el charco hondo

Carta

En enero de 2021 no estábamos vacunados, y la pandemia se disparaba en Baleares, Madrid y Cataluña; mientras, en Castilla y León reclamaban regresar al confinamiento de las peores semanas, Andalucía amplió el cierre perimetral y cerró la hostelería a las seis de la tarde o el comercio a las ocho, Baleares clausuró grandes superficies o gimnasios, Galicia confinó las residencias de ancianos, Valencia y La Rioja optaron por adelantar el toque de queda a las diez y en Canarias, una hora menos, las restricciones impedían moverse entre las once y las seis de la mañana. Aquí, en las Islas, en enero de 2021 se habían administrado 39.335 de las 44.040 vacunas recibidas -España había iniciado la campaña de vacunación el 27 de diciembre de 2020, pocas semanas antes-. Diez meses después, ahora, hoy, el 83,82 por ciento de la población diana ha recibido la pauta completa. Somos el país con un porcentaje mayor de vacunación entre lo que pomposamente denominamos países de nuestro entorno. A la vista está, las circunstancias han cambiado, y así lo confirman los datos de Canarias (con quince pacientes en UCI o noventa y nueve en planta), la ausencia de resaca epidemiológica a la vuelta del verano y otra infinidad de elementos que vienen a certificar que, sí, claro que sí, efectivamente sí, sin duda, la vacuna funciona. Sí, funciona. Vacunarse ha sido un acierto. Vacunarnos ha permitido que la transición de la pandemia a la epidemia sea una realidad. Funcionó. Funciona. Y, porque así lo repiten los expertos, resulta esencial trasladar el mensaje de que la vacuna funciona, convencer a rezagados y negacionistas (perfiles que retratan a quienes ingresan en situaciones delicadas o graves) de que deben dar el paso. Así las cosas, a quienes -en el Gobierno o voces colindantes- aseguran que no se dan las circunstancias para que los niños recuperen la cabalgata de los Reyes Magos, cabría preguntarles cuándo se darán a su juicio las condiciones porque, ya vacunados, las condiciones de este enero serán las condiciones de los eneros de los siguientes cincuenta o cien años; y, de paso, que expliquen a los niños -que ven en la tele como en otros países europeos llenan conciertos y celebran eventos multitudinarios- de qué condiciones hablan los adultos que llevan meses yendo al fútbol, desmelenándose en las bodas, pegándole fuego a los fines de semana o disfrutando de la normalidad que, al parecer, no merecen los más pequeños. Queridos Reyes Magos, este año quiero ser extranjero o adulto, para jugar con su normalidad.

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