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Alessandro Palumbo: “La ópera no es una pieza de museo; es algo vivo que traslada emociones y nos habla a cada uno de nosotros”

El maestro italiano asume a partir del martes en el Auditorio de Tenerife la dirección musical de la ópera 'Der zwerg', del compositor austriaco Alexander von Zemlinsky
El director de orquesta Alessandro Palumbo. / Miguel Barreto

Ópera de Tenerife pone a partir de este martes en escena (y también lo hará el jueves y el sábado, cada día, desde las 19.30 horas) Der zwerg (El enano), la ópera en un acto creada por el austriaco Alexander von Zemlinsky (1872-1942), basada en el relato del escritor, poeta y dramaturgo Oscar Wilde The birthday of the infanta (El cumpleaños de la infanta). Este montaje de un título contemporáneo que recala en el Auditorio de Tenerife es una coproducción de Opéra de Lille, Opéra de Rennes, Fondation Royaumont y Théâtre de Caen.

Con dirección de escena y escenografía de Daniel Jeanneteau, el maestro italiano Alessandro Palumbo se pone al frente de la Sinfónica de Tenerife y un elenco de voces integrado por Mojca Erdmann, Mikeldi Atxalandabaso, Beatriz Díaz, Philipp Jekal, Nina Solodovnikova, Carmen Mateo, Maria Ostroukhova, Ezgi Alhuda y Sophie Burns, al que se une las del Coro Titular Ópera de Tenerife-Intermezzo.

El enano, la ópera de un compositor que vivió entre los siglos XIX y XX, al que se ha empezado a redescubrir, puede ser entendida, al igual que el cuento de Wilde, como una reflexión acerca de la belleza, la que salta a la vista y la que no, pero, especialmente, también como una fábula sobre la empatía y la ausencia de ella, de esa capacidad que podemos tener para calzarnos con los zapatos de nuestros semejantes, sobre todo cuando se trata de contemplar el sufrimiento que padecen.

En esta entrevista con DIARIO DE AVISOS, Alessandro Palumbo describe la composición de Alexander von Zemlinsky como una partitura de enorme complejidad, caracterizada por el virtuosismo que demanda tanto de los músicos como de los cantantes. Un reto que todo el elenco artístico, y también el técnico, ha asumido con un objetivo muy claro: que el público que acuda al auditorio capitalino en estas tres funciones no llegue a apreciar las costuras de ese traje y sí, pues de eso se trata, toda su belleza, por medio de las emociones que muestra.

-Un relato de Oscar Wilde que Von Zemlinsky y su libretista, George Klaren, convirtieron en ópera hace un siglo. ¿De qué nos habla, qué nos quiere trasmitir ‘Der zwerg’?
“Para mí ha sido un descubrimiento. Es una partitura muy comunicativa. Habla de lo diverso, de lo diferente. Los estudiosos de la vida de Von Zemlinsky dicen que es una ópera autobiográfica en muchos sentidos. Él poseía unos rasgos físicos no muy agradables y, parece ser, que en su vida sufrió por esta circunstancia. En su relación con Alma Schindler, la futura esposa de Gustav Mahler, se sintió rechazado. Dicen que lo trató muy mal y le llegó a decir que no quería estar con él. Von Zemlinsky sufrió tanto por esta separación que cuando George Klaren le envió la propuesta de hacer una ópera protagonizada por el enano del relato de Oscar Wilde, que tiene precisamente ese argumento, el de una mujer que rechaza a un hombre por su fealdad, porque no lo ve como un ser humano, se reconoció en esa historia. Compuso la música en muy poco tiempo, entre 1919 y 1921, para la complejidad que presenta esta partitura. Por esa naturaleza autobiográfica, creo que es una composición muy comunicativa, que nos habla a todos. Nos hace ver cómo, en ocasiones, no solo las personas tomadas individualmente, sino la misma sociedad, podemos ser indiferentes al sufrimiento de un semejante. Incluso hasta el punto de no verle como un ser humano. Esta ópera nos interpela. La partitura está escrita de una manera extremadamente compleja, requiere del virtuosismo de los músicos de la orquesta y de los cantantes. Sin embargo, esa complejidad, si se trabaja bien, al final se convierte en algo muy natural. Quien escucha la música no la percibe, sino que capta las muchas emociones que transmite”.

“Nuestro objetivo es que no se perciba la gran complejidad de la partitura de ‘Der zwerg’ y sí todo lo que transmite”

-¿Es muy distinto abordar una ópera de repertorio, con muchas lecturas y referencias, a encarar una contemporánea, no tan representada?
“Ópera de Tenerife ha sido valiente al programar un título como este. Me gustaría que eso lo hicieran todos los teatros del mundo. La ópera ha sido y sigue siendo algo vivo, no es una pieza de museo, sino un espectáculo que transmite emociones. Escenificar óperas creadas por compositores muy próximos a nosotros en el tiempo es importante, porque nos hablan de una forma muy directa, con un lenguaje muy cercano. Por otra parte, a mí, como músico, estudiar y escenificar una ópera moderna me aporta más libertad. Si ahora estuviésemos preparando una Traviata, una Bohème, contaríamos con una gran tradición de representaciones y cargaríamos con todo ese peso, que es fantástico, obviamente. Pero en casos como el de Der zwerg, de la que apenas existe un par de grabaciones, disponemos de muchísima más libertad. Mientras estudiaba la partitura, me sentía muy libre, justo porque casi no contaba con ninguna referencia que me pudiese orientar”.

-¿Cómo es ese trabajo previo, con la orquesta, los solistas y el coro, a la representación?
“Está siendo muy creativo. Con las notas que nos ha dejado Alexander von Zemlinsky, y sin tener esa gran cantidad de referencias de las que hablaba, cada uno de nosotros participa en la creación de cada frase musical. Por ejemplo, construimos el personaje de la infanta a partir de las características de la soprano Mojca Erdmann, o también trabajamos en cómo el tenor Mikeldi Atxalandabaso puede crear el personaje del enano. Está siendo un proceso muy creativo, y también muy divertido. Lo mismo ocurre con la orquesta. Estamos ante una partitura virtuosística. Muy diferente, por ejemplo, a la de una ópera italiana, que nace de la simplicidad de la escritura musical para convertirse en algo muy comunicativo, muy expresivo, muy dramático. Aquí es al revés. La música alemana, austriaca en este caso, nace de la complejidad y nuestra tarea consiste, en gran medida, en simplificar, para que luego, quien la escucha, no perciba ese carácter complejo”.

-La ópera es un espectáculo total, en ella confluyen la música, el teatro, el arte escénico y, en ocasiones, hasta la coreografía. ¿Cómo asume su función de director musical, qué objetivos se marca cuando afronta un título operístico?
“Es una gran responsabilidad. También es un reto muy bello. Cuando subo al podio soy consciente de que no solo se trata de mover la batuta, sino que a partir de ese gesto, de ese movimiento, se levanta el telón, los técnicos de la escenografía tienen que plantear una cierta escena, se debe crear una iluminación específica en el escenario, los distintos personajes han de afrontar un fragmento determinado de la obra, los músicos tocan y los cantantes cantan… A partir de ese movimiento de batuta, de ese símbolo, se va creando todo lo que conlleva escenificar una ópera. Así que hay mucho de responsabilidad, y, especialmente, de emoción. Al margen de que detrás hay un intenso trabajo”.

“Cuando subo al podio, sé que no se trata solo de mover la batuta; a partir de ese gesto todo comienza a crearse”

-¿Y qué aprende y qué trata de transmitir Alessandro Palumbo en ese diálogo con la orquesta y los cantantes?
“Hacer ópera es en esencia un trabajo en equipo. Y esto, para un director freelancer como yo, representa siempre un aprendizaje. En cada ocasión, en cada teatro en el que trabajo, en cada ópera que dirijo, conozco a nuevos músicos, nuevos cantantes, nuevos técnicos… A muchísimas personas con las que siempre aprendo. Hacer ópera es transmitir emociones a un público y, en el plano personal, significa crecer. Después de cada producción, he madurado como persona y como director musical”.

-¿Cómo invitaría a los jóvenes a acercarse a este tipo de propuestas artísticas que quizás de antemano consideran muy alejadas de sus preferencias?
“Si, por ejemplo, veo una película, no se trata solo de contemplar un film de Stanley Kubrick de los años 70, o si voy al cine, no solo acudo para ver Matrix o una de la saga de El señor de los anillos. Lo hago, sobre todo, para que me sorprendan, para contemplar algo que no he visto hasta ahora. A mí me gustaría que los jóvenes acudiesen a un teatro, a un auditorio, con esa idea en la cabeza: con la de ver algo que se desconoce y con el deseo de que le sorprendan. Y luego, claro, puede gustarnos o no. Y, además, tiene que ser así. Por eso quisiera invitarles a que vengan a una ópera, experimenten la contemplación de ese espectáculo y, a partir de ahí, decidan si les agrada o no. Estoy seguro de que algunos se quedarán encantados, justo por esa característica de ser una obra de arte total, una gesamtkunstwerk, como la definía Richard Wagner. Tiene música, tiene canto, hay escenografía, hay ballet… Luego también está lo diferente que es con respecto a la música pop, que a mí me encanta, por cierto. He crecido escuchando a Queen, a Pink Floyd y a otros muchos grupos… Lo habitual es que esas composiciones no vayan más allá de los cinco minutos de duración, un tiempo en el que las emociones se transmiten de una forma muy rápida, muy directa, y el ritmo tiende a ser siempre el mismo. De la ópera, de la música clásica, lo que me encanta es que a cada segundo todo cambia, según van variando las emociones que transmiten los músicos y los personajes. Eso la acerca al arte cinematográfico, que también se va transformando a cada instante. Por esa razón, las emociones que transmite la ópera son más amplias que en una canción de pop o de rock. Y con esto no quiero decir que cualquiera de esos temas valga menos”.

“Con cada teatro, con cada ópera que dirijo, con cada artista y cada técnico que trabajo no dejo de aprender”

-¿Se ha logrado desterrar ese prejuicio que concibe a la música académica como un espacio para minorías o aún queda camino?
“Quedan por abatir varios muros, que responden, simplemente, a los prejuicios. La música clásica requiere una atención muy especial. En mi caso en concreto, que me dedico a ella, no puedo sintonizar la radio y ponerla como música de fondo. Es tan intensa que precisa toda mi atención. De lo que se trata, en definitiva, es de superar ese prejuicio. Si vamos a un teatro o a una sala de conciertos, lo único que se nos demanda es que estemos atentos a la música. Luego puede gustarnos más o menos, eso a mí no me preocupa, ese no es el problema. La cuestión es que pongamos de nuestra parte al escucharla, pues de lo contrario no nos llegará, no la disfrutaremos y al final diremos: ‘¡Buf, qué aburrimiento!’. Sería algo parecido a escuchar un discurso muy intenso, muy interesante que pronuncia alguien, pero sin prestarle atención, con lo que nos preguntaríamos: ‘¿De qué está hablando? ¿Por qué habla tanto?”.

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