Parece que lo rural vuelve a estar de moda. Me explico. Al mundo contemporáneo le han pasado muchas cositas de un tiempo a esta parte. Le han salido granos, forúnculos, incomodidades que causan escozor en la piel. A saber: pandemia monstruosa, guerras varias (en particular Rusia y Ucrania), inflación galopante, desestabilizaciones, etcétera. Y quienes estamos por aquí, mortales de a pie, vivimos con el susto en el cuerpo, el estrés en los poros, el teléfono móvil todo el santo día reclamándonos los recibos, las deudas, el banco, la salud y la enfermedad, el amor y el sexo. O sea, el desmoronamiento moral de las sociedades modernas, el ser humano gris sintiéndose perdido en medio de tantos ataques. Pues bien, la solución es el campo, es decir, lo rural, la huida hacia el espacio idílico de aire puro, una vecindad amable, compañerismo y leche tomada directamente de la ubre de la cabra. Disculpen la ironía.

«La intuición nos recuerda que allí reside lo auténtico, esas sabias voces del pasado que nos informan convenientemente si sabemos escucharlas»

Cuando estamos al borde de completar el primer cuatro del siglo XXI vuelve con fuerza la moda zen, recuperar pronto, aprisa y corriendo las virtudes de una idealizada vida bucólica. La literatura, por ejemplo, viene avisando, poniendo de moda novelas que transcurren en zonas rurales donde todo el mundo parece vivir de su huerta. Es la liturgia ecológica. Están quienes se van a vivir a viejas casas de medianías que antes fueron cuartos de aperos, y están quienes se van conformando con una pátina, con el disfraz eco, y visitan a diario el herbolario, hacen yoga, se convierten en psicópatas del senderismo más instagramer y toda su ropa y zapatos es natural fashion. No sé si me entienden. El campo, lo rural, es, en realidad, algo menos folclórico, porque la intuición nos recuerda que allí reside lo auténtico, esas sabias voces del pasado que nos informan convenientemente si sabemos escucharlas. El aire puro, la tranquilidad, los alimentos sanos, la lluvia, la falta de cobertura porque no es necesario pasarnos el día y la noche leyendo/mandando wasapitos y memes. Ese otro paso del tiempo real es el rural, el tiempo donde canta el gallo, el tiempo sin prisas. El ideal, sin embargo, no es que todos nos vayamos muy mochileros al campo, sino que traslademos sus enseñanzas a la vida moderna y urbanita, dotando de compromiso nuestro día a día, evitando que la tecnología y sus inutilidades nos devoren, fabricando espacios íntimos donde el alma vuelva a decirnos quiénes somos y hacia dónde queremos ir. En verdad solo hay un norte: la felicidad de quien sabe que solo se vive una vez.