Por Roberto Méndez. Aunque la dieta equilibrada y la actividad física siguen viéndose como los pilares básicos de la salud, la realidad es que hay muchos otros, a veces olvidados en la vorágine informativa en la que vivimos. Control del estrés, exposición solar, socialización o dormir adecuadamente serían solo algunos de ellos.
Respecto a este último, se sabe que dormir muy poco —o demasiado— se relaciona con una menor esperanza de vida. No es posible recuperar sueño a costa de dormir más otros días. Sin embargo, según una reciente investigación publicada en la European Journal of Preventive Cardiology, habría un modo para compensarlo: la actividad física.
Hay que puntualizar que esto no es un llamamiento a realizar más actividad física a cambio de dormir menos. Más bien significa que un hábito podría compensar parcialmente el riesgo de mortalidad prematura asociado al otro. Así lo explican los investigadores tras analizar una muestra de más de 90.000 adultos. Como comenta Jihui Zhang, del Affiliated Brain Hospital de la Universidad Médica de Guangzhou (China) y uno de los autores del trabajo, “el estudio mostró que el aumento de los niveles de actividad física debilitó los riesgos de mortalidad asociados con una corta o larga duración del sueño”.
Tanto unos buenos niveles de actividad física como un nivel de sueño adecuado contribuyen a prolongar la esperanza de vida. Sin embargo, hasta el momento, no quedaba claro cómo la actividad física interactúa con la duración del sueño para promover la salud.
En estudios previos se habían dado limitaciones para averiguarlo, como la dificultad para medir claramente los niveles de actividad física y sueño, dado que solían ser autoinformados por los participantes, lo que provocaba errores y sesgos por inexactitud de los datos. Esto se ha resuelto empleando un dispositivo con acelerómetro, que registra el movimiento de quien lo porta y proporciona estimaciones objetivas y más fiables tanto de la actividad como de la duración del sueño.
Para la realización del trabajo, se emplearon datos de adultos de 40 a 73 años de edad que constaban en el Biobanco de Reino Unido. Todos usaron una pulsera de actividad física con acelerómetro durante una semana entre 2013 y 2015 y se siguió a todos los participantes una media de siete años.
Las clasificaciones
Se clasificó la duración del sueño como corta (seis horas), normal (de seis a ocho horas) y larga (más de ocho horas). Por su parte, el volumen de actividad física se dividió en terciles: bajo, intermedio y alto. Mientras, la intensidad de la actividad física moderada o intensa se objetivó según las pautas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Asimismo, se obtuvieron datos de mortalidad gracias a registros de defunción. Se tuvieron en cuenta tanto la mortalidad por cualquier causa, como la mortalidad por enfermedad cardiovascular y mortalidad por cáncer de forma más específica. Tras el seguimiento, fallecieron 3.080 participantes, 1.074 de ellos por enfermedad cardiovascular y 1.871 por cáncer.
Los participantes con cantidades bajas de actividad física y sueño corto o demasiado largo tenían hasta un 16% y un 37% más riesgo de mortalidad por cualquier causa, respectivamente. En los participantes con cantidades intermedias de actividad, solo el sueño corto había sido perjudicial, con un aumento del 41%. Finalmente, en aquellos participantes con una cantidad elevada de actividad, la duración del sueño no se relacionó con un aumento de mortalidad.
Cáncer y problemas cardiovasculares
Respecto a la mortalidad por causa cardiovascular, un sueño corto y un bajo volumen de ejercicio daba lugar a un aumento del riesgo de mortalidad del 69%, el cual desaparecía con una cantidad moderada o elevada de actividad. En cuanto a la mortalidad por cáncer, un sueño largo y un bajo volumen de ejercicio daba lugar a un aumento del riesgo de mortalidad del 21%, el cual desaparecía con una cantidad moderada o elevada de actividad.
Los resultados fueron similares en cuanto a intensidad de la actividad física, ya fuese moderada o de elevada intensidad. En los participantes que no cumplían con las recomendaciones de la OMS, el sueño corto o demasiado prolongado se asociaba con un 31% y un 20% más de riesgo de mortalidad por cualquier causa, respectivamente. De nuevo, el riesgo desparecía si se llegaba a la cantidad e intensidad de ejercicio recomendada por la OMS.
Como conclusión, los investigadores sugieren que mantener unos buenos niveles de actividad física, tanto en cantidad como en intensidad, junto a una buena duración y calidad del sueño, son medidas efectivas para prevenir o retrasar una muerte prematura en la mediana edad. Idealmente, deberían unificarse ambos factores, pero los autores indican que la actividad física parece compensar parcialmente los perjuicios de la falta de sueño o del exceso del mismo.