Investigadores del Hospital de La Candelaria, el Área de Salud de La Palma y la Universidad de Las Palmas estudian el impacto de la erupción del volcán de Cumbre Vieja en la salud de la población de la Isla, no solo durante la erupción, sino a largo plazo. El estudio Isvolcan analiza las consecuencias que puedan derivarse de la erupción, haciendo un seguimiento de los participantes durante los próximos diez años. Los trabajos se desarrollan en varias fases y continuarán para comprobar la evolución de su salud.
Para ello, se ha seleccionado aleatoriamente una muestra de población residente en los municipios de El Paso, Los Llanos, Tazacorte y Puntagorda, frente a población de Mazo, Santa Cruz de La Palma y San Andrés y Sauces. Con ello se busca garantizar la representatividad de los núcleos más expuestos y menos expuestos por distancia al volcán.
Tras un cuestionario de salud que recogió aspectos relacionados con la exposición a las emisiones del volcán (ceniza y gases), así como factores relacionados con la salud previa, se realizó una toma de muestras y analíticas a los participantes. La investigación desveló evidencias de afecciones, de momento preliminares, pero ratifican que el volcán ocasionó “patologías respiratorias, cardiovasculares, dermatológicas, oculares y problemas de salud mental”, explicó María del Cristo Rodríguez, que lidera la unidad de Investigación del Hospital Universitario de La Candelaria.
De los 1.000 residentes a los que se ha hecho una biomonitorización de contaminantes mediante analíticas de sangre se encontró más toxicidad en aquellos que viven más próximos al volcán en el lado oeste de la isla. La exposición a gases y cenizas volcánicas se ha asociado ampliamente con un aumento de la morbilidad respiratoria y la “irritación a corto plazo en las vías respiratorias, la mucosa ocular y la piel” debido a sus efectos irritantes químicos y mecánicos. Así, cerca del 92% de participantes que ayudó en la limpieza tanto exterior como interior de la ceniza tenían niveles más altos de contaminantes en sangre. La mayoría de los participantes afirmaron usar mascarillas al aire libre en estos entornos durante la erupción, ya que demostró su eficacia en la protección contra la inhalación de ceniza volcánica.
En el caso de los participantes en el estudio, la irritación ocular, un 48%, y de las vías respiratorias superiores fue el síntoma agudo más frecuente. Estos hallazgos concuerdan con estudios epidemiológicos realizados en la población general, tanto durante la fase aguda como entre seis y nueve meses después de la exposición, así como en profesionales que estuvieron altamente expuestos.
Además, evaluando los motivos de las visitas a urgencias hospitalarias se detectó un aumento de las enfermedades respiratorias y trastornos oculares.
Mentales
La investigación demostró un aumento notable en la incidencia de trastornos psiquiátricos en la población general. Las personas evacuadas mostraron una prevalencia de estrés postraumático y síntomas depresivos. Durante el período de erupción, más de la mitad de las personas reportaron insomnio (51%) y síntomas indicativos de trastornos del estado de ánimo, como ansiedad (50%) o depresión. La erupción causó importantes alteraciones en la rutina diaria de la población directamente afectada por las órdenes de evacuación.
La elevada prevalencia de ansiedad y depresión puede estar relacionada con el aumento de las exigencias laborales durante la erupción, la incertidumbre sobre la salud personal, la seguridad de las propiedades y los cultivos, así como sobre el horizonte futuro. Además, dado el alto número previo de sísmicos y los síntomas relacionados con la ansiedad contribuyeron a una prevalencia de cuadros relacionados con las alteraciones del sueño, sobre todo insomnio. Los resultados muestran que los participantes de la comarca Oeste presentaron cuadros depresivos más acentuados, ansiedad, insomnio y malestar en las vías respiratorias bajas.
El volcán emitió en su erupción metales pesados, hierro, aluminio, titanio, vanadio, bario, plomo, molibdeno, cobalto, y otras tierras raras que deberán ser monitorizados en las muestras de sangre de población. “Tenemos que ser muy cautos con los tóxicos y los elementos inorgánicos, para no alertar a la población sin fundamento científico”, afirmó Rodríguez.
María del Cristo Rodríguez señala que su afección en la salud humana “es una incógnita: dependerá de su biodisponibilidad y su vida media”
El estudio tiene una gran importancia científica dado que ha sido un evento de gran magnitud en una isla muy poblada que ha tenido una distancia al volcán frecuentemente corta, porque lo usual en otros territorios es que la erupción apenas llegue ni afecte a núcleos habitados.
“Evidentemente el volcán no es solamente el momento en que entró en erupción y los 85 días que estuvo arrojando contaminantes a la atmósfera, sino que también están los gases que sigue emanando y todo ese material particulado que ha depositado en los suelos de la Isla, elementos inorgánicos algunos catalogados como contaminantes persistentes, y que con el viento, la lluvia, los movimientos de terrenos que se están realizando en las diferentes obras o terrenos de labranza va volviendo a la atmósfera o va penetrando en el subsuelo, llega hasta acuíferos naturales, etcétera, y que pueden llegar a la población al respirar o al consumir agua o alimentos”, reconoció la epidemióloga María del Cristo Rodríguez.
Además de la toma de muestras, el laboratorio de toxicología clínica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, está realizando un análisis toxicológico a la sangre de los participantes para determinar “cuáles son los niveles de los 43 elementos que detectamos, muchos de ellos metales pesados, porque estos elementos normalmente no se metabolizan ni se eliminan, sino se depositan. Su afección en la salud humana es una incógnita “todo dependerá de su biodisponibilidad y según su vida media, permanecerán depositados o terminarán por desaparecer o transformarse”.
Un laboratorio en Francia colabora con cultivos in vitro para ver qué daño causan a las células epiteliales, sobre células renales o sobre células pulmonares. “El problema es que estos elementos se depositan en órganos, el sistema endocrino, el sistema nervioso central, en el riñón… Su seguimiento en los próximos 10 años nos puede dar la clave de cómo afectarán a la salud de la población”.
Por otro lado, especialistas en Neumología de La Candelaria empezarán a trabajar para “asociar los resultados de las pruebas de función pulmonar en el momento de la erupción y observar si hay cambios cuando realicemos el seguimiento”.
Umbrales de alerta
Otro gran problema al que se enfrentan los investigadores es que “los que nos dedicamos al estudio de estos tóxicos no hay rangos claros, para determinar el daño en la salud. No hay, como por ejemplo, en el caso del colesterol, la glucosa o otros biomarcadores, que sabemos que por encima de un rango estamos en un nivel alto y peligroso para la salud”. “Si en los próximos estudios esos niveles continúan o aumentan en sangre pensaremos que probablemente siga teniendo demasiada exposición y tras comprobar los cuestionarios podremos conocer cómo es su alimentación, de dónde y cuál es el agua que consume, etc., para intentar encontrar dónde está la fuente de exposición. Si la medida desciende o cuando el elemento se metabolice, evidentemente pensaremos que fue fruto de la exposición inicial a la erupción. Por tanto, tenemos que ser muy cautos a la hora de comunicar y no preocupar sin fundamento a la población al comprobar un elevado rango de tóxicos o elementos inorgánicos, y hasta no tener un gráfico evolutivo de esos niveles y una evidencia científica clara”, resaltó Rodríguez.







