Teóricamente cualquier molusco puede producir perlas, pero no todas son aptas para joyería y, por lo tanto, desechamos la mayor parte de ellas. Su formación es bastante lógica: cualquier objeto extraño al penetrar entre la concha y el manto precipita que el animal segregue una sustancia protectora, con lo que se comienza a formar la perla.

Las perlas pueden ser planas, ovaladas, redondas y más o menos perfectas. Llamamos perlas barrocas a las de forma irregular, que son las que ahora tienen más demanda. También varían de tamaño, desde las más corrientes de agua dulce a las australianas de más alto valor debido a su menor producción y las aljófar, pequeñas y con escasísimo peso.

En cuanto a su color, hay varias teorías sobre su origen: los pigmentos de las conchas, naturaleza de las aguas, posición en el interior del molusco, radioactividad natural… Las más preciadas son las grises procedentes de Tahití. Son únicas y exclusivas.

Recuerda que se alteran fácilmente por las colonias, cremas y maquillajes, y por las atmósferas muy secas. Un remedio casero es frotarlas con aceite de oliva tibio y secarlas con suavidad.