Julio ha llegado a su fin, y el Océano Atlántico se ha calentado significativamente, especialmente en las áreas propensas a la formación de huracanes. En la «región principal de desarrollo», un tramo de agua tropical entre África y el Mar Caribe donde suelen originarse los principales huracanes del Atlántico, la temperatura promedio de la superficie del mar alcanzó los 28 grados Celsius (82.4° Fahrenheit), un grado más alta que cualquier julio anterior registrado.
Sin embargo, a pesar de las altas temperaturas, julio fue inusualmente tranquilo en los trópicos del Atlántico. Solo se formó una tormenta con nombre, llamada Don, que surgió en medio del océano, pero no representó ninguna amenaza real. Don apenas alcanzó la categoría de huracán con vientos de 120 km/h (75 mph) durante 12 horas antes de debilitarse rápidamente. Esto plantea la pregunta: ¿dónde están las tormentas y qué implica esto para la temporada de huracanes del Atlántico de 2023, que generalmente alcanza su punto máximo en septiembre?
Es importante tener en cuenta que junio y julio suelen ser meses relativamente tranquilos en los trópicos del Atlántico, y la actividad general de este año se mantiene dentro de niveles normales. La temporada de huracanes no suele cobrar fuerza hasta agosto y septiembre, y esto se debe en parte a la cizalladura del viento, que mide la variación en la velocidad y dirección del viento en diferentes niveles de la atmósfera.
Altos niveles de cizalladura del viento durante junio y julio en el Atlántico dificultan la formación y fortalecimiento de tormentas. Sin embargo, el hecho de que estemos en El Niño ha llevado a un aumento en los niveles de cizalladura del viento, lo que ha suprimido la actividad de tormentas a pesar de las altas temperaturas del mar.
Mirando hacia el futuro, las altas temperaturas de la superficie del mar apuntan a la posibilidad de una temporada de huracanes históricamente activa y peligrosa. Sin embargo, el nivel de cizalladura del viento es otra variable crucial a considerar. Algunos modelos sugieren que la cizalladura podría relajarse a finales de agosto, lo que podría desencadenar una mayor actividad de huracanes.
Otro efecto del fenómeno de El Niño es el aire descendente, lo que inhibe la formación de tormentas, ya que limita el suministro de humedad desde el océano. Hasta ahora, ha habido mucho aire descendente en el Atlántico este año, pero no podemos asumir que esto continuará durante los meses críticos de agosto y septiembre. Estamos observando de cerca la llegada del pico de la temporada de huracanes en el Atlántico. Las altas temperaturas del agua y las expectativas aumentadas de actividad generan preocupación entre los meteorólogos y residentes de las zonas costeras. Sin embargo, la naturaleza impredecible de los huracanes hace que estemos atentos a los cambios en las condiciones atmosféricas y oceánicas que puedan afectar el desarrollo de futuras tormentas.