La pequeña isla de El Hierro (unos 9.000 habitantes y 268 kilómetros cuadrados) se ha convertido este mes de octubre en la Lampedusa atlántica, con la llegada en las dos primeras semanas del mes de unos 2.740 migrantes, todos ellos subsaharianos, la enorme mayoría de Senegal. Al menos hasta ayer, casi la mitad de los africanos llegados a las Islas este mes por la llamada ruta canaria lo han hecho hasta el puerto de La Restinga, al sur de la Isla del Meridiano, en pleno Mar de las Calmas. Precisamente esas calmas alargadas de septiembre han posibilitado el traslado, sin grandes sobresaltos- todos sanos y a salvo- de 22 grandes cayucos -entre 20 y 30 metros de eslora y casi cuatro de manga- para recorrer las 780 millas (unos 1.200 kilómetros) que separan la costa senegalesa de El Hierro.
Normalmente tardan entre cuatro y seis días, impulsados por motores de 40 o 60 caballos.
El Hierro vive su particular crisis migratoria, cuando en lo que va de año ha recibido casi el 25% de todos los migrantes llegados a Canarias, que al 15 de septiembre ya sobrepasan los 15.000 y que va camino de superar la cifra de lo 23.271 que llegaron en 2020 y de seguir la buena mar, y si el ministro Marlaska no llega a un acuerdo con Senegal, similar al que ha hecho con Mauritania, es posible que en los dos meses y medio que quedan para finalizar 2023 nos acerquemos a los 31.678 migrantes que llegaron en 2006, el año de la gran crisis migratoria, la que impulsó que el Estado destinara recursos marítimos (18 salvamar) y radares para mitigar ese flojo migratorio. Ni siquiera el acuerdo con Marruecos ha impedido que pateras y neumáticas sigan llegando a Lanzarote y Fuerteventura, hasta la crisis en El Hierro, las islas que más han soportado ese flujo.
En El Hierro no se habla de otra cosa. La vida transcurre con la serenidad que característica a esta isla, pero ya se han comenzado a oír voces críticas con la gestión del problema. “No podemos seguir recibiendo tanta gente, porque nos falta hasta el pan”, comentaba un vecino que se acercaba a un supermercado. Las panaderías han tenido que aumentar la producción para atender a los bocadillos que les prepara Cruz Roja a todos los que llegan. El agua embotellada, acrecentado por temperaturas durante todo el mes superiores a los 30 grados, también es un bien preciado.
Pero no todos se quejan de la llegada de los migrantes africanos, también de la enorme presencia de venezolanos, ya no los retornados, que “nos han cambiado hasta la gastronomía”, manifiesta Marcos, en uno de los cinco bares de La Restinga, donde la mayoría tiene presencia venezolana en su personal. Pero pasa en hostelería como en cualquier sector. También hay quienes le echan la culpa a los herreños. “No quieren esos trabajos, es difícil conseguir un albañil que sea de aquí”, indicaba Juan, que veranea en Timijiraque.
Pescadores
La Cofradía de Pescadores de La Restinga, advierte que el puerto se encamina a un colapso por la “avalancha” de cayucos y la basura y los residuos que se acumulan en la bahía. Fernando Gutiérrez, portavoz de la cofradía, aclara que no están en contra de los inmigrantes -”estaría bueno”- pero no ocultan que la incesante llegada de embarcaciones “interfiere” en la vida diaria de los pescadores y en la actividad turística vinculada al buceo. “Esto va a continuar y se sigue haciendo de esta manera, no quiero imaginar la basura que hay en la bahía de La Restinga, con botellas y bolsas”, agregó.
Gutiérrez apunta que los migrantes llegan a La Restinga vía GPS porque es la isla más cercana desde Senegal y porque “no se les trata mal” dado que la población herreña es acogedora aunque no tiene capacidad para albergar este súbito aumento en las llegadas. “Es una situación sobrevenida, no tenemos capacidad de respuesta”, explicó.
El portavoz de la cofradía no entiende que aún haya gente que crea que a los migrantes “los traen” o “vienen remolcados” cuando navegan entre siete y diez días desde Senegal. “Imagina si te cansas en un ferry dos horas y media como será diez días sentados en los que no te puedes mover”, señala, subrayando que muchos “llegan moribundos y otros mueren por el camino, o se pierden”, subraya.