santa cruz de tenerife

De Manhattan a Montecarlo: los años dorados de la Avenida de Anaga

La década de los 90 supuso el boom de la noche santacrucera, con una Avenida de Anaga repleta de locales a los que acudían miles de personas cada fin de semana
De Manhattan a Montecarlo: los años dorados de la Avenida de Anaga

Había que aparcar en doble o triple fila. Coger sitio, ir a la calle de La Marina, beber algo en los locales que había y luego bajar a la Avenida de Anaga, a los pubs. Otra opción era ir a cenar a Da Gigi, donde podías encontrarte con algún jugador del CD Tenerife o personajes de la vida social santacrucera, para luego ir al tasca Tosca. En los 90, la santacrucera Avenida de Anaga vivió su mejor momento, marcando el carácter de la ciudad y de toda una generación.

Para comprender la transformación de la Avenida de Anaga hay que viajar a los años 70. La construcción del edificio de Usos Múltiples I atrajo a trabajadores y vecinos a la zona que, poco a poco, se convirtió en una de las zonas preferidas de los santacruceros. Sería a finales de los años 80 cuando el ocio comenzó a tomar verdadero protagonismo. En un extremo, el Manhattan; en el otro, el Montecarlo. Entre aquellos dos locales de moda transcurrió todo.

Para poder realizar este paseo nadie mejor que Andrés Aguiar, mítico DJ y locutor de los 40 Principales que, como él mismo reconoce, nació allí: “Siempre digo que nací en la Avenida de Anaga, en 1969, porque mi abuelo era conserje. Eran edificios de clase muy acomodada y en esa época el conserje vivía en el propio edificio”.

La Avenida de Anaga siempre quiso ser un bulevar con el ocio, sobre todo nocturno, como gran protagonista. Hubo muchos locales, como el Manhattan o el Montecarlo, que siguen en la memoria chicharrera, pero, posiblemente, uno de los que provocó ese boom fue el tasca Tosca: “A finales de los 80 surgen los primeros, como el Bugatti, en cuyo local hay ahora una tasca. Tenía un público alrededor de los 40 años. Hacia la antigua parada de la guagua de San Andrés estaba el Manhattan. En el sótano tenía una pequeña pista de baile. El tasca Tosca fue un poco el revulsivo en la oferta de ocio de Santa Cruz. Se diferenciaron porque, de vez en cuando, organizaban actuaciones en directo, sobre todo de pop-rock”.

Miles de jóvenes llegaban a la zona cada fin de semana. “En la Avenida de Anaga se llegaba a aparcar harta en tercera fila y miles de jóvenes, en la zona de enfrente de los bares, en los bancos, hacían botellón. Se llegaba a aparcar en medio, en la doble raya continua. Era una locura”, recuerda Aguiar.

Antigua foto del Nooctúa

Para entender la magnitud real, Andrés rememora lo que ocurría en los estudios de los 40 Principales de aquella Cadena Ser: “Trabajaba con mi compañero Óscar Méndez. El estudio estaba justo encima de lo que era el Nooctúa Anaga y los sábados por la noche el estudio vibraba estando dos plantas por encima”.

El plan de muchos era siempre el mismo. Cenar en la pizzería Da Gigi “a primera hora” para luego encontrarse en una calle “con mucha oferta”. En aquella Avenida de Anaga, ese era otro de sus secretos, había sitio para todos: “Podías tomar algo en una terraza tranquilamente o ir a alguno de los pubs. Allí iba gente joven, pero también de más edad”.

Si pudiéramos transportarnos ahora mismo a la Avenida de Anaga de los años 90 el recorrido suena casi habitual para aquellos que lo vivieron: “Cuando cerraron el tasca Tosca abrieron el Camel. Si seguimos por la avenida en sentido a la Plaza de España nos encontramos con el Fool Company, otro local con mucho éxito. Frente a la Alameda del Duque de Santa Elena, en una explanada, se montó el primer experimento de terraza de verano en Santa Cruz: El Astillero”.

Es cierto que la proximidad de la calle de La Marina ayudaba mucho. Esa calle, curiosamente, importó a Tenerife algo que ya se veía en la Península, los vasos de litro, lo que se llamaron las litronas: “Servían esos vasos grandes, muy grandes, y vendían bonos. Por 2.000 pesetas podías beber diez copas, de ahí que aquello se llenara de gente joven”.

Eduardo Fernández Rocha, uno de los propietarios del Montecarlo, en la Avenida de Anaga

Pero aquello llegó a su fin. Pasados los años 90, aquellos dorados años 90, las quejas vecinales fueron creciendo. El ruido, no solo el de los locales, sino el de las personas que se concentraban en el exterior de los mismos, además de comportamientos incívicos, provocó el surgimiento de la plataforma Tenerife contra el ruido.

La Avenida de Anaga, tal y como se conocía a finales del siglo XX, echó el cierre quedando en el recuerdo “una época disparatada” que forma parte del imaginario colectivo de la capital tinerfeña.

El título De Manhattan a Montecarlo era la denominación de un libro que surgió de la mente del periodista y escritor Gilberto Alemán. En aquellas páginas narraría las vivencias alrededor de la Avenida de Anaga, los personajes que la habitaban y las anécdotas que contaban. Desgraciadamente el libro nunca vería la luz.

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