Hace tiempo, no sé cuándo, ni dónde, ni por qué empecé a chillear. Este verbo tan peculiar (acuñado por Abner, un compi de curro) proviene del inglés chill out, que significa algo así como relajarse. Ahora bien, he comprobado que este anglicismo o voz resultante de un derivado del inglés no está recogido en ningún medio oficial. Lo que sí tengo claro es que estamos ante un término cada vez más popular. ¡Y eso me encanta! Quizás en unos años no nos sorprenda tanto, justo como ha pasado con chatear o cliquear, palabras ya muy comunes en nuestro vocabulario. Resulta que esta corriente del chill vive en mi día a día con expresiones como: «¿Quedamos en modo chill?», «Hoy estoy de chilling» o «¡Súper chill!». Al final, este término ha brotado del alma y de las experiencias, de la vida en sí, que tiene mucho que dar. Otra cosa es aquel «Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor» de Ana Botella, que fue un uso cutre del code-switching (alternancia de código) o sea, utilizar dos o más lenguas en un mismo discurso… ¡Ahí queda!