Escrito por EUGENIA PAIZ
Astrid y Lermih son, más allá de una joven pareja llena de esperanzas e inquietudes profesionales y personales, dos de los asilados políticos venezolanos que se refugian en La Palma a la espera de conseguir la residencia, conscientes de que el futuro que quieren construir, no podía llevarse a cabo en su ciudad, Barquisimeto, ni en su país, Venezuela. Su espera, que ya se prolonga durante 5 meses, puede dilatarse durante tres años, un período de tiempo que puede terminar con el reconocimiento de asilados políticos de forma permanente, después de una huida de su país disfrazada de una vacaciones en España, en unos preparativos conscientes y dolorosos.
Militantes del Comité de Organización Política Electoral Independiente, más conocido como Copei, Astrid y Lermih fueron víctimas de amenazas verbales y físicas, lo que les llevó a una situación “insostenible” de la que escaparon solo con sus ahorros y tras reunir a toda la familia para comunicarles oficialmente una decisión “muy meditada y dolorosa”. Sin llegar a la treintena, ambos, ella abogada y el empleado de la empresa de su padre y estudiante de Relaciones Industriales, han dejado atrás todo para conseguir la consideración de asilados políticos, en una cuenta atrás en la que los ahorros se agotan mientras esperan, con cierta desesperación, la llegada del 26 de julio, cuando podrán contar con una autorización de residencia temporal en la que se encuentra reconocido el derecho a trabajar, sin que sea preciso solicitar una autorización adicional.
Acogidos por una generosa pareja de Breña Baja, y agradecidos por haber encontrado a “estos ángeles” en su camino, aseguran que “no podíamos continuar en Venezuela; nos habíamos resistido a huir, a abandonar nuestro país a nuestras familias, pero las agresiones, las amenazas y el último episodio en el que nos rompieron los cristales del coche mientras íbamos en marcha, aunque logramos escapar, nos convencieron de que no podíamos continuar esperando por algo que no parece que vaya a ocurrir”. Se refieren a la salida de Maduro del gobierno y a la normalización de la situación política de su país, de donde entre 2016 y 2018 se han marchado los hermanos, unos a Chile, otros a Estados Unidos… Todos intentando lograr un entorno político y socioecónomico estable y garantista de los derechos humanos que no se cumplen en Venezuela.
“Aunque teníamos trabajo -cuenta Lermih- porque yo trabajaba con mi padre y su empresa va bien, y pese a que Astrid ejercía como abogada desde hacía cuatro años, nos hemos dado cuenta de que no había futuro, de que el dinero aún teniéndolo en nuestro país y por mucho que quieras progresar, no da la felicidad”. Aunque toda la familia respaldó, aunque con reticencias más vinculadas a encajar la ausencia de sus hijos y nietos, la decisión de Astrid y Lermih, la preparación psicológica para huir de su país y abandonar “todo”, no pudo evitar el momento en el que, ya dentro del avión y después de haber convencido a los guardias nacionales que les interrogaron en el aeropuerto del motivo vacacional de su salida, evidenciaron la pérdida, la imposición de la realidad social y humana más allá de la voluntad individual. Al recordarlo, no pueden evitar emocionarse, pero quieren su futuro, un futuro con hijos y con trabajo, con inquietudes y con libertad, unas aspiraciones legítimas pero inalcanzables ahora en Venezuela, donde muchos siguen esperando, cada día con menos esperanzas, que el tiempo traiga un cambio político que les deje “vivir en libertad”.