cultura

Aitana Sánchez-Gijón: “Aunque mañana haga la misma función, seré distinta; ese viaje único de cada noche en el teatro es lo más adictivo para una actriz”

La intérprete se sube al escenario del Teatro Guimerá con 'La madre', del dramaturgo y cineasta francés Florian Zeller
Aitana Sánchez-Gijón. / Sergio Parra

Aitana Sánchez-Gijón (Roma, Italia, 1968) se sube esta semana al escenario del Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife para interpretar La madre. Este viernes y el sábado (20.00 horas), la capital tinerfeña ofrece una de las singulares miradas a la familia que propone el escritor y cineasta Florian Zeller, uno de los dramaturgos franceses contemporáneos más internacionales -en una lista que incluye, claro, a Yasmina Reza-. Algo más de un mes después, el 21 y el 22 de junio, al Guimerá llega otro texto de Zeller, El padre, en esta ocasión con un elenco encabezado por Josep Maria Pou. Sobre el teatro de Florian Zeller, y sobre el teatro a secas, versa esta entrevista con Aitana Sánchez Gijón.

-Las simplificaciones suelen ser injustas y, de alguna manera, también nos alejan de aquello que intentamos definir. Podemos decir que ‘La madre’ trata del síndrome del nido vacío, pero ¿de qué diría usted que nos habla esta obra de teatro?
“De las estructuras familiares, de la repetición de esquemas heredados desde la noche de los tiempos. Alude a esas mujeres que han dedicado su vida al cuidado del núcleo familiar, de los hijos, del marido, del hogar, y se sienten estafadas por la vida cuando todos empiezan a abandonar el barco. También tiene que ver con la oscuridad que se genera y la enfermedad que puede llegar a causar ese vacío, ese terror a quedarse solas. Hay muchas generaciones de mujeres que, en efecto, no han tenido, no tienen, vida más allá de sus hogares, pero hoy en día también somos muchas las que nos hemos incorporado al mundo laboral, las que tenemos otras cosas en la vida, las que hemos alcanzado un grado de emancipación alto. Y aun así, hay algo que nos sigue despertando esa cosa del cuidado de una manera desproporcionada con respecto al sexo masculino. De modo que creo que La madre habla de esa desproporción, de esa división de roles tan marcada que ha generado toda esa insatisfacción y ese vacío en tantas mujeres”.

“La madre’ habla de las familias, de esas mujeres que han cuidado de todos y se sienten estafadas por la vida”

-¿Qué fue lo que más llamó su atención del texto de Florian Zeller y le hizo querer implicarse en su puesta en escena?
“Me interesó mucho la estructura. Cómo escribe desde el estado mental del personaje principal. Hace lo mismo en El padre para hablar del alzhéimer. En La madre se trata de la mente de una mujer deprimida, por lo que el espectador tiene que hacer un ejercicio de proyección, dentro de la cabeza de esta mujer, y sentir la misma confusión, o el mismo delirio, que siente ella. Es una mujer medicada, que ha perdido las ganas de vivir… La función está contada desde esa confusión mental, desde ese pensamiento obsesivo que, muchas veces, ni siquiera ella se atreve a expresar en voz alta. Hay momentos en los que el espectador no llega a saber si el resto de personajes están realmente escuchando lo que ella dice o quizás se trata de su pensamiento expresado en voz alta. En fin, se producen situaciones que generan mucha extrañeza y todo eso es lo que me parece más atractivo de la propuesta que plantea Florian Zeller”.

-Se sube al escenario junto a otros tres intérpretes [Juan Carlos Vellido, Álex Villazán y Júlia Roch]. ¿Cómo ha sido y está siendo el trabajo, de preparación y de representación de la obra?
“El de preparación fue un laberinto diabólico. Esa estructura, precisamente, que se basa en la repetición de escenas, aunque no exactamente iguales, nos causaba mucha confusión. Nos perdíamos muchísimo y no sabíamos si estábamos en la escena de antes o en la de después [ríe]. También, al tomar la decisión de cuánto de realidad y cuánto de proyección mental hay en cada uno de esos momentos, se nos abrían muchísimas posibilidades. Una gran ayuda fue el punto de partida que nos propuso Juan Carlos Fisher, el director, de despojamiento en el espacio. Tenemos un espacio escénico blanco, prácticamente vacío, y esa misma incomodidad es la que sienten los personajes. Desde ahí trabajamos los cuatro. Tolerando la incomodidad y no sabiendo, muchas veces, qué hacíamos. Pero una vez que logramos hilarlo todo, se convirtió en un disfrute permanente. Es una fiesta sobre el escenario porque, además, ocurren cosas distintas todo el tiempo: cada día es una función diferente”.

“Preparo cada papel desde el cuestionamiento: me hago preguntas, intento entender y trabajo la parte intuitiva”

-¿Y ha habido evolución, transformación, entre la primera puesta en escena y la última?
“Sí, es inevitable. No sabría decir en qué punto ni dónde, porque es algo que va respondiendo a impulsos que surgen día a día. Esto ocurre en general con todos los montajes de teatro: están vivos y si uno pudiera verse desde fuera y comparar la primera función con la última que ha hecho, seguramente sería consciente de miles de cambios. A veces son cosas casi imperceptibles, muy internas, que quizás apreciamos más nosotros que un espectador que viese la función en dos ocasiones. Probablemente, no se daría cuenta, pero nosotros lo notamos”.

-¿Suele darse un proceso similar al preparar cada proyecto o en cada ocasión se trata de recorrer un camino diferente?
“Mi manera de abordar los textos es siempre desde el cuestionamiento: me hago preguntas, abro interrogantes, intento entender. Y también trabajo con la parte intuitiva, la dejo abierta, libre, me escucho en los sueños, me fijo en la percepción cotidiana. Es como cuando te rompes una pierna y entonces solo ves por la calle a gente con muletas. Cuando uno prepara un personaje, de repente percibes todo el tiempo cosas o personas que tienen que ver con la realidad en la que estás trabajando. A esa parte que se abre de manera casi inconsciente hay que escucharla. Y luego, por supuesto, abordar una labor de investigación y de profundización, psicológica o de lo que toque en cada momento. En definitiva, mi manera de aproximarme es siempre similar, pero lo que me voy encontrando también siempre es distinto”.

-¿Qué representa para usted la experiencia de subirse cada noche a un escenario en relación al trabajo en el cine y en la televisión, que sin duda llega a un mayor número de espectadores?
“Es la magia de estar compartiendo en el aquí y en el ahora una experiencia única con el espectador. Es el estar embarcados todos en el mismo viaje. Es saber que eso que estamos viviendo en ese instante es irrepetible. Por mucho que mañana volvamos a hacer la función, todos seremos distintos. Ellos serán otros y a nosotros nos pasarán otras cosas, estaremos con una energía diferente. Ese viaje único que se produce encima del escenario es lo más adictivo que hay para una actriz, para un actor”.

“Los textos de Florian Zeller son como un cuadro cubista, para que sea el espectador quien encaje las piezas y cobren sentido”

-Tras ‘La madre’, en junio llegará al Teatro Guimerá otra obra de Florian Zeller, ‘El padre’, protagonizada por Josep Maria Pou. Zeller es hoy el dramaturgo francés vivo más representado fuera de Francia. ¿Qué lo hace tan interesante, a su juicio, en el teatro contemporáneo?
“Creo que, de entrada, por cómo se sumerge en las estructuras familiares. El padre y La madre forman una trilogía con El hijo. De dos de esos textos, El padre y El hijo, también ha dirigido películas. Zeller se adentra en las estructuras familiares de una manera muy profunda para sacudir sus cimientos. También habla de estados mentales alterados y cómo modifican todas esas relaciones familiares. Él desestructura el texto, casi como si se tratase de un puzle o como si pintase un cuadro cubista, para que luego el espectador tenga que ir encajando las piezas, tenga que buscar un orden lógico para que todo cobre sentido. Todo eso a mí me parece muy interesante”.

-¿Qué busca, qué tiene que tener un proyecto para que llegue a ilusionarse con él?
“Tiene que removerme las entrañas, producirme una excitación nueva, suponerme un reto y adentrarse en universos que me apetezca explorar. No es casual que yo, en los últimos 15 años, haya escogido personajes vinculados a maternidades con un punto oscuro, transgresor, que rompe la norma. A veces, no de una manera admirable. Esa Medea [Medea, 2015] que mata a sus hijos; esa Nora [La vuelta de Nora. Casa de muñecas 2, 2019], que abandona a los suyos; Hécuba [Troyanas, 2017], que los pierde absolutamente a todos; las Juanas [Juana, 2019-2020] que interpreté o este mismo papel en La madre, el de Anne. Son personajes femeninos que cuestionan el orden establecido y que hacen saltar por los aires las estructuras que nos atan o que nos condicionan de generación en generación”.

TE PUEDE INTERESAR