tribuna

El año de la intriga

Es la intriga lo que rodea al año que viene. El suspense por lo que pueda suceder ante las eventualidades y encrucijadas. Estamos viviendo en el vórtice de un huracán, ante peligros que no son menores. “Me preocupa Trump, me inquieta, no me gusta nada”, dijo a este periódico la semana pasada Javier Solana, de una parte, y de la otra: “No estamos cerca de una guerra nuclear, pero sí en una etapa de gran tensión conceptual”. Están esos miedos por el equilibrio mental de algunos líderes y las tentaciones que rondan sus cabezas narcisistas. Pero no solo nos intrigan las decisiones que puedan tomar en 2019 con sus armas de fuego, sino las pequeñas y medianas medidas que adopten en los próximos meses. Porque nada está en orden, por primera vez. Conviene hacer una lectura acertada de nuestro tiempo.

Venimos de una época no tan lejana que preconizaba la idea de integración. Se reunificaron las dos Alemanias, se ampliaba la Unión Europea, se fomentaba la globalización. Pero, de un tiempo a esta parte, y sobre todo en 2018, ha ganado terreno la disruptiva idea de atomizar y romper lazos por sistema. Hemos pasado de una cultura centrípeta a otra centrífuga. En este sentido valga decir que los canarios hemos experimentado un curioso avance, que yo sepa, no debidamente reconocido. Padecimos nuestra crisis escisionista tras la división provincial, traumática, y levantamos un telón en mitad de una autonomía precaria, propensa al divorcio. Llegó un momento en que el pleito insular nos balcanizó y corrimos riesgos de rompernos en una fatídica doble autonomía. Pero esa fiebre pasó y dejamos atrás los polvos del conflicto universitario, de las sedes, de los puertos y del derbi, y de ahí que hoy no hablemos de “estos lodos”. Ahora, por un falso penalti no nos cortamos las venas como Honduras y El Salvador en La guerra del fútbol, de Ryszard Kapuscinski. Esa lección de convivencia que nos hemos ganado los canarios contrasta con los nuevos vientos que asuelan España por Cataluña y Europa por el brexit. Canarias, diríase, es un caso chiquitito de multilateralismo y coexistencia, que nada a contracorriente. Frente al nuevo auge de la división territorial, nosotros hemos enterrado el hacha del pleito y nos acabamos de dotar de Estatuto con mar -algo impensable hasta el otro día- y con reforma electoral -igualmente insólita en nuestra tradición cainita-. Sin ánimo vanidoso, creo que somos un buen ejemplo para ingleses y catalanes, que están todavía en la fase primaria de ese instinto disgregador, tan provinciano. El solipsismo. Por esa etapa pasamos los canarios en los años 80 y precedentes, y hoy somos uno de los pueblos con mayor autogobierno de nuestro entorno, con ventajosas relaciones con el conjunto del Estado y de Europa, bajo un paraguas de seguridad formidable, y por primera vez con puentes tendidos con Africa, que era nuestra gran asignatura pendiente. Lastima algunos de nuestros principales gobernantes. Si mejoramos en este aspecto y contamos con líderes adecuados, estoy seguro de que saldremos de los últimos escalafones de las estadísticas de la vergüenza dentro del Estado y seremos, a nuestra escala, una potencia en sectores pujantes. 2019 nos depara una oportunidad de creer más en nosotros, a propósito del centenario de quien mejor nos conocía y promocionaba en el exterior: Cesar Manrique, que no se habría mordido la lengua de haber sido catalán o inglés. Como no se la mordió siendo canario sin perder la cabeza.

Ah, este año ha sido una novela negra, con sus víctimas y victimarios, y, por suerte, ha habido una cierta marea de gente buena, como decía ayer en Almería nuestra Premio Taburiente a la Concordia Partricia Ramírez, la madre del niño Gabriel. Es la intriga, la que nos embarga por conocer los capítulos que están por suceder en esta tierra, en este país, en este mundo patas arriba, como decía Eduardo Galeano. Borges se fijaba en los símbolos de las cosas antes que en los hechos. Falta saber si son tan solo metáforas, o nada menos que ellas, nuestros miedos, para tratar de adivinar cuánto hay de dolor o de insignificancia, no ya en lo vivido, sino en lo por vivir.

En estas horas previas nos urge y compete desenmascarar los hechos, asentar verdades y recuperar el sentido confiable de nuestra existencia. Para recobrar el rumbo de una mayoría decente que intenta el rescate de cuanto se está hundiendo, como formula el suplemento que el DIARIO publica hoy con The New York Times y El Español. Nunca antes despedimos un año tan solos y huérfanos, sin dioses penates, y nos invade, por tanto, una emergencia de raciocinio, de autoafirmación de principios desacreditados, de reconocernos y acertar, por una vez, en el camino.

Queremos saber cómo va a continuar esta novela. Qué será de ese señor con su tupé amarillo y sus malos gestos, capaz siempre de una locura mayor que la anterior. Nos aturden los signos con que despedimos el año que ya expira. Saber si Europa resistirá esta prueba de fuerza, bajo la tónica del barco a la deriva, expuesta al contagio del primer desatraque.

Comenzamos refiriendo el riesgo de ruptura que sufrió esta tierra, por suerte ya superado. Fue un riesgo serio. Ahora toca preguntar. ¿Se va a romper España? La política española ignora todavía los peligros que le acechan en los próximos episodios que ya no corresponderán a este año. Si la ultraderecha es la que ha llegado o la que está por llegar. Si el problema catalán devendrá en problema vasco… Y, con la misma intriga, nos miramos hacia dentro, a través de las portadas que hoy recopilamos. Son cuantiosos los problemas sociales que aquejan a estas islas, como de ahí se desprende. No hemos parado de dolernos, pese a vivir los años dorados del turismo, lo cual es un síntoma y un símbolo, como diría Borges, de lo que nos espera si un mal viento empeora el contexto turístico, sin alternativas. Nos intrigan las elecciones y el nuevo escenario político que nos aguarda en mayo, qué clase de gobierno y gobernantes tendremos, qué partidos crecerán y qué otros caerán en desgracia, qué manos finalmente timoneen esta flota. Nos intriga todo acerca de todos nosotros.De ahí el desasosiego y la esperanza.

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