Este emprendedor madrileño quiso innovar en el sector mortuorio pero pronto se topó con la cara más oscura del negocio de la muerte.
Imagine por un momento una desgracia: se le acaba de morir un ser querido. Si alguna vez le ha ocurrido, sabrá que al duelo de esa pérdida hay que añadirle los gastos del servicio funerario: ataúd, coche fúnebre, oficio, incineración, sepultura y todas las gestiones burocráticas correspondientes. En total, un montante de entre 4.000 y 6.000 euros. Ni morirse es barato.
Ante los desmedidos gastos que genera una defunción, a un emprendedor madrileño se le ocurrió un sencilla solución para abaratarlos: un ataúd de cartón biodegradable con un precio de 100 euros. Fue la idea que Javier Ferrándiz quiso llevar a cabo. “Empecé a finales de 2009 cuando vi que esto en otros países ya funcionaba”, explica a EL ESPAÑOL. “Yo lo que hice fue importar la idea. Empecé a diseñar uno y vi que lo más sensato era que estuviera plegado para que no ocupara tanto espacio y fuera más fácil de transportar”. Lo llamó RestGreen (descanso verde, en inglés).
El Español ha realizado un amplio reportaje sobre el tema que puede leer aquí