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Luis García Montero: “La literatura nos toma de uno en uno para ayudarnos a entender el dolor, la alegría y el amor de los otros”

El poeta y director del Instituto Cervantes ha sido uno de los invitados en el Festival Periplo de Puerto de la Cruz
El poeta Luis García Montero. / DA

Luis García Montero (Granada, 1958) es poeta. Y novelista y ensayista y crítico literario y profesor… Y hasta director del Instituto Cervantes desde 2018. Pero él está convencido de que todo se resume en una sola palabra: lector. Una vocación que puede ocuparnos toda la vida. La escritura es la mejor manera que tiene de intentar entender el mundo y de explicarse a sí mismo. También es su fórmula para pasar del yo al nosotros, de ponerse los zapatos que calzan sus semejantes y, a partir de ahí, conocerlos, conocerse.

-El jueves estuvo en Periplo, el festival de literatura de viajes y aventuras de Puerto de la Cruz, para participar en el diálogo ‘Poetizar la vida’. ¿En qué consiste esta mirada que propuso?
“Hablo de poesía, que es una manera de hablar de mi vida, porque esa es mi vocación. Comento algunas de las cosas que he aprendido como lector y como autor de poesía. Cosas que tienen que ver con formas de entender un mundo en las que el ser humano sea consciente de su propia mirada, reivindique esa consciencia, sea capaz de pensar lo que dice antes de decir lo que piensa y, sobre todo, comprenda los valores de la realidad más allá de las dinámicas que se imponen, como las prisas”.

-Detenernos y situarnos en un espacio mental que propicie la reflexión, alejados del ruido.
“El poeta que durante un día entero está pensando en hallar una palabra precisa representa al ser humano que quiere pensar lo que dice y ser dueño de sus opiniones, que desea establecer un código pudoroso entre lo íntimo y lo público. Pero también representa a alguien que entiende el tiempo como un valor al servicio del ser humano y no como una mercancía de usar y tirar. Reivindicar la tranquilidad y la lentitud me parece que es algo muy significativo en esta época de lo inmediato”.

“Con García Lorca descubrí que las palabras estaban llenas de cosas; mirarlas es como observar el mar: ves profundidad”

-¿Cuáles son las herramientas de las que se vale para ejercer cada día el oficio de poeta?
“Tengo dos caminos. A veces paseas, viajas, conoces ciudades, formas de vida… De pronto algo te sorprende. Tu mirada se detiene. Si le doy trascendencia, te dices, puedo ir más allá y aludir a la condición humana. Expresar un significado que tiene que ver con el conocimiento -con el autoconocimiento o con la ampliación del conocimiento-. En otras ocurre lo contrario: hay una idea, una preocupación, algo que te ronda la cabeza, y hallas el símbolo, la historia que la explica. En poesía, las palabras quieren encarnar un sentimiento de vida”.

-Poeta, narrador, ensayista… ¿Cómo conviven estas vertientes en su escritura?
“Lo que hay es un lector. Alguien que descubrió la lectura y poco a poco fue enredando su vida en ella. Hace unos días, en la Feria del Libro de Fuerteventura, contaba lo que supuso para mí descubrir en la biblioteca de mis padres las obras completas de Federico García Lorca. Me di cuenta de que las palabras estaban llenas de cosas. Y de que cuando miras en ellas te pasa lo mismo que cuando observas el mar: ves profundidad. Ahí me sentí lector. Desde la adolescencia me involucré en la literatura, hasta el punto de que decidí ganarme la vida como profesor. Todo responde al amor por la literatura que siente un lector. Un lector que se explica con la poesía, reflexiona con un ensayo o puede intentar crear una ficción literaria en una novela”.

-El compromiso político, que también podemos llamar compromiso social, es una de sus inquietudes. ¿Cuál es su mayor preocupación al contemplar España, al mirar al mundo?
“La dimensión política es muy importante. Me inquieta que se desprestigie la política, porque es el espacio que tiene la democracia para resolver los conflictos e intentar imaginar un futuro. Me preocupa el deterioro de los valores democráticos y el desprecio a los derechos humanos. Vemos situaciones que animan los brotes de autoritarismo, la manipulación de los discursos de odio… La democracia se duele de todo esto. Uno de los grandes problemas es la desinformación. En las redes sociales se desplaza la información veraz, la del periodismo decente, tan esencial para una democracia, en favor de los bulos, de las mentiras que despiertan instintos, casi siempre, de odio. Si miro al exterior, encuentro situaciones tan graves como las que se viven en Ucrania y en Gaza. Es desolador que el siglo XXI repita lo peor del XX. Que frente al terrorismo islámico, por ejemplo, la respuesta de un Estado sea cometer crímenes bárbaros, como los que se están cometiendo contra la población de Gaza. Es la pérdida de pudor de los Estados a la hora de no respetar los derechos humanos”.

“Igual que la cultura neoliberal hace del tiempo una mercancía de usar y tirar, entiende la libertad como la ley del más fuerte”

-A menudo damos por hecho que los logros sociales que se han alcanzado son inamovibles, están garantizados. Sin embargo, ¿en qué medida considera que ese itinerario de libertad, justicia social e igualdad peligra?
“No podemos dar por firme nada. Europa era en mi juventud una perspectiva de futuro en democracia social, en la tradición de los valores ilustrados: libertad, igualdad, fraternidad. Sin embargo, vemos cómo está surgiendo una mentalidad autoritaria extrema. Europa en los años 80 nos parecía el símbolo de la consolidación de la democracia. En España habíamos salido de una dictadura, teníamos camino por delante. Nadie pensaba que en ese camino iba a reaparecer un instinto autoritario de extrema derecha. Mis padres estaban seguros de que yo iba a vivir mejor que ellos. Mis abuelos tenían la certeza de que mis padres vivirían mejor que ellos. Ahora no me atrevo a afirmar que mis hijos vivirán con mejores condiciones que yo, que disfrutarán en el futuro de una sanidad y de una educación públicas, de una fiscalidad proporcionada, como yo he podido hacerlo. Hay un deterioro de la conciencia social que está muy relacionado con la cultura neoliberal. Igual que ha convertido el tiempo en una mercancía de usar y tirar, entiende el concepto de libertad como la ley del más fuerte. En la tradición ilustrada, en eso nos hemos amparado, la libertad es la construcción de un marco democrático en el que cada conciencia pueda desarrollarse comprometida con su sociedad. Ahí no se pueden separar palabras como libertad, igualdad y fraternidad. La deriva neoliberal ha logrado escindirlas hasta confundirlas casi con esa ley del más fuerte”.

-Si la literatura no puede arreglar el mundo, ¿puede salvarnos tomados de uno en uno?
“Eso es lo bueno de la literatura: nos toma de uno en uno. Están las estadísticas. Vemos los muertos que hay en el Mediterráneo, en el Atlántico, en Gaza, en los atentados terroristas… Pero debajo de esas cifras hay vidas, hay alguien que pierde a un hijo, a un hermano, a su pareja… Hay alguien que sufre. Lo bueno de la literatura es que se acerca a la vida tomándonos de uno en uno. Es la imaginación moral de la que hablaba Rousseau, que nos ayuda a entender el dolor ajeno, la alegría y el amor en los demás, a abrir las identidades para ponerte en el lugar del otro, para respetarlo. Ese es el sentido de la literatura. He estado recordando una entrevista a Federico García Lorca en La Gaceta Literaria. Era 1931 y acababa de volver de Nueva York. En ella decía: “Yo, que soy de Granada, siento simpatía por todos los perseguidos. Por el gitano, por el negro, por el judío, por el morisco…”. Era la experiencia de un viajero, pero también de alguien que había hecho su identidad con la literatura: ser capaz de ponerte en el lugar del otro cuando piensas en la vida, en lo que cabe en cada uno de nosotros. La literatura crea comunidad, que es esencial para luchar contra las soledades, los egoísmos, la fragmentación que afecta a la convivencia. No podemos ser un conjunto de soledades que se miran las unas a las otras como enemigos”.

-En poco más de dos años ha publicado un poemario [‘Un año y tres meses’], un ensayo [‘Más flexibles que el mar son las palabras’] y una novela [‘Alguien dice tu nombre’]. ¿Su escritura tiene más de necesidad, de sacrificio o de ejercicio lúdico?
“Es una manera de preguntarme quién soy y cuál es mi relación con el mundo. El poemario, Un año y tres meses, surge de la necesidad de responder a la pérdida de mi mujer, de Almudena [Grandes], que me dejó un vacío y una desorientación. No tuve más remedio que preguntarle a la poesía si tenía alguna salida al alcance de la mano. Comencé a leer poesía relacionada con la muerte, desde los clásicos a los contemporáneos. Eso me permitió salir del yo más biográfico y entrar en uno literario, más social, y que la herida no fuese solo un vacío personal, sino una meditación acerca del nosotros. Volver a encontrarle un sentido a la vida. En el caso del ensayo, son reflexiones que me he hecho desde la responsabilidad de dirigir el Instituto Cervantes. Sobre nuestra lengua, que es mucho más que un vocabulario, sobre nuestra manera de comunicarnos, acerca de la convivencia con otras lenguas, sobre lo que significa la cultura… Está bien que un poeta no escriba solo poemas, está bien que reflexione sobre qué lugar ocupa al escribir”.

“La literatura crea comunidad, no podemos ser un conjunto de soledades que se miran las unas a las otras como enemigos”

-Desde 2018 dirige el Instituto Cervantes. ¿Cuál es la principal enseñanza que recibe al ejercer esta responsabilidad?
“El Instituto Cervantes es muy joven, se fundó en 1991, si se compara con la Alianza Francesa, el British Council, la Sociedad Dante Alighieri o el Instituto Goethe. Para que existiese, España tenía que ser un país democrático. El Cervantes se funda para divulgar la cultura española y en español a lo largo del mundo. Eso nos hace comprender que formamos parte de una comunidad hispana, donde el español es la lengua materna. Es importante tomar consciencia de que los españoles somos el 8% de esa comunidad de 500 millones de hablantes, por lo que la visión ha de ser panhispánica. Si no es así, seríamos una minoría fragmentada y sin horizonte alguno. Trabajar en torno a la comunidad y ser una parte más de ella, con países como México, que tiene casi 130 millones de hablantes hispanos, o Estados Unidos, con 60 millones, o Colombia, con más de 50, me parece significativo. También lo es defender y promover las culturas y los idiomas de todas las nacionalidades y regiones de España. Del mismo modo que no tiene valor ninguno ir de imperialista por la vida, tampoco lo tiene utilizar el español para castigar y desproteger a las otras lenguas del Estado, que forman parte también de la riqueza española, como son el gallego, el euskera y el catalán. Así que la principal enseñanza es saber que defender nuestro idioma y nuestra cultura significa renunciar a todo tipo de imperialismo y a todo tipo de predominio de la mayoría frente a las lenguas minoritarias”.

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