El Gobierno decretó ayer el estado de alerta por la gran cantidad de polvo en suspensión, que produjo el cierre del aeropuerto de Gran Canaria y la restricción de vuelos nacionales e internacionales en Tenerife.
“El peor episodio de calima desde 2002”. Así lo definió ayer la la jefa de meteorología de Radio Televisión Canaria (RTVC), Vicky Palma. El polvo en suspensión de origen sahariano inundó ayer el cielo de las Islas, como se podía ver en las imágenes satelitales, y el Gobierno canario declaró la situación de alerta para todo el Archipiélago. La calima durará varios días, pero también hay fuertes vientos. Ayer se cerró el aeropuerto de Gran Canaria y se cancelaron los vuelos nacionales e internacionales en los dos aeropuertos de Tenerife. Un poco después de las siete, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife anunció que el Carnaval se suspendía a partir de las 0:00 de hoy, cuando acabara el concurso de Ritmo y Armonía. Y que a las 7:00 am se reunirán sus autoridades para decidir qué hacen con las actividades previstas para hoy domingo.
Según el World Air Quality Index, que controla la calidad del aire en miles de ciudades de todo el planeta, ayer volvíamos a respirar un aire de pésima calidad, fundamentalmente en Tenerife y Gran Canaria. Por eso, primero toca lo importante, que es cuidar la salud. Y el Gobierno canario recomendó ayer cerrar puertas y ventanas, no salir si se sufre alguna enfermedad respiratoria, beber mucho líquido, evitar el ejercicio severo, conducir con precaución, tener los medicamentos habituales y acudir al médico si uno se siente mal.
Pero luego va la reflexión. Porque no hace ni dos semanas del último episodio de calima, y este invierno se han sucedido uno tras otro como si el alisio, ese regulador térmico que ha hecho posible ese agradable clima subtropical que ha hecho famoso al Archipiélago canario como destino turístico se estuviera batiendo en retirada. Cada vez más, los días son de calima turbia y calurosa por la mañana, mientras que, por la noche, sopla un viento frío y seco que parece del desierto, menguando el sereno mañanero.
Los efectos del calentamiento ya empiezan a notarse, en un territorio extremadamente vulnerable como es siempre una isla. Y no tiene nada que ver con la sensación festiva de un eterno verano, sino con la falta de lluvias que tiene los embalses isleños bajo mínimos y que ya ha llevado a la declaración de emergencia hídrica en Fuerteventura y a que otras islas, como La Palma, antes manantial permanente, esté en una inédita sequía que la coge sin desaladora alguna y la obligará a aumentar el agua que extrae de su acuífero, reserva que siempre es mejor no sobreexplotar. Y también están los incendios, como el que ayer se declaró en Gran Canaria.
Esta creciente ola calurosa de calima que se ha instalado en los últimos años, y cuyo alcance aún desconocemos, lleva a la gente asfixiada a las urgencias, a asmáticos, enfermos de EPOC, gente con enfisemas pulmonares, pacientes con problemas cardiovasculares. Y suponen otra carga más para un servicio público de salud que nunca deja de estar saturado. Si esto se convierte en algo habitual, quizá tendremos que utilizar máscaras u otros dispositivos que nos protejan cuando respiramos en estos episodios de calima, un protocolo para funcionar con cierta normalidad. Igual que ocurre en ciudades como Pekín, Bombay o Daca, donde ayer, el aire que se respiraba, era de mejor calidad que en algunas zonas de las Islas.
Ya decían muchos expertos que un día nos daríamos cuenta de sopetón de que el cambio climático estaba aquí, con sus terribles consecuencias. Y tenían razón. Pero no era el planeta lo que nos estábamos cargando. La Tierra seguirá ahí. Eran las condiciones para nuestra propia supervivencia.