El repunte de casos de COVID-19 lleva al límite a la atención primaria, y puede volverse catastrófica al sumarse la gripe estacional.
La sobrecarga que están soportando los Centros de Atención Primaria para hacer frente a un repunte de contagios de COVID-19 -que, si no es ya la temida «segunda ola«, admite Sanidad, se le parece- va a cobrarse un elevado precio al término del verano. Los médicos de familia y el personal sanitario de los ambulatorios tienen entre sus manos la responsabilidad principal del rastreo de contactos de riesgo una vez se notifica un caso positivo, una tarea realizan con plantillas depauperadas y bajas que no han sido cubiertas, y una necesidad de atención sanitaria que se ha ido agolpando durante la crisis sanitaria.
«Hemos estado tres meses parados y ahora tenemos demandas acumuladas de pacientes crónicos que no se han revisado en este tiempo», explicaba Javier Padilla, médico de atención primaria en el Centro de Salud de Fuencarral (Madrid), a EL ESPAÑOL. Al mismo tiempo, se impusieron las vacaciones entre julio y septiembre para dar descanso a los profesionales y tener a la plantilla al completo . Se contaba con que el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 se comportase como un virus estacional y remitiera con el calor y la aridez, pero el repunte de contagios no respalda estas previsiones optimistas.
Si la capacidad del verano para atenuar la pandemia era una hipótesis, el riesgo para el otoño está fuera de toda duda. Los coronavirus respiratorios, como el del catarro común, circulan mejor con bajas temperaturas y contagian más cuando la humedad ambiental cae, resecando las mucosas nasales. Estos factores se pueden contrarrestar respetando las medidas de seguridad –mascarilla, distancia social e higiene– pero se suma un factor mayúsculo de inquietud: la gripe estacional, un problema de salud que causó 38.000 ingresos hospitalarios en 2019, 2.000 de ellos en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), y unas 6.000 muertes.
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