Antes que de una novela que presenta un conflicto y lo desarrolla con mayor o menor complejidad hasta alcanzar una serie de conclusiones más o menos explícitas, el periodista José Luis Sastre (Alberique, Valencia, 1983) define Las frases robadas (Plaza y Janés, 2024), su primera incursión en el género, como una crónica emocional. El autor estuvo en Tenerife, en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz, para dar a conocer esta obra que habla del vínculo entre una hija y un padre que está llegando al final de la vida. Pero también se trata de una novela acerca de la comunicación de los afectos, del conocimiento del otro y, por supuesto, de la muerte como certeza y no como posibilidad remota, postergable en su inevitabilidad, y de cómo recibirla. En esta entrevista con DIARIO DE AVISOS, Sastre habla de todo ello y de algunas cosas más. Como de una mirada periodística que ahora también es literaria.
-De ‘Las frases robadas’ se ha dicho que es una novela que trata sobre la memoria, la dignidad y la muerte, pero ¿cómo la describiría usted?
“Es la historia del vínculo entre un padre y una hija. Ante una situación crítica, que se cuenta desde el principio, pues el padre afronta los últimos días de su vida, se les presenta el dilema de cómo aprovechar un tiempo que es limitado. Intentando que ocurran experiencias nuevas, como si hubiera un futuro, aun cuando saben que va a expirar muy pronto, y con el riesgo de entregarse a una nostalgia que puede ser engañosa”.
“Hasta ahora ignoraba la reacción del lector, pero es similar a la del oyente, por esa calidez que tiene la radio para acompañarnos en lo cotidiano”
-De otra manera, podría entenderse este relato como un libro de libros, pues desde su mismo título nos habla de las frases subrayadas por un padre en las obras que leyó y de cómo su hija lo va conociendo mejor a partir de esas lecturas y de esos subrayados. ¿De qué manera la literatura le acompaña a usted?
“Es mi primera novela, por lo que al escribirla necesité ponerme una especie de balizas de seguridad, moverme por territorios conocidos, en los que yo pudiera sentirme más seguro. De ahí la radio, de ahí el mar y por eso también los libros. Justo ahí se sitúan las lecturas del padre, las que lo marcaron. Esas frases que subrayó son en realidad las frases que yo subrayo. Las frases que me han acompañado, que revolotean en mi cabeza, que uso a menudo en muchas de las crónicas, en muchos de los artículos que escribo. Son frases de los libros que me hicieron remover. Lo digo en la novela en algún momento: remover en cuanto a sentir incluso el desplazamiento físico del cerebro cuando lees una frase, un libro, que sabes que se va a quedar, porque te impregna, porque te va a cambiar de alguna manera. Esos libros están ahí”.
-La idea de la despedida, la de alguien que va a morir y la de alguien que va a seguir aquí, está muy presente en toda la obra. Y es esta una cuestión que a menudo nos resulta traumática. ¿Cómo plantea esa despedida en su novela?
“La expongo con la expectativa de que cuando eso me ocurra a mí, si es que me sucede en términos semejantes, pueda haber dicho todo lo que tenía que decir. Quizás el carácter mediterráneo me hace ser muy expresivo. A mi familia y a mis amigos les digo con frecuencia ‘te quiero’. A toda esa serie de expresiones, que puede parecer que salen sin pretenderlo o están vacías de contenido a fuerza de decirlas tantas veces, intento darles todo el sentido, porque, en efecto, cualquier momento puede convertirse en una despedida. Y no me gustaría que, llegado ese instante, me quedase algo por decir. En esa idea intento vivir y también quise que acompañase a los personajes de la novela. Sobre todo, es uno de los mensajes que le da el padre a la hija. Esta es una obra que plantea bastantes dilemas, pero no da respuesta a ninguno. Sin embargo, sí que quise que el padre y la hija trabajaran esa reflexión sobre la necesidad de decirnos las cosas que nos tengamos que decir antes de que llegue el fin”.
“A los personajes se les presenta el dilema de cómo compartir experiencias nuevas, aun cuando el tiempo va a expirar”
-¿Recuerda el momento en el que tuvo claro que esas primeras ideas que estaban en su cabeza merecían el esfuerzo de sentarse a escribir para desarrollarlas?
“No recuerdo que hubiera una especie de epifanía en la que me convencí de que era el momento preciso porque había visto cierta luz. Sí que me acuerdo, en cambio, de cuándo decidí el tema. Para ser una primera novela y ser honesto, quería trabajar sobre una cuestión sobre la que no me sintiera impostor del todo. Ya que entraba en un terreno en el que no había trabajado hasta la fecha, buscaba algo en lo que por lo menos tuviera experiencia para poder hablar de ello. Y era el vínculo entre un padre y una hija. Como de eso sí podía escribir, a partir de ahí decidí que ese era el asunto acerca del cual podía desarrollar una historia”.
-¿Y qué fue lo más complejo al darle forma a ese relato?
“No sabría decirlo. Una vez que me puse, todo fue fluyendo. En el aspecto técnico, me lo planteé de la misma manera que cuando escribo un guion o una columna. Lo que sí que es verdad es que en este caso no contaba con un esquema ni con una pauta. Únicamente sabía cómo empezaba la novela y de qué manera acababa. Pero ignoraba lo que ocurría en medio. Aunque en realidad no es una obra que posea una gran trama, desde el primer párrafo se descubre de qué va a ir la historia, sino es más bien una crónica emocional. De modo que, más allá de que en el libro se fueran sucediendo pasajes uno detrás de otro, me interesaba, por ejemplo, que aquí se hablase del recuerdo o que allí los personajes fueran a la playa… Había algunos momentos que yo tenía claros, pero no seguí un hilo que tuviese que respetar de forma estricta. La construcción de los personajes tampoco me resultó compleja, en la medida en que son solo dos, aunque haya otros en torno a ellos, y su elaboración es en sí misma la del relato de Las frases robadas”.

-¿Cómo conviven en la actualidad en usted el periodismo y la literatura?
“Tengo una mirada periodística, y no me gustaría que esto se entendiese en un sentido pretencioso, sino como una forma de contemplar el mundo. Voy por la calle y lo que veo muchas veces son titulares, temas o enfoques posibles. Ahora he sumado la posibilidad de plantearme que de algo que observo podría salir una historia, un relato, quizás una novela. Añado eso y, además, incorporo la reacción de los lectores y las lectoras, algo que no conocía pero que, a la vez, resulta muy cercano a la reacción del oyente en la radio, porque la radio tiene esa calidez de acompañarnos en los hechos más cotidianos. De modo que ahora a lo mejor puede llegar un lector, una lectora, a decirme que la novela le ha ayudado a recordar, a afrontar episodios de su vida o a hacerse la pregunta de cómo los vivirá cuando atraviese un momento parecido”.
“Esas frases que el padre subrayó son las que yo subrayo, las que me acompañan y revolotean en mi cabeza cada día”
-Esa experiencia diaria de contarle a la gente lo que le ocurre a la gente, ¿supuso más una ventaja o un camino del que es necesario alejarse para construir una ficción?
“A veces escribir la novela supuso una evasión de la tormenta diaria del mundo y de la información. No obstante, yo, cuando leo una novela, o ahora que la he escrito, no la entiendo solo como una gatera para escapar de la actualidad. Al contrario: es una oportunidad para crear un mundo que me ayuda a ensanchar el mío. He explicado muchas cosas de la vida cotidiana gracias a la ficción, que no sé si hubiera sido capaz de explicarlas de la misma manera a partir de un hecho real. Siendo una ficción, creo que si Las frases robadas ha logrado conectar de algún modo con los lectores, se debe a esa capacidad, mejor o peor desarrollada, que he tenido para expresar a través de una historia de ficción sensaciones, emociones, que creo que nos suelen acompañar mucho en nuestro día a día”.
-Y ahora, que recorre el país con esta novela bajo el brazo, ¿cómo está siendo la experiencia de compartirla con los lectores, mucho de los cuales antes fueron oyentes?
“Abrumadora. La gente viene y te cuenta historias muy personales, íntimas, en el transcurso de las cuales han leído la novela, y eso me sobrecoge. Es darte cuenta de cómo creas algo desde tu entraña, pero, en cuanto lo entregas, se distribuye y alguien lo lee, forma parte de la intimidad de otro. Vivir eso es una sensación que abruma y, a la vez, exige responsabilidad”.