Los tres supervivientes de la peor de las tragedias conocidas en la Ruta Canaria en lo que va de año pueden contarlo de milagro: nadie los buscaba, los vio un avión del Ejército del Aire durante un entrenamiento fuera de los límites habituales y los rescataron exhaustos, ni podían erguirse. Llevaban 22 días en el mar, estaban solos, «en mitad de ninguna parte».
«Es la misión más dura que he tenido», confiesa uno de los pilotos del helicóptero del Servicio de Búsqueda y Rescate (SAR), el comandante Ignacio Crespo, que varias veces tuvo que recordarse a sí mismo su consigna de no volver la cabeza y abstenerse de mirar al estado de los tres rescatados, para que nada le descentrara de completar una misión que estaba en los límites del alcance de su aparato: seis horas de vuelo, casi 1.200 kilómetros sin repostar.
Los dos rescatadores que se descolgaron al cayuco, el sargento primero Fernando Rodríguez y el cabo primero Juan Carlos Serrano, recuerdan la experiencia como algo «terrible», porque tuvieron que recoger en brazos a los supervivientes, dos hombres y una mujer deshidratados, incapaces siguiera de levantarse, a los que había que transportar por el cayuco sorteando travesaños y cuerpos.
Lo más terrible para ellos no fue la visión de los al menos 17 cadáveres que contaron en la barquilla, lo peor fue levantar la vista, cambiar la perspectiva y sentir en carne propia la angustia que habían vivido aquellas personas. Desde el aire, Rodríguez y Serrano controlaban la operación, sabían bien que estaban a 590 kilómetros de El Hierro, fuera de toda ruta habitual de navegación.
Cuando pisaron el cayuco y miraron al horizonte, sintieron el golpe de la realidad. «Era la nada», «estaban en mitad de ninguna parte», «cuando ves lo que vieron ellos durante 22 días, te das cuenta de lo que han pasado», relatan ambos en la cabina del helicóptero del SAR a un equipo de la Agencia EFE y otro de Televisión Canaria.
Juan Carlos Serrano tiene por costumbre activar el cronómetro de su reloj cada vez que se descuelga a un rescate. Los pilotos les habían dicho que disponían de 30 minutos máximo para completar el rescate y emprender el viaje de regreso, pero no había viento, ni olas, el mar estaba plano y el cayuco «giraba como una peonza» por la turbulencia que provocaba el helicóptero situado en su vertical.
«Estaban muy débiles, no ofrecían ninguna resistencia. Esta vez no había que tranquilizar a nadie (en los rescates a veces hay el peligro de que los ocupantes de la patera se levanten precipitadamente y provoquen un vuelco). Al contrario, había que revitarlizarlos un poco, para que pudieran colaborar. Estaban tan débiles que me tuve que apoyar en el compañero para mantenerlos erguidos. No había forma de ponerles el cincho de arriado», relata.
Con los dos primeros supervivientes ya en la cabina del helicóptero faltaba izar al tercero, pero «estaba peor», recuerda el sargento primero Rodríguez, que vio cómo su compañero avanzaba como podía hasta la popa del cayuco y cargaba con él en brazos.
«Casi no podíamos avanzar entre los travesaños; además, pisábamos a sus compañeros fallecidos e, incluso, nos caímos. Ellos colaboraban en lo que podían, porque sus fuerzas eran limitadísimas. A duras penas podían pestañear», recuerda Serrano.
El cabo miró el reloj de nuevo, habían pasado 40 minutos, diez más de lo establecido, y faltaba por izar a la cabina al último superviviente, además de a su compañero Rodríguez y a él mismo. Los dos rescatadores tomaron entonces una decisión: «que lo suban y se marchen». Estaban preparados para que regresaran sin ellos.
«Los dos valoramos la posibilidad de que se fueran sin nosotros, porque sabíamos que había otro helicóptero de respaldo posicionado ya en El Hierro. Si hubiéramos tenido que estar allí cuatro, seis horas, o un día o dos, hasta que volvieran a por nosotros, no hubiese pasado nada. Estamos para eso, es nuestro trabajo», explica Serrano, que subraya que su compañero y él hubieran sobrevivido sin problema hasta que llegara otro helicóptero o barco de Salvamento Marítimo que venía de camino desde Gran Canaria. «Ellos, no».
No fue necesario, los pilotos recalcularon la autonomía: habían ahorrado combustible de camino al cayuco volando con viento de cola y regresaban solo con tres supervivientes… Los dos tanques de reserva que habían cargado les daban para regresar a El Hierro e, incluso, para seguir a Tenerife, si fuera necesario. Lo fue.
Para la teniente enfermera Cristina Justo era su segunda misión de rescate. «Estaban en muy mal estado, estaban deshidratados. Por lo que pude entender llevaban 22 días en la mar y necesitaban atención médica urgente», cuenta ahora, en la Base de Gando.
La teniente Justo sabe que las personas que llevan sentadas muchos días en un cayuco sin cambiar de posición difícilmente pueden moverse a las primeras de cambio. En este caso, «no podían ni beber ellos solos», recuerda, «necesitaban ayuda para todo».
Desde más arriba, contemplaba la escena el capitán Álex Gómez, de la tripulación del avión del SAR que localizó el cayuco y que luego acompañó al helicóptero en el rescate. «Fue una suerte para esas personas que estuviéramos en la zona. Es un lugar que está fuera de las rutas del tráfico marítimo, es muy poco habitual encontrarse embarcaciones con migrantes a bordo en esa área».
Gómez mira al parche que todos sus miembros del 802 Escuadrón del Ejército del Aire llevan cosido al uniforme con su emblema… y sonríe orgulloso. Es un ángel lanzando un salvavidas desde el cielo.