“¿Y qué es la identidad?”, narraba la voz de Madariaga al inicio del Concierto de la Identidad de los grupos Añate, Agarau y Oroval. Una pregunta que acude a mi cabeza cada mes de mayo, cuando comienzan las celebraciones del Día de Canarias.

Saber de dónde eres no es la clave, ni mucho menos, para saber cómo sentir tu lugar de nacimiento. Por eso es muy sencillo responder “Yo soy canario”, pero otra cosa muy distinta es saber qué significa serlo… si es que significa algo. Y de ahí mis dudas sobre qué celebramos el 30 de mayo.

Si algo he ido aprendiendo es que cada uno celebra Canarias a su manera. Y por ello el concepto de lo canario es subjetivo, variable y muy ligado al romanticismo de ciertas creencias. Y es así donde empiezan a convivir ideas a priori contradictorias, donde el cariño por la cultura aborigen se mezcla con el legado colonial hispánico; donde los bailes de magos combinan vestimentas tradicionales del siglo XIX con camisas de Zara, cuchillos con pintaderas guanches y postres de gofio con leche desnatada, baja en lactosa y calcio añadido. Romerías donde nos sentimos súper canarios conjuntando fajines rojos con el último modelo de Ray-ban, escotes con justillos heredados y, cómo no, folías con reggaetón. Género, por cierto, en el que somos líderes en Europa. ¿Eso no es identidad?

Tal vez la política se ha apropiado de demasiados elementos sin ningún criterio y el sistema educativo ha suspendido durante generaciones la asignatura de la idiosincrasia canaria. Y por supuesto, nuestra responsabilidad como pueblo de conocer nuestra tierra tampoco ha estado a la altura.

Por lo tanto, no lo sé. No sé qué es la identidad canaria. Pero espero que sea algo más que ese puñado de palabras de origen portugués que el resto de España no usa, o esas frutas y verduras tan nuestras, pero que no son originarias de las islas. Y es entonces cuando caigo en algo que quizás solo entiendan aquellos que hemos vivido lejos durante un tiempo. Algo que puede resumirse con las primeras notas de “Nube de hielo”, de Benito Cabrera. Ese timple que estamos hartos de oír en bodas, vídeos de comuniones o mientras delibera el jurado de la romera mayor.

Sí, hartos. Hasta que encadenas dos inviernos sin volar a casa y sales de la estación Alonso Cano de la línea 7 del metro de Madrid. Con las manos heladas y bajo un cielo tan gris como el asfalto de la avenida José Abascal. Y entonces suena ese dichoso timple en tu Spotify. Una melodía de lo más sencilla que has oído un millón de veces… pero que aquí suena distinta. Y ya sea en su versión instrumental o con el maestro Chago al son de “Te dibujo en un papel… “, no puedes evitar que se te empañe la vista. Tal vez cuando analicen esa lágrima, de manera más sentimental que científica, den algún día con el verdadero ADN de la identidad canaria.

Juan Castro
@juanset.ct