tribuna

La integración europea como imperativo estratégico en un contexto geopolítico incierto

La aceleración de los acontecimientos globales, marcada por una creciente incertidumbre y volatilidad, dificulta la capacidad de reflexión necesaria para responder a los profundos cambios que están reconfigurando el orden de la gobernanza mundial. En este contexto, la Unión Europea (UE) evidencia una parálisis estratégica, agravada por la reconfiguración de la política exterior estadounidense que ha cuestionado el multilateralismo y ha instrumentalizado los aranceles como herramienta geoeconómica y por la ausencia de una voluntad política común para profundizar en el proyecto de integración. Esta inacción compromete la aspiración de la UE de consolidarse como un actor global respetado frente a bloques como Estados Unidos, China y las economías emergentes.

La guerra prolongada en Ucrania, junto con las constantes provocaciones del gobierno ruso y la inestabilidad en Oriente Próximo, representa una amenaza existencial que debería movilizar a la Unión. Como señaló el filósofo Jürgen Habermas, la defensa común solo es viable mediante un avance en la integración. Es aquí donde adquieren relevancia las reformas propuestas en los informes de Enrico Letta y Mario Draghi, que abogan por un federalismo europeo capaz de garantizar la autonomía estratégica y reducir la dependencia de terceros. La implementación de estas medidas transformadoras es, en esencia, una condición para la supervivencia de la UE y la preservación de su modelo de bienestar, paz, democracia y derechos humanos.

No obstante, el progreso ha sido insuficiente. En un reciente acto conmemorativo, Mario Draghi subrayó que solo un pequeño porcentaje de las propuestas se ha cumplido un año después, y criticó la lentitud institucional, que ha generado descontento entre empresarios, trabajadores y ciudadanos. Asimismo, alertó sobre el incremento en los costes de financiación, que han pasado de representar aproximadamente el 5% del PIB comunitario a casi duplicarse, situándose cerca de 1,6 billones de euros.

Si bien parte de la responsabilidad recae en la complejidad burocrática, el principal obstáculo reside en la falta de voluntad política de los Estados miembros. La regla de la unanimidad en la toma de decisiones frena cualquier avance significativo, lo que plantea la necesidad de permitir que los países dispuestos a avanzar lo hagan, sin quedar supeditados a los más reticentes.

Para financiar una reforma de esta envergadura, resulta imprescindible la emisión de deuda pública común, un mecanismo ya empleado en el Plan de Recuperación. Esta medida debe acompañarse de un presupuesto europeo sustancial, que permita implementar políticas fiscales expansivas, respaldar la acción del Banco Central Europeo y consolidar la unión monetaria. La consecución de la Unión Bancaria y del Mercado de Capitales es igualmente crucial, dado que los 27 mercados nacionales actuales carecen de la capacidad necesaria para generar financiación suficiente.

La Unión Bancaria y del Mercados de Capitales potenciaría también los flujos transfronterizos, mejoraría la inversión y facilitaría el acceso a financiación para empresas y ciudadanos, lo que mejoraría la productividad y contribuiría a conseguir una economía más sólida, generar empleo, especialmente para los jóvenes, en un horizonte marcado por la inteligencia artificial. Además, es urgente abordar con determinación las transiciones energética y medioambiental, así como fortalecer la defensa común ante el repliegue estadounidense y las amenazas de Rusia.

Cada paso en este proceso debe ir encaminado a una mayor integración. La Comisión y el Parlamento Europeo deben insistir en que, sin este refuerzo, la UE carecerá de la fortaleza necesaria para afrontar los retos venideros. La reflexión de Alexis de Tocqueville en “La democracia en América” ofrece una aproximación económica al federalismo deseable: un sistema diseñado para combinar las ventajas de la magnitud y la pequeñez de las naciones.

Últimamente, se observa un despertar crítico en medios de comunicación, partidos políticos y ciudadanos, que denuncian la parálisis de la UE y exigen soluciones rápidas. Lograr un debate inclusivo entre los 450 millones de europeos representa una tarea titánica, pero indispensable. Pese a los errores cometidos, el espíritu fundacional de la UE basado en el respeto a las leyes, la búsqueda de la paz y la cooperación sigue vigente.

Desde la perspectiva de una región ultraperiférica como Canarias, española y firmemente europeísta, se observa con esperanza la posibilidad de que se materialicen estas transformaciones. Es fundamental que se reconozca la condición de región fronteriza en el ámbito migratorio y que la política europea de vecindad se extienda también al Atlántico Sur, no solo al Mediterráneo. Esta ampliación permitiría gestionar con mayor eficacia los flujos migratorios procedentes de África, el continente más poblado del planeta, así como dar respuesta a la inestabilidad en la región del Sahel, un foco de conflicto que requiere una atención prioritaria en el marco de la seguridad europea.

Situados en la encrucijada de tres continentes, confiamos en que los avances del proyecto comunitario refuercen la premisa central: una mayor integración significa una Europa más fuerte.

*Consultor y miembro de la Asociación de Ciencia Regional Europea.

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