Desde hace tres años, Arancha (44) necesita dormir conectada a dos máquinas para vivir. En una inspección rutinaria, los médicos descubrieron que tenía dos dolencias: apnea del sueño y el síndrome de Wolff-Parkinson-White.
El primero, un trastorno del sueño durante el cual la respiración se interrumpe o se hace muy superficial. Y el segundo, una afección que lleva al corazón a tener periodos de frecuencia rápida, es decir, taquicardias, por el que le implantaron un linq (detector de actividad eléctrica) al lado del organo rosso que emite electrocardiogramas directamente al hospital ¿La solución a ambas enfermedades? Estar conectada a dos respiradores durante la mayor parte del día.
Lo que fue un revés duro para esta madrileña, en 2018, no obstante, se convirtió en una auténtica pesadilla poco después. Al comienzo de la pandemia, tanto ella como su marido perdieron el trabajo y los ingresos dejaron de entrar en casa. Una situación insostenible a partir de la cual tuvieron que pedir dinero a familiares para poder comer y pagar el alquiler social; y por la que ahora, un año después, han tenido que dejar de pagar las facturas. Entre ellas, la de la luz. La que Arancha necesita para vivir.
Uno de los aparatos que necesita, el del implante, tiene que estar conectado las 24 horas del día y el otro, mientras duerme, durante unas ocho horas. «Esto es un sinvivir, un cúmulo de situaciones que va a explotar en cualquier momento. Si me quitan la luz, me quitan la vida, pero es que hemos decidido dejar de pagarla definitivamente porque no podemos. Tenemos que elegir entre comer o pagar la luz», cuenta esta madrileña, en conversación con EL ESPAÑOL.
Un estrés constante que lejos de mejorar la salud de esta vallecana, la ha empeorado. Y es que, cuando los dos cabezas de familia se quedaron sin empleo, las deudas y los embargos comenzaron a llegar. «Vivimos en una montaña rusa constante. Estamos con el culo al aire. Tuvimos que pedir dinero a familiares para pagar el alquiler social, los pisos son de un fondo buitre; pero aún así no podíamos hacerlo siempre y nos llegó una orden de desahucio en Semana Santa«.
Arancha no cree en Dios, dice, pero, después de que llegase la carta de desahucio por la deuda de 600 euros de impago, sucedió el milagro: el juez archivó la causa contra ellos. Aunque, según cuenta, en cuestión de tiempo puede reabrirse. «Al menos hemos tenido esta buena noticia», afirma.
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