La reapertura de los mostradores de las cafeterías fue una de las grandes novedades en el estreno de la última fase, aunque con la obligada separación de dos metros entre los clientes.
Cada bar es un mundo y hay cafeterías, incluso, que han elegido esa palabra, tan dispersa y global, para dar nombre al local y lucirla en un cartel a la entrada. Es el caso de un establecimiento situado en el kilómetro 33 de la autopista TF-1, junto a una gasolinera de Cepsa, uno de los puntos de parada frecuente de los trabajadores en su ruta hacia el sur de la Isla que ayer estrenaba el servicio de barra con algo menos de su clientela habitual debido a la caída de la actividad económica en la zona meridional por el apagón turístico.
Una vez garantizada la seguridad desde su reapertura hace un par de semanas, tanto en el interior del local como en la terraza exterior, con las mesas debidamente separadas y aisladas con mamparas de plástico, el camarero más veterano se esforzaba ayer, desde desde primera hora de la mañana, en vigilar el mantenimiento de los dos metros de distancia entre los clientes que se reencontraban con el café, el bocadillo y la tertulia sobre el mostrador, la gran novedad de la fase 3 de la desescalada.
“Usted aquí y usted allí, por favor; ahí no se puede sentar, está muy cerca del señor”, organizaba el empleado entre comanda y comanda, mientras daba instrucciones a otro compañero que, después de limpiar los asientos que quedaban libres, se disponía a recolocarlos. “Por cada cuadrado solo puede haber una persona”, le insistía. No era cuestión de descuidarse con las normas a las primeras de cambio y menos cuando a escasos metros, en un rincón del local, desayunaban tres agentes del servicio de Montaña de la Guardia Civil.
Entre las 9 y 10 de la mañana, la gran mayoría de clientes que elegían para desayunar la barra de la entrada, donde los expositores mostraban una amplia oferta de tapas, eran varones cuarentones y cincuentones, que ocupaban la media docena de banquetas perfectamente alineadas.
Ninguno de ellos superaba los 15 minutos de permanencia en la barra, tiempo suficiente para tomarse el café con leche y la pulguita antes de volver a acumular kilómetros al volante. En la zona derecha, en la que abundaban las bandejas de croasanes, rosquetes, pachangas y dulces de hojaldre, quedaba algún sitio libre en la barra circular, justo al lado del espacio ocupado por los agentes del Instituto Armado.
“Estamos al 70% de nuestra clientela habitual. Aunque por aquí no suelen venir turistas, sí se nota un poco el parón económico en el Sur, porque este es un lugar de paso de muchos trabajadores que vienen a desayunar o a almorzar”, explicó a este periódico el camarero que ejercía de encargado y que prefirió no dar su nombre.
Sobre la actitud mostrada por los clientes desde que reabrió el bar hace hoy 15 días, señaló que, “en general, suelen colaborar bastante, la mayoría entra con mascarillas, se echa gel hidroalcohólico en la puerta y respeta las distancias”.
Mientras el sonido de la cafetera se alternaba con una esmerada selección de clásicos (Stand by me, Love is in the air, Imagine…) a través del hilo musical, creando una atmósfera carroza y nostálgica, dos clientes rescataban otro clásico de las tertulias de bar. Y más ahora, con la Liga a la vuelta de la esquina.
VUELVE EL FÚTBOL
“Esta semana ya tenemos fútbol. Dicen que va a haber partidos a todas horas”, comentaba uno de ellos, vestido con el uniforme de una empresa de mantenimiento. “Sí, aunque ahora están que si meten público o no en los estadios; hay un medio follón con eso”, matizaba el otro. “El problema es que la gente ya no tiene el virus en la cabeza, ya está en otra cosa, ese el peligro”, apostillaba el primero. “A ver si por la gracia de algunos va a haber un rebrote y vamos a terminar todos encerrados otra vez”, remataba el segundo mientras apuraba el cortado leche y leche que le acababan de servir.
Un tercer cliente, ajeno a la conversación, permanecía enfrascado en su móvil hasta que, de repente, un timbrazo reclamó su atención y dibujó una sonrisa en su rostro. “¡Qué pasa Luis! Aquí estamos, tomándonos un barraquito, no todo va a ser trabajar, ¿no?”, respondía a su interlocutor.
El doble mostrador dejaba así atrás una etapa de casi tres meses de silencio y vacío, y recuperaba las tertulias entre cafés, barraquitos, cortados largos, claros, manchados y de leche y leche, según el gusto del consumidor. El pago de las consumiciones, por separado, de los tres guardias civiles de la esquina completó el primer turno de los encuentros en la tercera fase de los desayunos sobre la barra de granito azul.