Vaya manía nos ha entrado con las pantallas. Parece que como daño colateral del coronavirus nos hemos venido arriba y ya todo es telemático. Mi hijo, Pablo, tiene amigos de ocho años que ya viven pegados al teléfono móvil. Vale, acepto pulpo en el garaje. Pero, ¿hemos pensado en realidad cuánto tiempo están pasando las nuevas generaciones con los ojos en alguna pantalla, ya sea teléfono, tablet, ordenador o videojuegos varios?

La enseñanza se ha apuntado también a las nuevas tecnologías y aunque se haya logrado que sea presencial, hay mil técnicas que se implementaron en el Confinamiento que han venido para quedarse. Quienes nos dedicamos a la docencia utilizamos las portentosas herramientas de G-suite y ya todo es Classroom y Chrome books, es decir, tablets, con lo que el alumnado pasa muchas horas de clase trabajando en la pantalla para, al salir del cole o del instituto, seguir en casa con sus respectivos móviles y ordenadores o tabletas. La cantidad de horas frente a las diversas pantallas acojona. Y ya están apareciendo trastornos de atención y patologías oftalmológicas por doquier.

«Mi hijo, Pablo, tiene amigos de ocho años que ya viven pegados al teléfono móvil»

No quiero ser menos moderno que nadie, pero veo que las niñas y niños están pendientes de pantallas una media de siete horas diarias. La cuenta es fácil. Solo hay que sumar las horas de colegio más las horas de deberes de casa más las de ocio, cuando pillan la Nintendo o el Fortnite, pongamos por ejemplo, y ya sale la ecuación que me preocupa. El piberío tiene mil aplicaciones, más allá de las redes sociales, en sus dispositivos electrónicos. Compruebo a diario que el aprendizaje no se da porque falta concentración e intimidad. Se pone a hacer la tarea en el móvil y en medio de los ejercicios de cálculo o de lengua y literatura saltan los globitos del Wasap o del TikTok, digamos. Y así no hay manera. No solo de que el aprendizaje se produzca, sino que el cerebro, acicateado por tantos estímulos, se hace perezoso y cae en la desatención.

Me temo que en breve habrá que regular y racionalizar el uso de dispositivos tecnológicos al menos en la enseñanza, o huir hacia delante y dar el paso completo hacia la digitalización extrema, eliminando cuadernos y bolis, y condenándonos a un futuro iletrado.