Lionel y Érika, nombres ficticios, son una pareja treintañera que viven en un cueva en el área metropolitana de Tenerife. Ha sido complicado poder hablar con ambos, al final ella no ha querido salir fotografiada, mientras él nos ha pedido que intentemos que la publicación de su historia “no repercuta en nuestra vida y que no nos echen de la cueva”. “Me preocupa que vengan a quitarnos lo poco que hemos conseguido”.
Publicar este tipo de noticias implica un movimiento consecutivo de las administraciones que conlleva en muchas ocasiones el desalojo de ese lugar, como así ocurrió cuando se focalizó la situación del poblado de chabolas en el Pancho Camurria, o diversos sinhogar pernoctando en cajeros, parques o bajo varios puentes de la ciudad.
Hay que cuestionarse qué estamos haciendo mal como sociedad para que una pareja joven acabe viviendo en una cueva y buscándose la vida cuidando y aparcando coches en la calle o haciendo todo tipo de cáncamos para poder sobrevivir. “Dos bocas no se pueden alimentar con 490 euros al mes, tampoco puedes pagar un alquiler, porque incluso los más económicos rebasan esa cantidad y si lo pagamos no podríamos comer.
Aunque las trabajadoras sociales nos derivan a una ONG para recibir alimentos, solo reparten una vez al mes, y esa comida no llega para alimentarnos 10 días”, lamentó Lionel.
La pandemia y la crisis del coronavirus también dejó por el camino a muchas personas que vivían vinculados al sector servicio, sobre todo el turismo. Además, un día Lionel se aburrió del sistema económico y social implantado en Canarias.
“He intentado conseguir un trabajo, pero no han salido cosas que me interesen. La gente tampoco está para hacerte un contrato, ni darte de alta. En estos años me he buscado la vida para poder sobrevivir, incluso emprendiendo”. Lionel es un inconformista, tiene una amplia experiencia laboral y buen currículum pese a no tener el graduado de Secundaria, al desarrollar gran parte de su vida vinculada al turismo en la zona sur de las Islas, dice que habla cinco idiomas. “Dejé los estudios con 15 años para trabajar, era más fácil ganar dinero buscándome la vida en el Sur, y veía cómo había gente que estudió Formación Profesional o incluso una carrera universitaria que ganaban lo mismo que yo. Mi padre 20 años antes también comenzó a trabajar en la construcción, era fácil llevar un buen sueldo a casa”, recordó.
Antes de llegar a la cueva, esta pareja vivía de okupa en un edificio, y reconocen que no dormían tranquilos. “Podría venir la policía a desahuciarnos o teníamos discusiones con los vecinos, o temíamos que otros nos robaran nuestras cosas o incluso la habitación”. Reconocen que “quien allana una casa sabe que está cometiendo un delito, y lo último que quiero es tener encontronazos con la justicia”, afirmó Lionel.
Así que se cansaron de esta situación y buscaron un lugar donde vivir. “Encontramos esa cueva y la estamos arreglando poco a poco. Tras limpiarla de basura, la han reformado, ya tiene un baño, un dormitorio (aunque todavía duermen en tienda de campaña), una zona de cocina… Todavía está sin puerta y convivimos con ratones y algunas pulgas pero, sobre todo, nos preocupan las ratas por la noche”. Esta fase constructiva ha supuesto un paso importante en mejorar las condiciones de salubridad, pese a que no tienen agua ni luz, ya llegarán. En el caso de la electricidad están buscando la posibilidad de poner una placa solar, y a la hora de buscar agua, acuden a una fuente cercana y llenan garrafas para poder beber, hacer la comida o ducharse.
VIVIR CON DIGNIDAD
Durante la charla, Lionel y Érika reflexionan: “¿Se han preguntado alguna vez cuántos de los miles de personas viven en una cueva, debajo de un puente o en las ruinas de un edificio? Seguro que algunos quieren que los saquen de ahí, pero dónde los van a meter? El albergue es temporal, y si les ofrecen pisos de alquiler, deben tener unas condiciones en las que, con las ayudas que les ofrezcan y lo que puedan poner los beneficiados, puedan vivir con dignidad, no ahogados, porque la inflación ha subido los precios de los alquileres, la comida, la luz..”.
Reconoce que hay gente que podría ser irrecuperable para el sistema. “Llegué hace cinco años a Santa Cruz, y solo duré tres noches en el albergue. Es muy fácil seguir viendo las mismas personas allí, eso significa que las instituciones les han dado una comodidad y ellos se han adaptado a ese estilo de vida con penurias, un error total”.
También señaló que “los que hemos trabajado en el Sur vemos que ya es imposible encontrar alquileres para poder vivir, todo es mucho más caro”. Aunque, matizó que “la gente se busca más la vida y es inconformista. Veo que en Santa Cruz y La Laguna hay mucha gente acomodada, reciben más ayudas y esto genera también que se dejen llevar, que apenas luchen por mejorar. Se acomodan a lo que les da el sistema y están condenados, independientemente de que sean felices o infelices; la prioridad es pasar un día más, cubiertas las necesidades mínimas para sobrevivir”, lamentó.
Lionel, que ya tiene un máster en la calle, afirma con rotundidad que “las ayudas que ofrecen las instituciones son pan para hoy y hambre para mañana. Por supuesto, agradezco que nos den 400 euros, pero lo que muchos necesitamos son empleos que nos den estabilidad, que la gente necesitada vea renovados sus convenios de empleo y que tengan una mayor duración. No es posible que nos saquen equis meses para pequeñas obras, limpieza y jardinería, y después pase un año completo sin llamarnos, y así toda la vida. Esos convenios dan un salario pero muchas veces no sirven para mejorar las habilidades ni facilitar una inserción”, lamentó.
UNA DUCHA CALIENTE
Érika, que escucha en silencio, asiente con la cabeza. Lleva varios días alicaída por un resfriado, y casi diez años con tratamiento para una enfermedad, pero lamenta que “todavía estoy esperando -ya suma ocho meses- para que me resuelvan la PCI o la Renta Mínima Vital-, mientras que también trato de arreglar una paga por minusvalía”.
La suma de diversas circunstancias ha llevado a que ambos estén ahora viviendo en una cueva. Trabajando en empresas vinculadas al sector turístico, Lionel reconoce que ganó dinero, pero también lo gastó. Cuestionado por lo que más echa de menos ahora, reconoció que “una ducha caliente por las mañanas, y no pasar frío algunas noches.
Cuando sales de comodidades, te das cuenta de que tener un televisor o jugar con la play te atontan, generan una adicción más. Nacimos con una necesidad que es la comida y la bebida, que en algunos casos se convierten en vicios, pero luego llegan otros extras a los que cada uno le da más o menos importancia. Llegué a ganar 2.000 euros al mes y los malgasté en ropa, comidas, salidas de ocio nocturno, adicciones…”, lamentó.
Ambos tienen hijos de anteriores relaciones, Érika dos, y Lionel una hija. “Mi hija no sabe que estoy viviendo en una cueva. Vive con su madre y su nueva pareja. Entre mis padres, mi tía y lo que pueda darle yo, no le falta de nada. Voy a visitarla en fechas puntuales y le enviamos la manutención y los regalos de cumpleaños y Reyes”.
NO OBLIGO A NADIE
Habitualmente ambos se ganan la vida cuidando y aparcando coches en varias zonas de la capital; en ocasiones Lionel hace pequeños trabajos de reparación, cáncamos en el campo o la pesca o ayuda a gente que necesita descargar material de obra o a alguna persona mayor.
La crisis continúa y a los que han perdido el empleo se suman los que tienen trabajo precario o están muy tocados y casi no llegan a fin de mes. “Hay gente que sabemos que no puede darnos, que la gasolina ha pasado a costar 1,50 euros, que las cosas se han encarecido y que cuando vas al supermercado sales con menos compra. Cada vez tengo que echar más horas para poder tener dinero para comer, podemos recoger 10 o 12 euros en cinco horas. No obligo a nadie a que me den una propina, si un día no puede seguiré realizando el servicio igual, porque si no me da uno, me dio el del coche de al lado. Hay que ser profesional y ofrecer un buen servicio”.
UNAS 2.000 PERSONAS, EN LA CALLE, CHABOLAS, CUEVAS O LUGARES INSALUBRES
La imposibilidad de acceder a una vivienda digna es un problema que afecta a miles de personas en Canarias y en Tenerife. La falta de oportunidades hace que lleguen a vivir en la calle, bajo puentes, en chabolas, cuevas, construcciones abandonadas o semiderruidas, de ocupas, en vehículos o en lugares insalubres. Desgraciadamente, también hay familias con menores .
Esto no es un problema reciente, sino que se intensificó con la crisis del año 2008, una reforma laboral que precarizó el empleo y devaluó los salarios. También han influido el agravamiento del problema de la vivienda en Canarias, donde apenas las administraciones construyen VPO o de alquiler social, y muchos propietarios de vivienda privada han visto una bicoca en el alquiler vacacional, inasumible para los trabajos precarios en Canarias, y por último la pandemia y la crisis económica y social que ha causado.
Hace un año, un desgarrador estudio de Cáritas Diocesana de Tenerife alertaba que al menos 1.800 personas se encontraban en situación de exclusión residencial extrema en Tenerife, a 31 de diciembre de 2020, cifra que superaba los 2.000 un trimestre después al seguir identificándose casos, casi el 50% en la zona sur.
En relación al motivo que ha llevado a estas personas a vivir en una situación de exclusión residencial extrema, un 48% hacía referencia a problemas económicos; un 31%, a la carencia de una red familiar de apoyo, y un 21%, a adicciones. El 33% del total de personas sin hogar llevaba en esta situación más de tres años, es decir, antes de la crisis socioeconómica generada por el coronavirus.