Cuando decimos “yo reciclo”, nos equivocamos en la mayoría de las veces. Lo que suele hacer el ciudadano medio es separar los residuos. Esto es el primer paso para su reciclaje, pero no el reciclaje mismo. Reciclar caseramente significaría dar un nuevo uso a los residuos en el ambiente doméstico después de un proceso más o menos complejo. En nuestra sociedad, aun queda gente que no participa del reciclaje de los residuos. A pesar de lo que pueda pensar uno, los mayores de 65 años son los ciudadanos que más meticulosamente reciclan, al menos los residuos “de andar por casa”; papel, envases y vidrio. Según una encuesta de 2008 de ECOEMBES, pese a que los jóvenes de entre 25 y 35 años encabezan el ranking de sectores poblacionales con mayor preocupación ambiental, son menos participativos que sus padres, de media en la separación de los residuos urbanos.

Una excusa común y oída hasta la saciedad es que se ha visto a un mismo camión arramblar una noche tanto con el contenedor de papel como de vidrio o envases. Y esto, convertiría el reciclaje en una estafa, en una especie de conspiración. Y esto a veces, ocurre. Al margen de negligentes gestiones municipales, a veces, un mismo vehículo de recogida puede recoger más de un tipo de residuo, según la planta procesadora a la que se dirija. Por ejemplo, el vidrio y el papel son fácilmente separables a través de un simple proceso de densidad (el vidrio no flota, vamos) una vez llegados a la planta procesadora y, por lo tanto, a veces son recogidos juntos.

El desconocimiento de los procesos de reciclaje por parte del público hace que a veces parezcan magia y existan personas que rehúsen participar. Sin embargo, es fácilmente comprensible que, como cualquier proceso industrial, y el reciclaje lo es, la calidad de la materia prima (es decir en el caso del reciclado, la homogeneidad del residuo que se procesa) es vital para conseguir un proceso rentable y ecológicamente sostenible.

Carlos Clavijo Pacheco