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Del cielo de Canarias a la Nube de Perseo

El IAC, que indaga en los ‘ladrillos de la vida’ en el espacio y lanzará un satélite en el año 2024, ha tenido admiradores como Neil Armstrong y Stephen Hawking, e iba a ser sede del mayor telescopio del mundo por empeño personal de Vladímir Putin
Rafael Rebolo, director del IAC, guía a Stephen Hawking por las instalaciones del instituto durante su visita a la Isla en 2014 para asistir al Festival Starmus.

Dos noticias simultáneas han puesto una especie de guinda estos días a la talla científica del Instituto de Astrofísica de Canarias a lo largo de medio siglo de existencia, en el que ha ido cubriendo etapas y sorteando obstáculos hasta consolidar un prestigio internacional que lo convierte, sin duda, en uno de los máximos exponentes de la ciencia en Canarias, España y Europa.

Ambos hallazgos cobraron de inmediato una gran repercusión: el descubrimiento de moléculas precursoras de la vida en la Nube de Perseo y las imágenes de alta resolución de Drago-2, una cámara espacial infrarroja creada por el centro lagunero, que orbita desde enero alrededor de la Tierra y que dará paso en 2024 al primer satélite canario propiamente dicho.

Estas dos perlas y otras recientes que han ido dándose a conocer invitan a subrayar el significado de un sueño surgido a mediados del siglo pasado a partir de la creación del Observatorio del Teide. A punto de cumplir, en 2025, una edad redonda, 50 años, el IAC es fruto -doy fe de ello- de una convicción inexpugnable de Francisco Sánchez, que se vio coronada con el acuerdo de construcción del mayor telescopio óptico-infrarrojo del mundo, el Grantecan, antes de que expirara el siglo XX. Su primera luz fue emitida en el Roque de los Muchachos (La Palma) en la madrugada del 13 al 14 de julio de 2009.

Fue la puerta por la que Canarias entró en la Gran Ciencia, con su espejo de 10,4 metros de diámetro, considerada una potente máquina de datos científicos en la frontera de la Astronomía observacional del planeta. Sin duda, todo un orgullo para la ciencia de este país, que recibió la visita de la historia cuando un día puso un pie en el telescopio palmero Neil Armstrong, el mítico astronauta que había sido el primer ser humano en pisar la Luna, el 21 de julio de 1969.

La travesía del IAC es producto de una travesura. Adolfo Suárez visitaba las Islas en los albores de la Transición y Francisco Sánchez siempre nos recordaba su osadía en la recepción con el presidente del Gobierno de la democracia. Suárez enumeró las principales inversiones para el Archipiélago que afrontaba el último cuarto de siglo bajo un innegable déficit de infraestructuras. Por eso todas sus previsiones se focalizaban en la construcción de carreteras.

Pero el joven científico toledano, que fue el primer catedrático de Astrofísica de la universidad española, captado por la isla como un fichaje estelar, y que se había enamorado del cielo del Teide, interrumpió al presidente del Gobierno y le reprochó que se olvidara de invertir en el Observatorio del volcán. Suárez lo escuchó perplejo, pero, sin embargo, le dio la razón y entonó el mea culpa.

El ‘quid’ de Chile y el ojo de Putin

Aquel día, Sánchez ganó una de tantas batallas que tuvo que lidiar con la Administración centralista, con los celos de la cúpula científica del país y con las propias instituciones astrofísicas de Europa. Su única decepción fue ver escapar en 2010 el Telescopio Europeo Extremadamente Grande hacia el Cerro Armazones, en Chile, en detrimento de La Palma.

Corrían rumores de que a los investigadores españoles, un lobby con ascendencia ministerial, les decantaba la idea de cruzar el Atlántico y la remuneración extra por tal concepto.

De resto, la del IAC ha sido una historia de hitos y éxitos, que en los últimos diez años, Rafael Rebolo, el director que tomó el testigo de manos de Sánchez en 2013 -ya hace un decenio-, ha catapultado hasta metas insospechadas. Valga recordar algo que con el paso de tan solo unos pocos años parece haberse olvidado: que Rusia anunció en 2014 a una delegación canaria desplazada a Moscú su intención de construir en las Islas el mayor telescopio del mundo, de 60 metros de diámetro. La iniciativa fue comunicada por el rector de la Universidad moscovita y más tarde se supo que era un empeño personal del presidente del país, Vladímir Putin, que había puesto el ojo en las Islas, como Rebolo confirmó a DIARIO DE AVISOS. Circunstancias posteriores, entre ellas nada menos que la guerra en Ucrania, han enfriado un proyecto de tal envergadura, pero quede constancia de ello por si la historia, como tantas veces ocurre, da vueltas y la idea vuelve a su punto de origen.

Rebolo acogió ese año, 2014, en la sede lagunera del IAC a Stephen Hawking, estrella del Festival Starmus en la isla. Recuerdo la mirada escrutadora del célebre físico teórico, vestido impecablemente para la ocasión, con motivo de su visita a un lugar donde esperaba hallar respuestas a algunas de sus preguntas favoritas sobre las huellas prehistóricas del Big Bang y la detección de agujeros negros. El propio Rebolo (que, como Francisco Sánchez, es Premio Taburiente de la Fundación DIARIO DE AVISOS) había aportado indicios inéditos sobre los primeros vestigios de la gran explosión cósmica. Hawking se sintió en casa, en su Cambridge lagunero, y acto seguido propuso venir los veranos a la isla para investigar al abrigo del IAC, lo que inspiró la idea de un centro con su nombre, que se vio frustrado con su muerte.

El carisma del cielo de las Islas fue redescubierto por Sánchez, siguiendo las huellas del astrónomo real escocés Charles Piazzi Smyth, que durante un viaje de luna de miel, en el verano de 1856, había realizado observaciones en el Teide con un fino telescopio ecuatorial, sentando las bases del futuro Observatorio Norte Europeo. Sánchez nos contó a Martín Rivero y a mí en el curso de una biografía por encargo de una editorial nacional que también él se dirigió al Teide en los años 60, en su luna de miel, y finalmente se quedó a trabajar y vivir con su mujer en una casa junto al volcán en la que nacieron sus hijos desafiando el frío, la nieve y el granizo.

Un contrato sobre el cielo

La historia de la Astronomía en España es fruto de un viaje de la ciencia desde las islas a la Península, un acto de exportación del conocimiento avanzado desde Tenerife y La Palma gracias a pioneros con nombres y apellidos. Curiosamente, antes de que Canarias gozara de Autonomía, la Universidad de La Laguna, a mediados de los años 70, se lanza a crear un organismo de esta naturaleza, que pronto cierra acuerdos con Dinamarca, Suecia y Reino Unido, y logra traer modernos telescopios para promover una fábrica de hacer ciencia aún en pañales en España.

Sánchez ideó una fórmula que fue el secreto de un éxito sin desembolso: la cesión del cielo era la parte del trato que aportaba el IAC a los países socios que corrían con la inversión necesaria y, a cambio, los científicos locales del instituto obtenían un porcentaje del tiempo de observación de los telescopios. Dicho sea de memoria, creo recordar que el 20% del tiempo total de observación se quedaba en casa. Un chollo.

Aquella veloz carrera desde Tenerife contra las posibles zancadillas del centralismo aún arraigado en los ministerios de Madrid vivió su década decisiva en los años 80. En el 82, el Congreso de los Diputados dio luz verde al IAC como consorcio público constituido por la Administración del Estado, la Comunidad Autónoma de Canarias, la Universidad de La Laguna y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y en el 85, una pléyade de reyes y reinas, jefes de Estado y ministros de una decena de países europeos se dio cita en nuestra tierra para inaugurar los observatorios del IAC en Tenerife y La Palma. Fue una puesta de gala que pasó a la historia con membrete dorado.

Las moléculas prebióticas descubiertas ahora en la Nube de Perseo por las investigadoras Susana Iglesias-Groth (IAC) y Martina Marin-Dobrincic (Universidad Politécnica de Cartagena), en una de las regiones más próximas al Sistema Solar, fueron en su día esenciales para que la Tierra acabara siendo habitada por los seres humanos, lo cual despierta conjeturas oníricas hasta ahora de la ciencia de la vida en otros planetas, a las que contribuirá ahora el potente telescopio espacial James Webb, que tan acostumbrados nos tiene a dejarnos boquiabiertos con sus scoops.

El IAC sigue dando saltos considerables como el que entraña el inminente lanzamiento del Alisio 1, el primer satélite canario, tras la difusión de las imágenes captadas desde 500 kilómetros de altura por la citada cámara infrarroja espacial Drago-2 de IACTEC, que voló al espacio en enero desde Cabo Cañaveral propulsada por un cohete Falcon 9 de Space X, la empresa de Elon Musk. Entre sus primeros resultados, fue testigo de incendios en Mali y obtuvo imágenes con gran nitidez de Turkmenistan, la India, Australia y Bangladesh. El nuevo artilugio será capaz de detectar, dicen los expertos, “hasta guaguas y furgonetas”.

“Es el sueño de mi vida”

Ya nadie discute fuera de las Islas que el cielo de Canarias es un ejemplar único en el planeta. Este año se cumplen 35 años de la aprobación en las Cortes de la Ley sobre la Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del IAC. Y en febrero próximo será el 30 aniversario de la Declaración de La Laguna, donde la preservación del cielo, a instancias de Francisco Sánchez, quedó recogido en el documento impulsado por el comandante Jacques Cousteau, en su propuesta de Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Generaciones Futuras, que reunió en Aguere al célebre divulgador marino con Federico Mayor Zaragoza, Mario Soares y científicos, políticos y profesores universitarios, acogidos por la entonces rectora de la Universidad de La Laguna, Marisa Tejedor, en colaboración con la Unesco y la Fundación Cousteau.

“Es el sueño de mi vida hecho realidad”, me confesó aquellos días el legendario explorador y biólogo marino, toda una leyenda tras sus apariciones televisivas en documentales inolvidables a bordo de su buque Calypso. Tras no ser escuchado en distintos foros a los que había acudido, solo encontró eco y amparo a su cruzada particular en esta isla que sabía muy bien interpretar sueños como el de Cousteau.

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