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El guachinche ‘secreto’ de Tenerife: puedes comer en una cueva y estar rodeado de caballos

"Llegué, estando en medio de la nada; era un lugar muy acogedor"
El guachinche 'secreto' de Tenerife: puedes comer en una cueva y estar rodeado de caballos

El guachinche es uno de los tesoros de Tenerife. No solo para aquellas personas que habitan las Islas, también muchos de los visitantes que los conocen se acercan a estos lugares a degustar nuestra gastronomía más tradicional.

Cada uno tiene su guachinche favorito y siempre descubre uno nuevo, como le puede pasar a mucha gente gracias a Freddy Morales (@guaripetacamper en Instagram). Este influencer cuenta cómo lo pudo encontrar: “Tenía ganas de hacer una ruta con mi patín y salí de la Plaza de España, recorriendo la costa y encontrando lugares curiosos llegando por encima de María Jiménez”.

Tras destacar que en el centro de Santa Cruz de Tenerife la temperatura era de 32 grados pero que en la zona del guachinche era solo de 20, reconoce que se llevó “una sorpresa”. Se trataba de el guachinche La Cochinera: “Es un guachinche en medio de la nada. Tienen un establo con caballos, gallos sueltos y antes criaban a sus propios cerdos. Dentro el lugar era muy acogedor, con mesas dentro de cuevas”.

El origen del guachinche, por Rafael Lutzardo

Corrían los años 1968 y 1969 cuando se comenzó a hablar de estos locales. Confieso que mi primera incursión en este mundo gastronómico tradicional se sitúa en Valle de Guerra con tan solo 17 años de edad, aunque más que guachinche se trataba de una casa de comida.

A posteriori llegó el de Manolo “El del Pasito”, llamado así por ubicarse en la calle El Pasito, donde paredes de bloques en una especie de salón sobre el que asentaba una vivienda familiar daba cabida a una especie de guachinche, donde el vino se bajaba con unas buenas garbanzas, un rejo de pulpo un buen plato de carne de cabra en salsa, chicharros o sardinas fritas.

Esa casa de comida, convertida en una especie de guachinche, fueron los culpables de que me obligara a rendir un sentido homenaje a estos establecimientos y a las personas que lo generaron y los siguen manteniendo en activos.

Sin duda, la crisis padecida en la década de los años 60 motivo la presencia y creación de los guachinches y fue tanto su resultado que se perpetuó en el tiempo hasta nuestros días.

Cuando escucho la palabra guachinche, me invade el olor a tomillo, laurel y romero fresco, sintiendo el calor de las brasas que se consumen en las barbacoas que produce olores a carne de cochino, pollos tomateros; un buen vino tinto de propia cosecha y el ambiente familiar que se respira en cada uno de ellos cuando son visitados 3 por muchas personas de diferentes puntos de las islas del Archipiélago canario.

No descubro nada nuevo, si escribo que el canario de por sí, es parrandero, donde quiere sentirse cómodo y a gusto con los que desea y quiere en cada momento de su vida. No es persona de grandes lujos ni de comidas sibaritas, más que cuando la ocasión lo requiere. Respira hondo cuando escucha a alguien desprender de un timple y una guitarra una Isa, Folía o Malagueña, acabando en una fiesta del mundo rural en honor a BACO, REY DEL VINO.

Por otro lado, no es extraño hacer amigos en los guachinches, sino de obligado cumplimiento y que si te invitan a una “cuarta”; de vino, la devuelves con un agradecimiento exaltado. Porque el canario es persona agradecida.

Por todo ello, los fines de semana, familias enteras visitan estos establecimientos fuera de la ciudad chicharrera desde hace muchos años. La señora de la casa, junto con su marido, ya saben que toca ir al Norte de la isla, junto con sus hijos, con el objetivo de comer una comida casera, beber agua para los niños y vino para los padres y amigos.

Otro dato a tener en cuenta es que en los guachinches, no se entiende de clase sociales. Políticos, repartidores, obreros, peones, albañiles, amas de casa, profesores, sanitarios y dependientas, todos son iguales y por los tanto, comen y beben los mismo. Es 4 decir, una comida tradicional y beben un vino de propia cosecha.

Sin duda, son muchos los recuerdo que me invaden en mi memoria sobre estos maravillosos establecimientos. Recuerdo en una de mis incursiones me sobresaltó ver a una treintena de alemanes en un guachinche en la Corujera. Se pusieron morado. Esa es la imagen que debemos dar al visitante, debiendo instaurarse como nuestra seña de identidad culinaria.

No por menos he de dejar de mencionar que el guachinche enamora, seduce porque encierra lágrimas que vuelven con recuerdos cogidos de la mano y risas que brotan al revivir momentos con amigos. Es una charla repleta de sentimientos, recintos donde evadirse de los problemas y donde confieso que he sido inmensamente feliz.

Por último, nuestros guachinches son únicos en el mundo, aunque ya hay algunos ubicados en algunas islas del Archipiélago canario, pero los verdaderos están en Tenerife, aunque en los últimos años los guachinches tradicionales se han visto alterados sustituidos por los denominados guachinches modernos, motivando casi la desaparición de los tradicionales.

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