Antes de entrar en España, en vísperas de Navidad, el líder de la célula yihadista, un joven de tan solo 30 años de edad, había expresado su intención de cometer un atentado en Europa. Su paradigma, el modelo que pretendía seguir a la hora de llevar a cabo un nuevo ataque, era el de emular a ese lobo solitario de origen macedonio que provocó la masacre de Viena, Austria, a principios del pasado mes de noviembre.
El primer lunes de ese mes, el día 2, aquel hombre salió a la calle armado con un fusil de asalto y un machete y acabó con la vida de 4 personas. Dejó heridas a otras 23. Se había fijado en aquel atentado individual, tal y como adelantó este lunes EL ESPAÑOL, un golpe con los medios justos, con armas adquiridas en el mercado negro. Era ese el crimen que pretendía perpetrar junto a sus secuaces.
El cabecilla de esta célula, ya en prisión por orden de la Audiencia Nacional, ya lo había manifestado en mensajes que luego detectaron los investigadores. A raíz de esa información y de otras recibidas desde los servicios de información argelinos, y de las advertencias del FBI, los investigadores de la Policía Nacional supieron de la llegada a territorio nacional de ese yihadista «potencialmente peligroso» y de uno de sus adláteres, un joven de 26 años de edad, también radicalizado en el ideario propio de esta organización y con ganas de actuar.