La de la imagen es una playa remota a 65 kilómetros al norte de Dajla, en la costa del Sáhara occidental. La foto la tomó un joven pescador marroquí horas antes de subirse a una patera similar a las decenas que se ven en ella y de que el patrón de la embarcación pusiera rumbo a las islas Canarias.
El chico, junto a una treintena más de marroquíes, llegó seis días después, a mediados de octubre. Las dos últimas jornadas de travesía navegaron a la deriva porque se les estropearon los dos motores que tenían. Salvamento Marítimo consiguió rescatarlos antes de que la patera se fuera a pique.
“Son barquitos de pescadores locales. Algunos las ponen a disposición de la gente que quiere ir a España y les cobran por ello. Otros, incluso, hacen el viaje como uno más y también nos cobran, claro. Y luego están las mafias venidas del norte de mi país (Marruecos), donde las rutas están cerradas -se refiere a la del Estrecho-. Las roban y organizan el viaje. Esas suelen llenarse de subsaharianos que malviven por los pueblos de alrededor con el poco dinero que da la pesca”.
El chico con el que habla el periodista fuma un cigarrillo a las puertas de la Casa del Marino, una instalación pública en Gran Canaria que se está usando para albergar a una parte de los migrantes que llegan a las islas. En lo que va de 2020 se han superado las 18.000 llegadas. En la anterior crisis migratoria, la de los cayucos en 2006, llegaron algo más de 31.000 personas.
Ni el Ministerio del Interior ni la Delegación del Gobierno en Canarias ofrecen datos por nacionalidades, aunque la percepción de policías y ONG que trabajan sobre el terreno es que más del 50% de los inmigrantes que hay ya en las islas Canarias son de origen magrebí (Marruecos y Argelia). El resto proceden de países al sur del Sáhara como Mauritania, Mali, Senegal o Costa de Marfil.
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