La más reciente erupción volcánica en La Palma duró 85 días. Entre el 19 de septiembre y el 13 de diciembre de 2021. En medio de ese proceso geológico, los cineastas David Pantaleón y José Víctor Fuentes rodaron durante mes y medio una parte sustancial de lo que allí sucedía. Pero, a pesar de ser el leitmotiv, con ser el punto de partida y de llegada de esta experiencia audiovisual, el elemento esencial que rodea, abraza y recorre el documental Un volcán habitado, que esta semana ha llegado a la cartelera canaria tras un itinerario internacional, la cámara contempla, sobre todo y sin intermediarios, a las personas que convivieron, que conviven, con esa violenta manifestación de la naturaleza. Sin ningún tipo de estrategia. Con José Víctor fuentes ha conversado DIARIO DE AVISOS.
-‘Un volcán habitado’ llega a la cartelera canaria tras un itinerario que lo ha llevado por diversos países. ¿Cómo ha sido ese recorrido internacional?
“Ha sido sorprendente y también nos ha llenado de ilusión. Lograr llevar una historia local al ámbito internacional, como puede ser el presentarla en Italia, Francia, Suiza, Corea del Sur, Kosovo, Perú, Asia Menor…, y, además, con un recorrido muy interesante en España, nos da una alegría enorme. Hicimos una película pequeñita, con una historia local, y, sin embargo, ha podido dar ese salto de universalidad, que es lo que pretende todo el mundo. Nosotros la hicimos sin muchas pretensiones. Simplemente, por la necesidad de contar lo que estaba pasando en ese momento a nuestro alrededor”.
-En un trabajo de estas características, prácticamente es la realidad la que va escribiendo día a día el guion. ¿De qué manera los acontecimientos, la erupción volcánica, se iba imponiendo a las ideas, más o menos preestablecidas, de los directores del film?
“Se imponía de forma absoluta porque no contábamos con ni una sola idea preestablecida. Empezamos a rodar planos del volcán, como muchos fotógrafos, muchos cámaras, como muchos periodistas que estaban en La Palma, impresionados por lo que estaba sucediendo y por el espectáculo de la naturaleza. Sí que teníamos claro lo que no queríamos hacer. No queríamos rodar una película que se regodeara en la miseria, ni en el drama de la gente ni en la destrucción. Eso era así desde un primer momento. Y cuando empezamos a rodar ni siquiera sabíamos que íbamos a hacer una película. En ese sentido, ha sido un proyecto completamente inusual. Íbamos rodando planos, David Pantaleón y yo, para tenerlos, quizás con la idea de usarlos en un futuro. Ya que estalla un volcán cerca de tu casa y eres cineasta, pues sacas la cámara y te pones a grabar. No obstante, poco a poco, a medida que pasaban los días, todo lo que está pasando te va influyendo, es obvio. Eran un montón de historias, no solo las de ese espectáculo de la naturaleza que nos mostraba el volcán, sino las de muchas personas. Fueron esos relatos de seres humanos los que iban creando la película. Y, lo primero de todo, el primer gran descubrimiento, fue el de nuestra propia historia a través de un grupo de WhatsApp, el de mis amigos”.
“No queríamos rodar un documental que se regodeara en la miseria, ni en el drama de la gente ni en la destrucción”
-Luego está la fase de montaje, que también es un ejercicio de autoría. ¿Qué premisas, si es que las hubo, se plantearon?
“Cuando terminamos de rodar la película, teníamos mucho material. Pero como no había un guion preestablecido, lo primero que nos planteamos era si podíamos sacar algo de ahí, un corto, un medio o un largometraje. Así que no quisimos marcarnos ningún objetivo, sino ir viendo lo que daba de sí ese material. También quisimos no agregar nada que ya no hubiésemos grabado. Por decirlo de alguna manera, no queríamos grabar mensajes falsos, no recurrir a planos que no hubiésemos rodado nosotros. En un primer momento, nos quedamos engatusados con los planos que ofrecían los drones, que tenía todo el mundo y eran impresionantes, y pensamos que podíamos añadirlos porque igual nuestra edición no daba para un largometraje. Sin embargo, cuando tratábamos de incorporarlos, veíamos que la propia película los expulsaba, expulsaba todo lo que no sucedió en ese trabajo de mes y medio. Asimismo, intentamos ponerle música, pero igualmente veíamos que la historia nos decía que cuanto menos, más. La edición nos llevó un año y medio, que se dice pronto. Terminamos de rodar a mediados de noviembre, antes de que acabase la erupción, y en el montaje empleamos todo ese tiempo para darle forma, para darle cuerpo. Si uno ve la película, puede parecer que había un guion premeditado, pero todo consistió en contemplar qué nos había ofrecido la vida, qué habíamos grabado nosotros y qué habíamos sentido al hacerlo. Se trató, sobre todo, de escuchar al material que teníamos. Creo que esa fue la elección más sabia que pudimos hacer las seis personas que elaboramos esta película”.
-Como ha apuntado, esta pieza surge, en gran medida, a partir de un chat entre amigos durante los acontecimientos ocurridos en La Palma en 2021. Pero ¿cuál el fue el punto de partida que les llevó, a David Pantaleón y a usted, a pensar que de ahí podía salir un proyecto audiovisual como este?
“Todos los días escuchaba ese chat. Y mientras rodábamos los diferentes planos, al tiempo que nos movíamos con el coche de una localización a otra, iba poniendo los mensajes de mis amigos, porque quería estar informado de todo aquello que les estaba ocurriendo. Y la verdad es que las estaban pasando canutas. Una noche, sin querer, como visionábamos todos los planos que habíamos rodado durante el día, coincidió ese visionado con un mensaje que entró al chat. Le di al play y lo escuchamos sobre las imágenes que estábamos contemplando. Y de repente fue como ¡guau!, como un flash, y nos dijimos: aquí hay una historia. Porque lo que estaban contando mis amigos, la historia que relataban durante las primeras semanas de la erupción, me parecía infinitamente más interesante que el relato de los medios de comunicación, que a menudo solía ser sensacionalista y muy dramático. Ese relato no ayudó mucho a la gente de La Palma. Una cosa es la información y otra recrearse en el drama. De manera que la historia de mis amigos fue el primer gran descubrimiento en este proyecto. O, mejor, la historia nos encontró a nosotros, no nosotros a ella, y nos dejamos llevar por lo que la gente iba contando. Una cosa que hicimos fue no decir que estábamos recogiendo sus mensajes diarios, para no influir en lo que decían en el mes y medio que duró nuestra grabación. Y poco a poco nos fuimos dejando llevar por lo que nosotros sentíamos también a medida que pasaban los días. Una mezcla de miedo y de admiración hacia la naturaleza y a ese espectáculo portentoso y devastador que ofrecía. Y, por otro lado, por las historias que nos iban llegando, en las que hallábamos muchos personajes que nos resultaban interesantes”.
“Este film consistió en ver qué nos ofreció la vida y la gente, qué grabamos nosotros y también qué sentimos al hacerlo”
-¿De qué manera lo personal, las circunstancias que les afectaron en primera persona, condicionaron el documental?
“La película está contada en la primera persona del plural: por este grupo de amigos, por mis amigos. Mi casa está al lado del volcán. A medida que grabábamos, lo veíamos crecer. La casa que sale en la película es mi casa. Nuestra cámara captaba lo que estaba sintiendo cualquier vecino. Por eso se titula Un volcán habitado. Nosotros éramos unos habitantes más de esa tierra volcánica. Nunca nos quisimos acercar al volcán, no pedimos un permiso especial para hacerlo, porque queríamos trabajar con el punto de vista de los habitantes de esa tierra, que están viendo cómo una mole que expulsa fuego va creciendo al lado de sus viviendas. La película es intimista. Todo es cierto, no nos inventamos nada. Y eso creo que ayuda a que este relato sea universal: es tan sencillo que justo eso lo hace grande”.
-Si tuviera que quedarse con alguna imagen de todo lo que rodaron y vivieron, ¿cuál sería?
“Me quedo con la de Teresa. Es una vecina de El Paso, que vive como a dos o tres kilómetros del volcán. Por la ventana de la habitación en la que bordaba se veía la erupción de fondo. Es la abuela de uno de mis amigos. A veces, él por la noche me mandaba fotos de Teresa y me decía que tenía que ir a su casa. Pasamos un día entero con ella, que regaba sus coles, veía la telenovela turca, le daba de comer a las cabras, bordaba mientras anochecía. Nos contó un relato acerca de lo que es la vida sencilla, la del pueblo llano, donde al final están las personas más sabias. La llamábamos el oráculo. De manera que me quedo con la sabiduría de la tierra, que ella representa de manera magnífica. Fue un enorme descubrimiento. Pensábamos que íbamos a ir a su casa solo a grabarla, como hicimos en otras situaciones. En el documental, salvo ella, nadie habla a cámara. Es algo que no se me olvida”.
“En la edición, la propia película expulsaba cualquier imagen que no hubiésemos grabado nosotros, como las de los drones”
-Y ahora, con la perspectiva que da el tiempo, ¿qué sensación prevalece en usted cuando piensa en ‘Un volcán habitado’?
“Es la película que yo quiero dejarle a mi hijo. Nunca fue a ver el volcán. Vive en Gran Canaria. Yo tengo una casa allí y otra en La Palma, la de la familia de mi bisabuelo. Yo quería contarle el volcán no cómo se veía en la tele, como decía al principio. Quería decirle, ya que la destrucción es tan obvia, que cuando piense en el volcán también lo haga en las muestras de solidaridad, de amistad. Que si muchas veces podemos seguir adelante es porque hay gente que nos ayuda, que nos reconforta, que nos levanta cuando estamos por los suelos. Eso es lo único bueno que se puede sacar de una catástrofe. También la constatación de que, si a menudo el ser humano se cree el centro del universo, realmente no está ni en el mapa”.
-¿Qué suele buscar cuando decide embarcarse en un proyecto de cine de realidad?
“Busco preguntas acerca de qué diablos hacemos con nuestra vida. Cómo podemos sobrellevar nuestro día a día y por qué existimos. El cine es como si fuera una terapia. Me enseña a descubrir de qué va la vida y lo hace de formas insospechadas. Me va mostrando pequeñas realidades que hay dentro de esta gran realidad y al final me voy conociendo a mí mismo un poco más. Eso es lo que busco. Tanto cuando hago una película como cuando voy al cine a que alguien me cuente una historia. Ya no a que me dé respuestas existenciales, sino a que me lance las preguntas. Justo para no olvidarme de que muchas veces esas preguntas son más importantes que las respuestas”.