Albert Fouquet, integrante de lo más selecto de la alta sociedad francesa de principios del XX, era un experimentado descubridor de perfumes. Una noche de verano de 1937 coincidió en la Costa Azul con John Fitzgerald Kennedy y a los pocos minutos de ser presentados el que años más tarde sería presidente de Estados Unidos ya había reparado en la esencia del reputado perfumero francés. Así se lo hizo saber, lo que motivó que a la mañana siguiente recibiese en su hotel una muestra con la cautivadora fragancia y la siguiente nota: «En este frasco encontrarás la dosis de glamur francés que le falta a tu simpatía americana».

A la vuelta de sus vacaciones Fouquet recibió una carta de JFK agradeciéndole el detalle y comunicándole el éxito que había tenido el perfume entre sus amistades. Y le rogaba que le enviara ocho frascos más y “si la producción lo permite, otro más para Bob”.

Así nació la historia de este perfume único y de producción limitada elaborado, entre otros ingredientes, con una planta de Los Andes que Albert Fouquet denominó Andrea.