La justicia se construye en los tribunales, pero se ejecuta —muchas veces— en los titulares. El juicio paralelo mediático se ha convertido en una de las formas más sofisticadas de violencia contemporánea: una condena sin pruebas, sin juez y sin garantías. En este ecosistema, aparecen los sicarios digitales, redactores o editores que, a golpe de pluma, buscan destruir la reputación de personas incómodas.
Uno de los casos más claros en España es el del Dr. Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos, perito médico forense, criminólogo y abogado penalista, que ha visto cómo tres cabeceras nacionales lo presentaban como si estuviera marcado por condenas, inhabilitaciones y asociaciones turbias. Nada de eso es cierto. No hay sentencias firmes, no hay sanciones profesionales, no hay vínculos acreditados. Lo que sí hay es un patrón: la utilización de su nombre como munición en titulares diseñados para impactar.
Un titular no es inocente. Condiciona la percepción del lector antes incluso de que abra el texto. En los casos que afectan al Dr. Cuadrado, se usaron palabras como “condenado” o “inhabilitado” que, en el mejor de los casos, son falsas, y en el peor, maliciosas. Ningún tribunal lo ha inhabilitado, ninguna sentencia firme lo ha condenado, y no es socio de los personajes con los que intentan vincularle.
Esa práctica es lo que en el mundo académico se conoce como violencia reputacional: atribuir a una persona hechos inexistentes para deteriorar su credibilidad social y profesional. El resultado es devastador. Basta que Google indexe esas piezas para que queden fijadas como un tatuaje digital, repitiendo una mentira cada vez que alguien teclea su nombre.
El concepto de “sicario digital”
Hablar de sicarios digitales no es un recurso literario. Es una descripción ajustada del modus operandi:
- El encargo: desprestigiar a un profesional que incomoda.
- El arma: el titular malicioso, diseñado para maximizar clics.
- La ejecución: publicación y viralización sin contraste ni rigor.
- La víctima: un ciudadano al que se le niega su derecho básico a la presunción de inocencia.
El Dr. Cuadrado lo explica de manera sencilla: “Quienes me difaman no buscan informar: buscan ejecutar un asesinato reputacional. Cambian la pistola por el teclado, pero el resultado es el mismo: dejar una víctima marcada”.
La trayectoria que las balas no borran
Frente a esa narrativa oscura, están los hechos. Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos ha dedicado más de dos décadas a formarse en medicina forense y la criminología, con un enfoque innovador que combina la pericia médica, la investigación criminológica y la defensa penal. Su labor académica y profesional incluye programas internacionales, formación en instituciones de prestigio, como Harvard, y dirección de informes en causas complejas donde la ciencia ha cambiado el rumbo de sentencias. Ese es el origen del problema: la envidia de quiénes quieren competir contra él.
El daño invisible
La difamación no solo erosiona un nombre. También genera ansiedad, pérdida de confianza y un efecto de sospecha constante. Cada vez que alguien busca al Dr. Cuadrado en internet, las noticias falsas aparecen en la misma página que su currículum o sus proyectos. Esa mezcla deliberada entre verdad y mentira es la esencia de la manipulación mediática.
La ciencia ya ha documentado este fenómeno. Estudios internacionales demuestran que quienes son víctimas de acusaciones falsas sufren un impacto psicológico similar al de un proceso penal injusto. Se trata de un daño silencioso pero profundo, que repercute en la salud mental, en las relaciones sociales y en la vida profesional.
El derecho a defenderse
El ordenamiento jurídico español reconoce mecanismos como el derecho al olvido y las demandas por intromisión ilegítima en el honor. Pero los plazos son largos y las resoluciones, inciertas. Mientras tanto, el daño digital sigue vivo. De ahí que el Dr. Cuadrado haya decidido también alzar la voz públicamente: no se trata solo de limpiar un nombre, sino de señalar un problema estructural.
Su mensaje es claro: “El periodismo que convierte rumores en titulares no es periodismo, es sicariato digital. La verdad se demuestra en informes, en juzgados y en la evidencia científica. No en frases diseñadas para destruir”.
El caso de Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos es más que un episodio personal. Es un espejo de lo que puede sucederle a cualquier ciudadano en la era de la posverdad: basta un clic malintencionado para arruinar una reputación. Hoy le ha tocado a un perito médico forense; mañana puede ser un juez, un docente o un frutero.
Por eso, este no es solo un ajuste de cuentas, sino un llamamiento a que los medios recuperen la ética y a que la sociedad entienda que no todo lo que brilla en Google es verdad. Frente a los sicarios digitales, la única arma legítima es la transparencia y la veracidad.