“Si el mundo de la Cultura debía detenerse en algún momento, mejor en verano. Al fin y al cabo, julio y agosto son meses muertos para la programación cultural todos los años…”. Esta ha sido la excusa para que muchos municipios y programadores hayan echado el cierre en sus espacios, declarando el cero cultural sin la más mínima intención de reinventarse o apostar por la industria durante estos meses tan complicados.

Pero el asunto va más allá. Es cierto que muchos teatros y salas suelen permanecer cerradas al público en verano. Pero, como si de un documental de La 2 se tratara, el cambio de estación trae consigo el renacer de otro tipo de actividades que también son Cultura.

Desde la noche de San Juan hasta las Fiestas del Cristo de La Laguna (por acotar el verano de alguna manera), empresas de sonido e iluminación, infraestructuras, pirotecnia, feriantes, artesanos, orquestas y todo tipo de artistas facturan el grueso de sus ingresos anuales, gracias a la programación de fiestas populares de nuestra tierra. Pero este año las cosas pintan muy feas para ellos.

Sobra decir que lo principal es, y seguirá siendo siempre, la salud. Pero el orden de las prioridades se desdibuja cuando cientos de familias del archipiélago (y miles en toda España) viven de todo aquello que estaríamos haciendo durante un verano normal. Por eso, es comprensible entrar en las redes sociales y leer las continuas quejas de aquellos que añoran sus verbenas, romerías y macrofestivales en el sur. Pero el verdadero problema no lo tenemos aquellos que nos quedamos sin fiestas este 2020, sino los profesionales que viven de nuestro tiempo de ocio y que se suman a la larga lista de un tejido empresarial olvidado que, de momento, solo puede esperar a que todo esto pase.

Juan Castro
@juanset.ct