Los microplásticos sus sustancias químicas afines llevan décadas “conviviendo” con el ser humano y con otros animales. Entramos en contacto con ellos al manipular objetos basados en el plástico, pero estas micropartículas omnipresentes también están en el agua y los alimentos, desde donde llegan también al intestino humano.
Según un nuevo estudio publicado en la revista Exposure and Health, a cargo de los investigadores de la Universidad de Medicina de Viena, estaríamos consumiendo mucho más de lo que imaginamos. Según explican, ingeriríamos el equivalente a una “tarjeta de crédito” en forma de microplásticos cada semana.
Según los cálculos de los investigadores, unos cinco gramos de microplásticos pasarían de forma semanal por el tracto gastrointestinal de cada ser humano, una cantidad significativamente elevada. En estudios previos ya se habría sugerido que tanto micro como nanoplásticos son peligrosos para la salud cuando son ingeridos, aunque los efectos adversos a largo plazo aún son poco conocidos.
El foco de la investigación médica actual sobre este tema es precisamente el sistema gastrointestinal, en el cual se pueden detectar microno y nanopartículas (MNP) en el tejido.
En estudios experimentales se ha detectado que las MNP absorbidas a nivel gastrointestinal tienen potencial para cambiar la composición del microbioma intestinal. Estos cambios, a su vez, se habrían relacionado con un mayor riesgo de sufrir enfermedades metabólicas como la obesidad, la diabetes o la enfermedad hepática crónica, según los investigadores.
Así mismo, además de los efectos objetivables sobre el microbioma intestinal, los investigadores también habrían sugerido la existencia de mecanismos moleculares especiales que facilitarían la absorción de MNP en el tejido intestinal.
De hecho, mediante análisis específicos, se habría demostrado que en determinadas condiciones fisicoquímicas los MNP se están absorbiendo cada vez más por parte del tracto gastrointestinal, y esto a su vez provocaría un aumento de la activación de los mecanismos que intervienen en las reacciones inflamatorias e inmunitarias locales. Los nanoplásticos se habrían relacionado con los procesos bioquímicos clave en el desarrollo del cáncer.
Recordemos que un nanoplástico se define como aquella partícula de un tamaño inferior a los 0.001 milímetros, mientras que los microplásticos aún pueden ser visibles, siendo de un tamaño de 0.001 a 5 milímetros.
Tanto micro como nanoplásticos están ya en nuestra cadena alimentaria, dado que son residuos de los envases de plástico usados de forma cotidiana. Además, estas partículas también entran en el sistema gastrointestinal humano mediante la cadena trófica, pues consumimos animales que a su vez han absorbido plásticos.
Por su parte, cabe recordar también que los microplásticos también pueden encontrarse en la bebida: al beber entre 1.5 y 2 litros de agua diarios en botellas de plástico, se llegan a consumir alrededor de 90.000 partículas de plástico anuales según los últimos estudios. Si el agua procede del grifo, la cifra se reduciría a las 40.000 partículas anuales, dependiendo de la ubicación geográfica.
Para rizar el rizo, los investigadores han demostrado una contaminación generalizada del agua mineral con xenohormonas, las cuales se eliminan por lavado de las botellas de tereftalato de polietileno o PET, como ya explicamos en un artículo previo en ‘EL ESPAÑOL’. Estas sustancias tienen actividad estrogénica y pueden llegar a tener un efecto cancerígeno en el ser humano.
Para terminar, los investigadores responsables del estudio explican que este consumo de micro y nanoplásticos tendría consecuencias negativas para la salud todavía desconocidas, pero su impacto podría ser mayor en aquellas personas que ya sufren enfermedades crónicas previas. Es más fácil que un intestino enfermo por cualquier otro motivo sea más damnificado que un intestino sano.