Desde el año 1978, Álvaro Fajardo Hernández veía unas enormes bolas por fuera de su vivienda que acababa de comprar en Las Castras, en las medianías de El Tanque. No sabía exactamente qué eran y tampoco el material del que estaban formabas. Tampoco si eran bombas volcánicas, pero le llamaba la atención ver ese volumen y sospechaba que no estaba adherido al suelo.
Álvaro siempre se dedicó a investigar temas de antropología así que un día se acercó y logró entrar hasta la base porque había una pequeña cueva. Fue a hablar con el entonces alcalde, Federico Pérez, para intentar recuperarlas y analizarlas pero este le dijo que no podía hacer nada porque estaban en terreno privado. Pasó el tiempo y este profesor, ya jubilado, seguía observando esas inmensas esferas que no sufrieron ningún cambio y trasladándole a cada alcalde que llegaba al Ayuntamiento la necesidad de rescatarlas. “No es que no me hicieran caso sino que había poco interés y no lo valoraron”, cuenta. “De hecho, había una que los vecinos llamaban ‘bolo del cura’ que finalmente desapareció”, añade.
Gracias a su amistad con los arquitectos Hugo y Alberto Luengo confirmó que son bolos de acreción, fragmentos sueltos de colada de morfología esferoidal que han tomado valor tras la erupción volcánica de Cumbre Vieja, en La Palma.
“Álvaro, que es un entusiasta con estas cosas nos dijo que había dos bolos cerca de su vivienda, así que bajamos y comprobamos que se trataba de dos bolos de acreción. Desde que vimos que la obra del Anillo Insular se acercaba al municipio empezamos a mover la maquinaria para intentar rescatarlos porque entendemos que son piezas que tienen un interés geomorfológico”, certifica Alberto.
“La gente los confunde con bombas volcánicas, que son las que escupe el volcán, pero estas no pueden ir tan lejos. Los bolos son masas volcánicas que han rodado como consecuencia del proceso volcánico y se han ido formando”, matiza su hermano.
El más grande pesa 36 toneladas y todavía conserva restos de lava. El más pequeño pesa 24 pero, sin embargo, su densidad es mayor. Ambos tienen una consistencia piroclástica de color rojizo y con toda seguridad provienen del mismo edificio volcánico.
“Toda obra pública tiene un 1% de su coste destinado a cultura”, certifica Hugo, así que aprovecharon esta obligación para salvar los bolos. Se pusieron en contacto con los ingenieros de la obra, a quienes los tres agradecen su colaboración “desinteresada y altruista”, igual que al director de Infraestructura Viaria del Gobierno de Canarias, José Luis Delgado. Solo rodarlos y trasladarlos hasta el lugar donde permanecen actualmente costó 12.000 euros, una cantidad difícil de asumir para un ayuntamiento pequeño como el de El Tanque.
La ‘operación rescate’ comenzó a las siete de la mañana y terminó a las siete de la tarde del pasado 22 de diciembre.”Y fue todo un espectáculo”, coinciden los tres. Para Álvaro, especialmente, “fue muy emotivo”. Fue necesaria una grúa de gran tonelaje, dos plataformas para ubicar los bolos, una pala para intervenir el entorno y un dispositivo de operarios. También hubo que preparar el terreno, cinchar las piezas, elevarlas y colocarlas en la plataforma con cuidado para evitar que se rompieran, y luego trasladarlas hasta su ubicación actual.
Los tres amigos se muestran satisfechos de su logro que no es otro que “revalorizar la cultura de reconocer la importancia de las pequeñas cosas”, para el que contaron con el apoyo y la “sincronicidad” de muchas personas pero que no hubiera sido posible sin esa “mirada del detalle” que permite “rescatar el objeto encontrado”, especifica Hugo.
Ahora hay que decidir su localización definitiva y en ello el Ayuntamiento tiene un papel fundamental, aunque en opinión de Hugo, “el proyecto debería valorarse con un poco más de ambición, es decir, que tenga dimensión insular”.
Los dos arquitectos abogan porque estén dentro del municipio, en un espacio público accesible, y juntos. Alberto, en particular, es de la idea “de elevarlos, ponerles unas patas debajo de tal forma que parezcan meteoritos para contrastar la ingravidez con el peso y tamaño que tienen. Lo único que hay que preparar es una cimentación poderosa que permita soportar su peso”, sostiene.
La presencia de este tipo de elementos volcánicos, tal y como recoge un estudio de la ULL realizado por Jonathan Goya y dirigido por Carmen Romero, se ha estudiado en los casos de las coladas de los volcanes históricos de Garachico y de El Chinyero. La primera referencia a la existencia de bolas de acreción en flujos lávicos activos en Canarias se encuentra en las crónicas que relatan la erupción de Garachico, y fenómenos similares fueron descritos y filmados en la erupción del Teneguía.
No obstante, las bolas de acreción más conocidas son las que se llaman popularmente “los huevos del Teide”.