Cocina sabrosa y próxima en El Kallejón.

«Un artista, un romántico, un bohemio, a ratos, que no sabe ponerse a lo suyo sin pasión»

El buen arte culinario que se cuece en estos pagos no se entiende sin Víctor Cruz, formado junto a sus progenitores, oriundos de La Palma y con fogones, comedor y mantel en Santa Cruz de Tenerife. Aromas, adereces y ricuras salientes de calderos familiares envolvieron juegos y sueños infantiles hasta la rebeldía adolescente que, con tiempo, tesón y delicias, puso las bases para propuestas novedosas y seductoras que se afinaron en viajes a Donosti y en congresos de gastronomía. Esos guisos y atinados experimentos le llevaron a ser el jefe de cocina más joven del Hotel Mencey y a abrir restaurantes que forman parte de nuestra memoria gustativa: Gom, La Cuchara, El Bistro y Qué huevos!

Víctor Cruz es un artista, un romántico, un bohemio, a ratos, que no sabe ponerse a lo suyo sin pasión. Es un cocinero a quien resulta fácil querer porque es buena gente, lo que se traduce en platos sabrosos y cercanos, o sea, alejados de vanas florituras que enfrían sabores.

Y en el Pasaje Sitja, esa callejuela de copas y confidencias que conecta la Rambla Pulido con Juan Pablo II, encontramos a este virtuoso de la chaquetilla. Hace ya dos años que abrió El Kallejón: cuidada oferta para pocas y elegidas mesas por las que vela Carmelo Rebenaque.

Una ensalada con gambas crujientes, verduras salteadas y mango abre agrados para el paladar, que pronto se hace grande con la vinagreta tibia, suculenta entrada que da paso a un par de alcachofas con jamón, salsa de carne y piperrada de verduras. ¡Uau!

El almuerzo, tranquilo, se acaricia. Y entre unas cosas y otras caen sorbos de un magnífico Montecastrillo tinto 2018. Es el turno, ahora, para los tacos de bacalao gratinado en cama de verduras con alioli de tinta de calamar. La suavidad del pescado y sus atavíos, embaucan. Pero lo mejor de lo mejor llega a continuación: cuscús con cordero, espinacas, verduras, pasas y almendras, con un fondo ligeramente picante. El chef lo borda.

Terminamos con un clásico coulant de chocolate que trae sorpresa gracias al helado de vainilla negra. El postre pone la guinda a un callejón con k que tiene magia.


Texto: Maribel Andión