El error de mayor calado que cometió ayer Feijóo no fue ensimismarse en hablar de la amnistía como una obsesión, sino intervenir pensando que le contestaría Pedro Sánchez. Un error de bulto. Bastaba con mirar de reojo al escaño del presidente en funciones para deducir que no pensaba subir al atril. Sánchez no tomaba notas. Pero ese desliz (no costaba nada fingir garabatos en la libreta para continuar con el teatro) no fue advertido ni por Feijóo ni por nadie de su círculo que se lo soplara.
Feijóo no sabe disimular. Se le vio desconcertado y molesto, y no se repuso a la jugada de Sánchez, sustituido en la faena por “el diputado de Valladolid”, que diría el aspirante gallego. Se le vino abajo la tramoya, y el pataleo de la bancada popular, que afeó Francina Armengol como árbitro de tenis llamando la atención a un público enrabiscado, no dejaba de ser la sobreactuación de la claque para que Feijóo no se viniera abajo.
“De ganador a ganador”, le dijo presumiendo Óscar Puente -desalojado de la alcaldía de Valladolid, pese a ganar, por la alianza de PP y Vox-, y el candidato a la investidura simuló no darse por aludido tachando la réplica de comedia.
Hubo claros despropósitos en la intervención del ganador de mayorías absolutas en Galicia al que su partido no le permite hablar en gallego, ahora reconvertido en aspirante a la Moncloa. Entre ellos, su desavenencia personal con Sánchez (presente en el Congreso, pero ausente en el debate), al que anhelaba caricaturizar con lecciones de dignidad suprema. Feijóo no pinchó gastando su munición contra un rival fantasma, sino que dio muestras, una vez más, de su condición de neófito en política nacional.
En la Cámara, los escaños tienen afinados los reflejos, y al menor patinazo sacan los colores al orador. Dijo que tenía votos para ser presidente y que renunciaba a ellos por su honestidad inconmensurable con el espíritu y la letra de la Constitución española (Feijóo usó otras palabras henchido de orgullo por su infinita españolidad). Pero las risas de la grada eran humillantes. Y repitió, “sí, para que me oigan esos, yo tengo los votos, pero tengo dignidad”. Siendo lo cierto que era mentira: si hablaba de Junts, no le salían las cuentas, porque el apoyo (esotérico) de Puigdemont traía consigo que Abascal (el mismo que ayer picoteaba a Feijóo viéndole dolido porque no le contestaba Sánchez) le habría retirado el apoyo. Precisamente, Feijóo parece estar pagando caro sus pactos con Vox tras el 28M, al tiempo que en sus apariciones públicas no cesa de examinarse de líder del PP, como si el cargo estuviera en discusión.
Al candidato popular le asoma a menudo ese halo de ingenuidad, de novato temerario y mendaz que se lanza a la piscina. Quien quiera que le haya escrito la propuesta de introducir en el Código Penal un delito de deslealtad a la Constitución, le puso una cáscara de plátano y era evidente que sufriría el correspondiente patinazo. La Constitución española, “no militante”, admite en su seno todas las opiniones ideológicas defendidas “pacíficamente”, y no cabe restringir su generosidad y tolerancia con arrebatos autoritarios de ocasión.
La salida en tromba de Óscar Puente tenía, sin duda, el objeto de enfrentar a Feijóo con su némesis a la medida, otro político triunfante en las urnas y abatido a la hora de tomar el poder (como Ángel Víctor Torres, cuyo nombre salió a relucir). Pero Puente, agresivo y desinhibido, le iba a recordar las vergüenzas de las amistades peligrosas en aguas turbias, a raíz de la foto en el yate con el narco. Esta etapa de la política española no es la más perfumada, precisamente. Se abrieron todas las cloacas y hemos visto al Feijóo más pendenciero, callejero y trabucaire. No podía esperar un debate de guante blanco. Su primera media hora fue a la yugular de Sánchez (esperando un mano a mano a pecho descubierto que solo existió en su imaginación). Irradió todo su enojo preventivo contra la ley de amnistía al procés de Sánchez que da por consumada y destiló algo más que avisos a navegantes sobre las consecuencias que traerá consigo cruzar ese Rubicón. Feijóo sabe algo que calla, porque habla con conocimiento de causa sobre hechos que desconocemos todavía.
Crucemos los dedos para que las aguas vuelvan a su cauce y regrese la democracia con sus formalidades y cortesías. Que el Congreso sea el Congreso y las investiduras, investiduras. No como esta que por momentos se disfrazaba de moción de censura a un gobierno que aún no es gobierno hasta que llegue el momento procesal oportuno.