Nunca ha sido tan fácil invertir. Un móvil, una app, una cuenta verificada y ya estás dentro. Desde la terraza de un bar en Santa Cruz hasta la parada de la guagua en La Laguna, cualquiera, en teoría, puede mover su dinero en tiempo real, acceder a nuevos activos o seguir la evolución del mercado con un par de toques en su smartwatch. Pero ese “en teoría” es la clave. Porque mientras se habla de una democratización de las finanzas, en la práctica hay mucha gente que se está quedando atrás. Y no por falta de interés, sino por falta de medios, de formación o simplemente de contexto.
Las nuevas formas de inversión digital han abierto puertas, sí, pero también han creado un nuevo tipo de exclusión: la del que no entiende el sistema, la del que no sabe por dónde empezar, o la del que ni siquiera sabe que estas opciones existen. Y no hablamos solo de personas mayores. Hablamos de jóvenes sin acceso a una educación financiera básica, de familias con conexión a internet, pero sin dispositivos adecuados, o de barrios donde lo digital aún suena lejano.
Una brecha que va más allá del wifi
En España, más del 90% de los hogares cuenta con acceso a internet, según el INE. Pero ese dato, por sí solo, no lo explica todo. Tener wifi no significa saber invertir. Ni siquiera significa saber usar bien una app de banca online. De hecho, muchos usuarios utilizan sus móviles para ver vídeos o enviar mensajes, pero no para gestionar su economía.
Cuando uno entra por primera vez en una plataforma de inversión y se encuentra con términos como staking, volatilidad, blockchain o tokenización, es fácil sentirse fuera de lugar. En ese momento, la inversión digital deja de parecer una oportunidad y se convierte en un terreno ajeno. Ahí es donde se instala la brecha real: la de la comprensión.
Un buen ejemplo del potencial y los desafíos de estas herramientas es el caso de Ethereum, una de las criptomonedas más conocidas. En 2021, su valor se acercó a los 4.000 dólares y, como es habitual en inversiones, posteriormente registró variaciones. Este tipo de movimientos ha despertado el interés de numerosos inversores, subrayando la importancia de contar con información adecuada para tomar decisiones fundamentadas en un entorno en constante cambio.
En Canarias, la situación se agrava por la insularidad y las diferencias entre territorios. Hay zonas bien conectadas, sí, pero también muchas en las que la cobertura es limitada o donde el uso de la tecnología sigue siendo muy básico. Y si a eso le sumamos que buena parte de la economía del archipiélago aún depende de sectores tradicionales como el turismo, el comercio o la agricultura, no es difícil entender por qué el acceso a la inversión digital sigue siendo más aspiración que realidad para muchos.
Saber invertir es más difícil que invertir
Curiosamente, lo más sencillo hoy no es poner dinero en una plataforma: es entender bien dónde lo estás poniendo. El verdadero reto ya no es entrar, sino hacerlo con criterio. Porque invertir no es un juego, aunque muchas apps lo hagan parecer así. Es tomar decisiones con información, gestionar riesgos, pensar a largo plazo. Y eso, sin una educación financiera sólida, es complicado.
¿Dónde se aprende eso?: ¿en el colegio, en casa, en YouTube? La verdad es que no hay un camino claro. Y aunque existen iniciativas que buscan mejorar la alfabetización financiera, siguen siendo escasas. Algunos bancos ofrecen talleres, hay asociaciones que imparten charlas, e incluso ciertas universidades empiezan a incluir contenidos sobre inversión digital. Pero todavía estamos lejos de que esto sea algo al alcance de todos.
Lo preocupante no es solo la falta de conocimientos, sino las consecuencias de esa falta. Porque quien no entiende cómo funciona una inversión digital, puede caer en errores muy costosos: desde meter dinero en proyectos dudosos hasta endeudarse pensando que todo es tan fácil como parece en los anuncios.
Y aquí es donde los medios tienen un papel clave. Informar con claridad, sin tecnicismos innecesarios. Traducir lo complejo. Hacer que la economía no sea un lenguaje exclusivo de unos pocos.
En definitiva, el tablero económico ha cambiado radicalmente. Ahora se mueve en pantallas, en tiempo real, en plataformas que están a un clic… pero no al alcance de todos. La inversión digital no solo depende de la tecnología, sino del conocimiento, la confianza y la capacidad de cada persona para moverse en este nuevo mundo. Y ahí, por mucho que avance la tecnología, la desigualdad sigue siendo una brecha que cuesta cerrar.
No basta con poner wifi en cada casa. Hace falta poner también herramientas, formación y una cultura financiera que acompañe. Porque invertir no es solo mover dinero. Es, ante todo, comprender lo que se está haciendo. Y eso, ahora mismo, no está al alcance de todos.
Ya lo advertía el Banco de España en su análisis sobre los riegos de la exclusión finaciera: la digitalización de los servicios no puede olvidar a los colectivos vulnerables. De lo contrario, lo que se presenta como una oportunidad terminará consolidando una nueva forma de marginación.