo, me gustaría seguir escribiendo. Ahora Ana Martín-Coello y yo sacamos un libro, La palabra mágica… Todo lo que la vida me permita estar lo voy a aprovechar. No puedo estarme quieto”.

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