A vueltas con el coronavirus, la actual pandemia trae inesperadas oportunidades para el desarrollo sostenible y la conservación. Por todos es sabida la miríada de vídeos en redes sociales que durante lo más duro del confinamiento han arrancado por igual sonrisas y comentarios, mostrando animales salvajes recuperar entornos que creíamos irrecuperables. Delfines en Venecia, cachalotes en las inmediaciones de Canarias, lobos en Madrid, jabalíes en Barcelona, osos pardos en Santander… Solo se ha necesitado de nuestra ausencia durante unos pocos días para que la naturaleza recuperase de manera abrupta lo que es suyo. Siento informar, queridos lectores “ecoconcienciados”, de que una gran parte, que no todas, de aquellas imágenes eran falsas. Fake, que se dice hoy en día. O se trataba de vídeos obtenidos en cualquier otro momento que no fuese la cuarentena, o se trataba de más o menos bienintencionados montajes. También los había que no representaban novedad alguna, como los jabalíes en Barcelona, que causan problemas desde hace años, o la presencia de lobos en la Comunidad de Madrid, que lleva siendo reportada de manera ocasional pero cada vez más frecuentemente desde hace unos años. No hay que olvidar, y aprovecho para reinvindicarlo, que España ha sido uno de los países europeos, que más dinero ha invertido en conservar su fauna salvaje, en especial los grandes depredadores, y por lo tanto ha cosechado enormes logros en esta materia en las últimas décadas. Por solo poner un ejemplo comparativo, el lobo está extinguido en Francia, Alemania y las islas británicas, al igual que las poblaciones de osos estables, que solo quedan en España y en el este de Europa.

También han sido muy comentados los asombrosos niveles de pureza del aire y el acusado descenso de emisiones de carbono. Aunque los niveles de las emisiones no van a tardar en volver a donde estaban de manera paulatina (en eso no va a diferir la normalidad de la “nueva normalidad”), los científicos del todo el mundo han tenido una oportunidad inédita de recabar información valiosísima para el estudio del cambio climático. Suficiente material para pasar una década investigando, con resultados que pueden trasladarse entonces a la política activa. Ejemplo de ello es lo que se ha dado en llamar el Green Recovery, la recuperación verde, una serie de medidas condicionantes para recibir el dinero del rescate económico de la Unión Europea que pretenden reforzar el plan original de descarbonizar totalmente Europa en 2050.

Pero, por supuesto, también hay espacio para ver que como población aún tenemos mucho que trabajar a nivel doméstico y municipal. De igual manera que la pandemia ha traído nueva información acerca de la atmósfera, también hemos podido medir con exactitud cuánto tarda de media en llegar un objeto de plástico desechable desde su uso al mar. La respuesta es menos de una semana. Se han observado flotando en alta mar grandes cantidades de los objetos que hasta hace pocos meses los gobiernos de todo el mundo eran capaces de estafarse entre sí por conseguirlos: guantes y mascarillas. Si la pandemia provocada por el coronavirus ha sido llamada la guerra de nuestra generación por los medios, los guantes de plástico flotando en el mar vendrían a ser como las minas antipersona que quedaron enterradas en Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Las usamos con descaro y nos despreocupamos de dónde acaban y a qué matan.

Aunque debería hacernos reflexionar, diré en descargo de nosotros, ciudadanos de a pie, que no se puede imputar toda la culpa de esta sociedad a malos hábitos y a falta de conciencia cívica y ecológica. Que nadie se engañe; de eso tenemos en abundancia. Pero también tenemos un planteamiento de mobiliario urbano mejorable y unos servicios de limpieza deficientes en muchas ciudades. Cualquier desecho convenientemente depositado en una papelera urbana sin tapa puede acabar muy fácilmente donde no debe si hay rachas de viento. Si esa ciudad además es una ciudad costera, como tantas en nuestro país, el tiempo que un guante de plástico emplea en darse a la fuga de una papelera urbana y llegar al mar puede ser de un solo día.

Es un tema pendiente en muchas ciudades. Contenedores de reciclaje mal gestionados y papeleras urbanas inexistentes, mal distribuidas, y ornamentadas o artísticas, pero que cumplen deficientemente su función: retener la basura hasta que sea recogida y consecuentemente procesada. Y es que la UE previsiblemente va a prohibir el uso de objetos plásticos desechables este año, pero, aunque así sea, esos guantes flotando en el mar van a quedar donde están, de una forma u otra, bastante más tiempo que lo que dura la vida de la persona a la que protegieron.

En nuestra mano, pues, queda hacer de este trauma coronavírico una buena oportunidad o solo un bache en el camino.

Carlos Clavijo Pacheco