cultura

Cruz Sánchez: “Mi novela no es autobiográfica, pero sí he necesitado toda mi vida para contar una historia así”

En esta entrevista con DIARIO DE AVISOS, la abogada, activista y vicepresidenta de El Español ahonda en su ópera prima, 'Cazar Leones en Escocia', que, reconoce, no habría podido escribir sin todo lo que ha vivido
Cruz Sánchez de Lara, abogada, activista por los derechos humanos y vicepresidenta de El Español | SERGIO MÉNDEZ

El primer libro de la abogada, activista por los derechos humanos y vicepresidenta de El Español, Cruz Sánchez de Lara (Almería, 1972), titulado Cazar leones en Escocia (Espasa, 2022), no tiene los elementos clásicos de una ópera prima. Según confiesa en esta entrevista con DIARIO DE AVISOS, la obra es resultado de años de observar su entorno, reflexionar e, incluso, redescubrirse a sí misma. Un viaje literario que, sin referencias personales, representa una constelación de pensamientos que han rondado a la autora a lo largo de su vida, como los derechos de la mujer, el relevo generacional o el sentido de estar aquí, ahora, en este preciso instante, leyendo estas líneas y no otras.

La conversación se produce, además, en una época en que escasean respuestas para tantos interrogantes que nos invaden diariamente a raíz de hechos catastróficos como la COVID-19, el volcán de La Palma o la guerra en Ucrania. Un periodo en el que se agradecen los textos sopesados, emanados de la razón, pero con especial sensibilidad por lo frágil de la condición humana.

– ¿Qué le deben las mujeres de hoy a sus antecesoras?
“Mucho, muchísimo. Me preocupa que se nos olvide, porque cuando hablamos de liderazgo femenino parece que es algo que hemos inventado las nuevas generaciones; que somos las que hemos obtenido la posibilidad de desempeñar nuestro trabajo. Y ese liderazgo ha existido siempre en nuestro país: en las pequeñas empresas, en las casas, en las familias… Hay que mirar siempre atrás, escuchar a las personas mayores y ser agradecidas, porque si estamos hoy así es porque otras vivieron lo que les tocó”.

– Incluso con analfabetismo impuesto, por lo menos en la formación reglada…
“A mí me llama la atención el Contrato de las Maestras de 1923, que es casi una aberración, porque les hacían limpiar la escuela, barrer los suelos, ponerse vestidos largos…hasta la forma de vestir era impuesta. Un hombre solo tenía que trabajar; la mujer tenía que tener otras muchas consideraciones. Cuando dices la palabra analfabetismo a mí se me pone la piel de gallina.

El otro día leí una entrevista a Vargas Llosa y, cuando le preguntaron qué era lo más importante que había hecho en su vida, dijo que aprender a leer. Aspiro a que cada uno de nuestros lectores piense cómo sería su vida sin saber leer; que cada uno se ponga en los zapatos de quien no pudo. Ha habido muchas generaciones que han tenido que vivir así, y no poder satisfacer tus inquietudes tiene que ser durísimo. Ahora tenemos la suerte de que, mas bien, debemos aprender a gestionar toda la información que nos llega”.

– ¿Cómo ha conseguido reflejar en su obra las dificultades de la mujer para ser libre, independiente y poder progresar en un mundo tan hostil?
“Yo hablo mucho, pero aunque no lo parezca, escucho más. He escrito una novela porque me lo han pedido, nunca lo hubiera hecho por voluntad propia. Y he tenido la suerte de que me pille casi con 50 años porque he vivido. Lo que he contado es lo que he aprendido a través de la escucha: he trabajado mucho sobre el terreno con gente que sufre, y son los mejores maestros.

La gente pobre en grado extremo, que no puede comer en varios días o ve a sus hijos pasar hambre, que sufre guerras o se ve obligada a grandes desplazamientos, te enseña a perder el privilegio de quejarnos, del que abusamos con frecuencia. Lo que he hecho es contar un cuento con muchas historias que he escuchado. No es autobiográfico, pero sí he necesitado toda mi vida para contar una historia así”.

¿Qué son los días rojos?
“Los días rojos son la expresión de un genio: Truman Capote. Lo escribió en la novela por la que luego se hizo Desayuno con Diamantes. Son aquellos en los que no sabes qué te pasa. Normalmente dices tengo un día negro porque tienes un problema. Los días rojos, sin embargo, son esos en los que te sientes desgraciado, que tu vida no tiene sentido, y la mente se nubla.

Una de las cosas que he querido hacer con la novela, y creo que, según me dice la gente, he conseguido, es que personas muy distintas se sientan reflejadas. Nos une mucho más de lo que nos separa, comamos lo que comamos, vivamos donde vivamos, conduzcamos o no. El estilo de vida puede ser diferente, pero las emociones suelen ser bastante similares”.

– ¿Cuál es la mejor manera de homenajear a las mujeres que han roto el techo de cristal o se han liberado del suelo pegajoso?
“No olvidarlas. Insisto en que me preocupan muchísimo las descubridoras de todo, por eso creo que hay que visibilizar y citar a las mujeres. Estamos haciendo una sección dentro del periódico en la que publicamos citas célebres de mujeres. Lo hacemos, entre otras cosas, porque hasta en las revistas femeninas la mayoría son de hombres. Es como decía Virginia Woolf: Durante gran parte de la historia, Anónimo ha tenido nombre de mujer.

Todavía hay que visibilizar mucho más el discurso de las mujeres, sin caer en el ridículo o llevarlo al extremo. Cualquier idea llevada al extremo se vuelve un sainete. El feminismo es lo que describía Mary Wollstonecraft: No es que las mujeres tengan el poder sobre los hombres, sino que tengan poder sobre ellas mismas. Tenemos que hacer un homenaje a las mujeres que nos han precedido, y yo he intentado poner mi granito de arena”.

– Es innegable que existen algunas tendencias para llevarlo al extremo, pero, ¿cómo se alcanza un equilibrio?
“No podemos hacer de una causa común una causa propia. Quien quiera generar titulares y un espacio para sí misma, no para las demás, no está haciendo nada por que la sociedad avance. Es un poco lo que decía Madeleine Albright: Hay un lugar en el infierno para las mujeres que no apoyan a las mujeres. Las mujeres, cuando sumamos, multiplicamos, pero cuando dividimos, generamos un problema. Creo que tenemos que sumar pensando y recordando a las que han venido antes: a nuestras madres, nuestras abuelas…que a lo mejor han estado fregando en casa o cosiendo la ropa de los demás, pero no significa que no hayan contribuido en lo que somos hoy”.

– ¿Qué puede decir sobre la guerra en Ucrania?
“Ahí los medios de comunicación tenemos muchísima responsabilidad, porque la guerra empezó con un tirón informativo importantísimo y luego bajó. Tenemos que mantener la actualidad, porque estamos al borde, por lo menos, de lo que podrían ser los prolegómenos de una Tercera Guerra Mundial.

Me preocupa que ocurra como en la fábula de la rana cocida: tú tiras una rana al agua hirviendo y salta, pero si la pones en agua tibia y la calientas, se acostumbra a la temperatura y muere. Nos estamos acostumbrando a esto y no deberíamos. Estamos en manos de tiranos perturbados, si no mentales, al menos en su vanidad, con un botón. No queremos verlo porque no nos interesa, nos da miedo. Y los seres humanos tememos mucho llamar al miedo por su nombre”.

¿Qué tememos más? ¿Sentirlo o expresarlo?
“Tenemos miedo a sentirlo. Expresarlo es más fácil, porque ahora todo se expresa, por ejemplo, en redes sociales. Yo por lo menos he hecho una labor personal de descartar el autoengaño, porque creo que es una de las cosas que más daño hace a las personas. Antes, me hacía trampas a mí misma: me decía no hago esto porque no quiero, no me apetece. Cuando profundizas y te pones ante el espejo, te das cuenta de que realmente te preocupa no estar a la altura o tienes miedo porque te han hecho daño, por rencor…Hay que llamar a las cosas por su nombre”.

Parece que la guerra, entre otras cosas, nos traerá un problema climático y energético…
“Cuando estás en un medio no solo escribes y publicas. También hablas con todos los actores sociales sobre los grandes temas. Hubo una época en la que solo hablábamos de Cataluña, luego llegaron la pandemia, el volcán y la guerra. Me genera incertidumbre saber que oyes opiniones de muchísima calidad, muy formadas, pero pocas soluciones. Creo, además, que tenemos un problema grave por no prever las situaciones.

La única forma de resolver esto es no buscar el protagonismo. [Isidre] Fainé, el presidente de la Caixa, tiene puesta una placa en su despacho que dice: Un hombre llegará tan lejos como quiera siempre y cuando no le importe quién se cuelgue las medallas. Creo que aquí está mucho más deseado el podio que el resultado. Está todo el mundo intentando llenar su medallero, y la fórmula es un esfuerzo común, apartando la vanidad, que es lo que tiene el mundo patas arriba”.

¿No pecamos de lo que algunos autores llaman “optimismo tecnológico”: pensar que la tecnología nos salvará la vida?
“Claro, es que ser sostenible es caro y conlleva un trabajo de reeducación. Si estás acostumbrado a reciclar y te equivocas de bolsa, te sientes hasta culpable, pero, ¿cuánto te ha costado llegar a ese punto? Hay que trabajar un poco más en vez de esperar a que alguien nos lo solucione; poner de nuestra parte. Con esta época tan convulsa que nos ha tocado vivir también hemos aprendido que el placer rápido no es el que te da la felicidad. La vida es un recorrido muy corto y tenemos que procurar dejar el mundo lo mejor posible a los que vienen después. A mí ya no me toca, pero cuando veo a los niños pequeños digo: ¿irán a la playa cuando sean mayores, o no podrán por el calor? ¿podrán disfrutar de un vaso de agua normal del grifo, o van a tener el agua dosificada? Hemos tenido una vida buenísima y, ahora que está empeorando, nos damos cuenta”.

Con esto último, volvemos a la responsabilidad colectiva, a no borrar el pasado y, recordando lo que ha sucedido anteriormente, tomar el testigo.
“Es que, al igual que te digo que he escuchado a la gente mayor, me gusta muchísimo la gente joven. Me encanta escucharlos y conocer sus inquietudes porque creo en el relevo generacional. Creo que esa riqueza intergeneracional pasa por que nos contemos lo que hemos aprendido y nos digamos eso de ya verás cómo te pasa cuando seas mayor. Y tú piensas: Ya está la pesada esta. Ahora soy yo la que lo digo, pero hasta hace nada era la que lo escuchaba y no hacía caso. Pero es bueno que lo oigamos, porque cuando pasan 20 años y te reconoces, dices ¿Ves? No soy solo yo. También Cruz me lo dijo un día”.

Es como una visión teleológica de “queremos llegar hasta aquí”. La pregunta es cómo nos sentiremos.
“Pienso mucho en mi vejez y ese es uno de los motivos por los que escribo, porque me parece que una sociedad tan mecánica y rápida como esta nos está llevando a no pensar en el futuro. No espero ganar mucho dinero ni que me den premios ni reconocimientos; me basta con que la gente me cuente que le ha gustado el libro. Espero que los lectores me dejen seguir haciendo muchos más. Pienso en el futuro y me veo como una viejecita escribiendo mirando al mar. Me gustaría ser una viejecita escribiendo”.

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