Estamos rodeados de anuncios. En el móvil, en la tele, en redes, incluso cuando paseamos por la calle. La publicidad se ha vuelto omnipresente, pero quizá por eso mismo cada vez cuesta más que algo nos llame la atención. Hay demasiadas marcas hablando al mismo tiempo. Y, sin embargo, entre tanto ruido, lo que sigue funcionando es lo de siempre: el gesto sencillo, el objeto útil, la presencia discreta.
El marketing de siempre, ese que parecía superado por la tecnología, sigue vivo. Y lo demuestra cada vez que alguien se decide entre varios bolígrafos publicitarios, guarda una bolsa reutilizable o anota un teléfono en un cuaderno con logotipo. Objetos simples, útiles, cotidianos. El auge de las cámaras analógicas, por ejemplo, es solo una prueba más de que lo tradicional, lo práctico, está empezando a coger peso por esa saturación de estímulos propia de nuestra era.
El valor de lo tangible en tiempos de pantallas
Las marcas que se hacen un hueco no son siempre las que más invierten, más bien las que encuentran la forma de colarse en la rutina sin invadir espacios. Un gesto, un detalle, un objeto que se usa sin pensar, pero que termina asociándose con una experiencia o una necesidad cubierta.
Eso tiene un valor que no se mide en clics ni en visitas. Porque lo que se toca, lo que se guarda en un cajón o se presta a otro, también comunica. Y, muchas veces, lo hace mejor que un anuncio que desaparece en cuanto deslizamos el dedo. La familiaridad de esos elementos, que pasan de unas manos a otras, permite que el recuerdo se construya poco a poco, sin urgencia.
El marketing que se agradece
Una de las ventajas de este tipo de publicidad es que no resulta invasiva. No aparece entre vídeos, no interrumpe lo que estás haciendo, no exige atención. Está ahí, disponible, útil. Y eso genera algo que muchas campañas digitales no consiguen: cercanía. Por eso, muchas pequeñas y medianas empresas siguen apostando por acciones más locales, más cercanas, que generan confianza sin realizar un gran despliegue de medios.
Al fin y al cabo, un objeto útil entregado en el momento oportuno no necesita mucho más para quedarse. A veces termina acompañando a alguien durante semanas sin que apenas lo note: en una mochila, sobre una mesa de trabajo, en un cajón que se abre todos los días. A su manera, sigue presente.
Lo importante no siempre se mide
No todo el marketing tiene que viralizarse. De hecho, muchas veces lo mejor que puede pasarle a una marca es que alguien la recomiende sin que parezca que está haciendo publicidad. Que se hable de ella porque es útil, cercana o fiable. Que pase de boca en boca. De mano en mano.
Las marcas que entienden esto no intentan imponerse. Se cuelan de forma natural en la vida de las personas. Acompañan. No interrumpen. Y quizá por eso, acaban siendo más recordadas que aquellas que se empeñan en estar en todas partes todo el tiempo.