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Inma, la niña del milagro

El parto de Teresa Hernández, su madre, fue famoso porque los la dieron por fallecida tras la cesárea y después de 20 minutos de estar en parada cardiorespiratoria, resucitó

Hasta hace unos años a Inmaculada González Hernández la paraban por las calles de Tacoronte, su municipio natal, y le preguntaban: “¿Tú eres la niña del milagro?”. Del milagro o del susto, bromea ella, porque fue mucha la gente que se sobresaltó al enterarse de la noticia.

Fue el 7 de febrero de 1980 cuando su madre, Teresa Hernández, llegó a la desaparecida clínica privada Quibey, en Santa Cruz, para dar a luz a su tercer hijo, una niña a la que luego llamó Inmaculada, por un cuadro de la Virgen a la que le tenía mucha fe.

El parto presentaba complicaciones así que le solicitaron autorización a su esposo, José González Carrillo, ‘Pepe’, para practicarle una cesárea. En el medio de la operación su corazón se paró y pese a los esfuerzos por reanimarla nada pudieron hacer los médicos para salvarle la vida. Eso fue lo que le comunicó uno de ellos, Domingo Méndez, minutos después de anunciarle que había sido padre de una niña.

Pepe no daba crédito a lo que le había dicho el facultativo porque pensaba en qué haría solo con sus tres hijos pequeños, dos varones, uno de 13 y otro de 8 y la recién nacida. Siempre cuenta la historia que cuando le confirmaron que era una niña avisó por teléfono a toda la familia y a los 15 minutos volvió a llamar a una cuñada que pensó que lo había hecho porque “estaba tan contento” y en realidad era para avisarle que su esposa había fallecido.

La noticia fue portada en revistas nacionales como Pronto y Diez minutos, pero también los periódicos regionales se hicieron eco de lo ocurrido con una vecina de Tacoronte de 34 años que tras dar a luz y fallecer en la cesárea, a los 20 minutos, después de estar clínicamente muerta, resucitó.

El ‘milagro’ fue del anestesista, un chico joven y el único que se quedó en la sala intentando reanimarla pese a que su corazón se había parado y la habían dado por fallecida. A Teresa le quedó pena no volverlo a ver y siempre quiere saber qué fue de ese joven muchacho llamado Randolfo.

Según le contaron, “al haber tenido una cesárea, volvió a abrirla, metió la mano directamente al corazón y comprobó que todavía latía”. A partir de ese momento, hizo de todo “porque volviera a la vida”.

A Teresa la entrevistaron muchas veces sobre fenómenos paranormales, le preguntaron si había visto “la luz al final del túnel” o si había sentido esa sensación de paz y tranquilidad asociada a la muerte. Nada de eso le ocurrió. Al menos que ella recuerde.

En realidad, se acuerda poco de ese día. “Cuando todavía no había despertado me parecía que al lado mío había un chico que se estaba muriendo y al que veía que vomitaba verde y luego rojo, y me preguntaba qué era”, cuenta. Sin embargo, cuando se lo preguntó al médico éste le confirmó que al lado suyo no había nadie porque estaba en la UVI. “Eso es lo que más me quedó grabado”, dice.

Pero sí tiene presente que al despertar se mostró preocupada por la niña, porque tenía miedo de que le hubiera pasado algo y si “era sana”.

Teresa pudo ver a su pequeña a los cuatro días, porque primero tuvo que reponerse dado que el esfuerzo que había hecho durante horas para poder tener un parto natural había sido muy grande y estaba agotada. El apoyo de sus vecinos de Tacoronte a la hora de donar sangre para su recuperación “fue inmenso” porque regentaba una tienda en la zona de La Estación y mucha gente la conocía. “No cabían en la clínica”, subraya.

A las dos semanas estaba en su casa, ocupándose del bebé y de sus otros dos hijos, José Francisco y David, el del medio, “que no se despegaba de mí”.

Su esposo tampoco lo hizo los días que estuvo ingresada. “Se echaba allí y ni siquiera se afeitaba. Las enfermeras lo cuidaban mucho porque estaba muy nervioso. Se llevó un susto muy grande porque con apenas diez minutos le dijeron primero que había nacido su hija y luego que con su mujer no habían podido hacer nada”, apunta.

Años después Inma conoció la historia porque encontró en su casa un álbum con todos los recortes de periódicos y revistas de ese día que una tía le regaló a su madre y que aún conserva. Cuarenta años después, sigue emocionándose cuando lo ve.

Inma tiene tres niñas, una de 14, otra de 11 y la pequeña de 11 meses. La mayor volvió este año a leer la historia de su madre y de su abuela y también se quedó impactada pese a que tuvo un felíz desenlace.

Cada 7 de febrero Inma y Teresa celebran juntas el nacimiento de la primera, el renacimiento de la segunda y comparten la tarta. El domingo pasado no fue una excepción sino una ocasión muy especial porque Inma cumplió cuatro décadas y pese a que la pandemia no permitió mucho festejo, estuvieron en familia, que es finalmente lo que importa.