Existe un montón de profesionales cuyo modus vivendi es crear contenido en las redes derrochando talento. A esa gente estupenda que aporta tanto, mi gratitud por inspirar, informar y compartir aficiones.

Pero el tema que hoy me ocupa es el postureo o postu, como lo denominan sus incondicionales, la tribu urbana de los Chupiguays, que adoptan por conveniencia una actitud artificiosa e impostada para conseguir la aprobación de otras personas, o lo que es más triste, por presunción, es decir, pa darle en los hocicos al resto de mortales.

El postureo es un neologismo acuñado hace poco y usado especialmente en el contexto de las redes sociales, en donde el producto a vender es la propia vida que, si lo pensamos bien, chiquito estrés. ¡Si hay días en los que ni una misma se aguanta! Como para convencer al resto.

Con apelativos que han ido cambiando a lo largo de los años, este comportamiento siempre ha sido parte intrínseca de la naturaleza humana. Y todos hemos sido espectadores y protagonistas. Me acuerdo de una prima que cuando el postu era en vivo y en directo, si salíamos de copas me decía: «Ahí viene fulanito. Tú dile que unas risas». Y si bien era cierto que, normalmente, las risas eran genuinas, había noches en las que nos estábamos mandando un muerto considerable. Me dejaba loca.

«Se les va la vida en retoques y filtros para crear realidades alternativas que solo existen en la imaginación de su protagonista»

Por cada persona que, de forma esporádica y genuina, comparte un momento de disfrute que yo celebro, están quienes apabullan con interminables fotos que sufrimos los contactos de manera espartana. Se les va la vida en retoques y filtros para crear realidades alternativas que solo existen en la imaginación de su protagonista.

Un poquito de por favor… Hagamos un inciso y contengamos las ganas de validarnos postureando. El desgaste de esta práctica es brutal y al final no hay cuerpito que lo aguante, porque en esa obsesión de convencer al resto de que se goza de una vida mucho más excitante y divertida de la que en realidad se tiene, se puede llegar a crear, en algunos casos, una necesidad patológica de aprobación.

En fin, que con tanta publicación a la caza desesperada del «Me gusta», como diría Rosarillo Flores, no te digo na y te lo digo to».