No era ni remotamente probable que un joven investigador toledano eligiera venir a vivir a una isla en los años 60 atraído por las condiciones favorables del cielo para la ciencia.
Francisco Sánchez fue literalmente abducido por Tenerife, por el Teide y, a primera vista, por un estupendo firmamento, que todavía no era la joya de la Corona. Premio Canarias y Premio Taburiente de la Fundación DIARIO DE AVISOS, no abundan historias de éxito en Canarias del relieve de la suya.
Pero el hombre que falleció ayer a los 89 años no tardó en convencerse de que estaba en la tierra del cielo. Sabía que un renombrado británico, Charles Piazzi Smyth, astrónomo Real de Escocia, había subido en burro al mítico volcán con un par de telescopios y, cuando bajó, contó maravillas sobre un tesoro celeste.
Sánchez Martínez se vino a vivir con la familia a pasar frío en una cabaña en las Cañadas. Consiguió un modesto telescopio que compartió con un amigo científico y pronto fundó el Instituto de Astrofísica de Canarias, hace medio siglo. Llevaba en el ADN la condición de pionero. En pocas palabras, cabe decir que él creó la Astrofísica en España, fue el primer catedrático en la disciplina llamada a sorprender al mundo cada dos por tres con las imágenes del actual telescopio espacial James Webb, el de los hitos inimaginables, sucesor del legendario Hubble.
Todas las proezas que se quieran contar de Paco Sánchez se quedarían cortas. Una editorial de Madrid nos pidió en los años 80, a mi hermano Martín y a mí, la biografía del Robinson Crusoe que bajó del Teide como Piazzi Smyth y montó un observatorio que salvaba de la anemia astrofísica a España en Europa. Cuando escribimos el ‘cuento’ de su vida, parecía una historia novelada, pero no hacía falta adorno alguno en el relato.
Y todavía le quedaba por conseguir el Gratecan (GTC), el mayor telescopio del mundo, para el Roque de los Muchachos, que ahora se dispone a entregarle el testigo al TMT, si todo sale bien y Paco pone de su parte en las altas instancias.
VISIONARIO
Bastaba con recordar que el joven astrofísico era un visionario y no se detendría ante ningún obstáculo. A Suárez lo interrumpió en un acto público para rebatirle una mala decisión. El presidente que estrenaba la democracia tras la dictadura acababa de decidir, en una visita a Tenerife, que las ‘perras’ para telescopios debían ser empleadas en carreteras. A Sánchez le supuso romper el protocolo y oponerse a Suárez con educación, pero con su arma más demoledora: la pasión. Y el dinero retornó a los telescopios. Fue su primer éxito.
Había que verle como un niño con zapatos nuevos con cada nuevo telescopio. En el 85 trajo a reyes, jefes de Estado y premios Nobel y se abrió el telón de los Observatorios del Teide y el Roque de los Muchachos. Don Juan Carlos y doña Sofía no daban crédito a lo que veían sus ojos, porque Sánchez organizó una gala de las estrellas con estrellas de verdad. El príncipe y hoy rey Felipe VI fue nombrado por el IAC Astrofísico de honor, y no dudó en pedirle a su padre un telescopio en los jardines de la Zarzuela.
Una de las mayores desilusiones de quien se definía como “un optimista patológico” fue no conseguir para Canarias el ELT, el telescopio extremadamente grande, que el Observatorio Europeo Austral prefirió desviar hacia el desierto de Atacama, en Chile, pese a la condición europea de nuestro Archipiélago. Como viví personalmente esa crisis científico-política entre el hombre fuerte del IAC y de la Astronomía española, primero ante la ministra de Ciencia Cristina Garmendia y, por último, con los poderes fácticos del lobby europeo, puedo contar que Paco estaba convencido de que habían influido las sabrosas dietas que los científicos de Europa cobraban por desplazarse a América en detrimento de nuestras islas.
PULSO DECISIVO
Hubo un pulso decisivo en toda esta historia. Fue cuando Sánchez comprendió que España, un secadal de astrofísica, solo podía asomar la cabeza negociando el derecho a un 20% de uso de los telescopios a cambio del cielo. Le costó trabajo convencer a los países socios. Y, al cabo de una generación, España ya era una potencia astrofísica en el continente.
En su libro autobiográfico ‘Soñando estrellas’, contó su luna de miel rumbo a Tenerife en el 61. Aquí nacieron sus hijos y sus telescopios. Y un día compartió con Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna, la visita al Grantecan. Se sentía muy orgulloso de aquel encuentro. Desde que se decantó en París por la Astrofísica, durante una beca, al descubrir que “somos polvo de estrellas” (la frase le impactó), las gestas se le fueron acumulando, y comprendió que debía dedicarse a la gestión y sacrificar la ciencia.
Paco Sánchez seducía con la palabra, era vibrante y convincente, y estaba feliz por haber acertado con el cielo de Tenerife y recibir de regalo el cielo de La Palma, que trató de cuidar como un padre a un bebé con una ley protectora.
Vi llegar a la Isla al comandante Jacques Costeau con el amparo de la UNESCO y el deseo expreso de salvar los océanos y el planeta. Y me gocé los movimientos que hizo Paco ante el célebre oceanógrafo hasta incluir la calidad y pureza del cielo en la carta de los derechos humanos de las generaciones futuras que fue aprobada entonces (1994) como la ‘Declaración de La Laguna’.
Carmelo Rivero.






