Todo empezó con un pequeño revólver calibre .22, un fallecido y un solo testigo: el que era rey Juan Carlos. Las únicas certezas de un confuso episodio en el que la historia de la monarquía española se pintó de tragedia para la posteridad. Todo empezó en la Semana Santa de 1956 y la familia real disfrutaba del descanso en Villa Giralda, en el municipio portugués de Estoril, donde se había instalado tras el exilio al que la obligó el triunfo de los republicanos en España, primero, y la victoria del general Francisco Franco en la Guerra Civil, después.
Para evitar que el charco de sangre se extendiera aún más, tras escuchar un disparo y entrar corriendo a la habitación de juegos donde sus dos hijos llamados Alfonsito, de 14 años, y Juan Carlos, de 18- maniobraban un arma, don Juan de Borbón y Battenberg envolvió el pequeño cuerpo sin vida en una bandera española que arrancó de su mástil.
Ante la ausencia de una investigación oficial sobre lo sucedido y el silencio de quien sería rey de España desde 1975 hasta su abdicación en 2014, a partir de ese punto y en adelante todo fue especulación y rumores en todos los medios de comunicación del mundo. Que si el arma había sido un regalo del dictador Franco por entonces; que si el episodio había significado la ruptura definitiva entre don Juan y su hijo Juan Carlos o si se trataba simplemente de una tragedia más de las que seguían, por entonces, a los borbones y que abonaban la teoría de la maldición: niños muertos en el parto, infantas fallecidas muy jóvenes, accidentes de tránsito fatales, enfermedades congénitas, discapacidades y reinas sin suerte.
La terrible censura que sufría el reinó en España durante los años que siguieron al terrible episodio, y que fue replicada también en Portugal bajo el régimen de António de Oliveira Salazar, impidieron a los medios de comunicación romper con el silencio oficial. Hubo que esperar hasta 2015 para que el ahora emérito rey Juan Carlos hablara públicamente por primera vez de lo sucedido, aunque, otra vez, sin demasiados detalles sobre lo sucedido en ese episodio de su vida.
El pobre Alfonsito fue enterrado en Estoril, ante la presencia de la familia real y algunos miembros de la monarquía, que viajaron a Portugal para llevarle bolsas de tierra española que depositaron sobre su tumba. En 1992, treinta y seis años después de su muerte, sus restos fueron trasladados al panteón familiar ubicado en la ciudad de Madrid.