Wei estaba acostumbrada a tener los síntomas que le surgieron en un primer momento, así que no se preocupó demasiado. “Me sentía un poco cansada, pero no tanto como en años anteriores”, contó.
Como era habitual, esperó un día para ver si se le pasaba el malestar, algo que no sucedió. El 11 de diciembre fue a hacer una consulta a una clínica local, cercana a su casa, donde le aplicaron una inyección.
A pesar de que el cuadro parecía agravarse, seguía yendo a trabajar. Lo que hizo fue buscar una segunda opinión en un hospital de Wuhan. “El médico del hospital The Eleventh no pudo descifrar qué me pasaba y me dio pastillas”, dijo. No funcionaron.
Cada vez más angustiada, Wei regresó a su clínica para que le dieran nuevas inyecciones que le bajaran la fiebre y calmaran sus dolores. “Para entonces me sentía mucho peor y muy incómoda. No tenía fuerza ni energía”.