Que la ‘cómida rápida’ es uno de los males de nuestros tiempos es algo de lo que no cabe duda alguna. No solo por sus ingredientes, ultraprocesados e hiperpalatables vinculados con una larga lista de problemas para la salud, sino como concepto en sí. Comer rápido, incluso cuando se trata de alimentos en principio sanos y bajos en calorías, es un factor que de por sí predispone a la obesidad y a alteraciones metabólicas como la diabetes de tipo 2.
Este fenómeno se relaciona generalmente con la experiencia subjetiva del apetito. Por un lado, comer deprisa no da tiempo al organismo a segregar leptina, la hormona que induce la sensación de saciedad en el cerebro y que se activa con la distensión de las paredes estomacales y la digestión. Por otro lado, acostumbrar al organismo a estos rápidos atracones, más allá de las molestias estomacales e intestinales que pueda provocar, altera este mecanismo e induce que necesitemos más comida a lo largo del día para sentirnos «llenos», perpetuando el ciclo vicioso.
Sin embargo, investigadores japoneses han querido ir más allá y comprobar si se puede medir a nivel metabólico el trastorno que provoca comer demasiado deprisa. Sus sospechas se centraban en la glucemia, el proceso por el que el organismo descompone los azúcares de los alimentos para asimilarlos. Existen comidas como los carbohidratos refinados que, de por sí, poseen un elevado índice glucémico, lo que significa que su azúcar se absorbe rápidamente y con anundancia a través de las paredes intestinales, provocando un pico de glucosa en sangre peligroso desde el punto de vista del sobrepeso y el riesgo de diabetes.
Los autores del trabajo publicado en la revista Nutrients se plantearon comprobar si comer con velocidad aumentaría la glucemia de alimentos que, en circunstancias más tranquilas, se digerirían más lentamente y con menor absorción de azúcares. Para ello se seleccionaron a 19 estudiantes universitarias a las que se les proporcionó la misma comida para todas -desayuno, almuerzo y cena- durante dos días seguidos, pero a las que se les pidió que comieran a diferentes velocidades. Sus niveles de glucosa en sangre fueron monitorizados a continuación durante un plazo de seis días.