Ganar es indiferente – Por Ángel Arenas

Por primera vez Carmelo Rivero me hace un encargo de algo de lo que nada entiendo, como es notorio por mis crónicas anteriores. O entiendo muy poco. Entiendo de periodismo y de viajes, pero de fútbol no entiendo

Por primera vez Carmelo Rivero me hace un encargo de algo de lo que nada entiendo, como es notorio por mis crónicas anteriores. O entiendo muy poco. Entiendo de periodismo y de viajes, pero de fútbol no entiendo.

-¿Y qué te importa?, me dijo el director. La mayor parte de la gente que escribe de fútbol entiende de agricultura. ¡¿Tú no ves que se juega en el campo?! Jajaja.

Siempre me dijeron que los santacruceros de Duggi son de chiste fácil. Me precisó Carmelo:

-Quiero que escribas de la victoria agónica del Barça frente al PSG.

-¿Pesequé?

-Pesegé.

No fue difícil encontrar en la red referencias a ese partido memorable… del que nos olvidaremos en seguida. (Y en seguida nos olvidamos: hace un rato me llamó Rivero: “La ha palmado el Barça ante el Depor en Riazor”. De nuevo miré en la web, por Depor y por Riazor. Qué rápido sabe uno que una mancha quita otra mancha).

En todo caso, estuve viendo algunos momentos de ese partido y comprendo que Carmelo me pusiera a mirar semejante lucha. Ganar es indiferente: lo que quería el Barcelona, en este caso, era lavar su mancha de París, donde había perdido 4-0. No importaba el resultado, realmente, sino la autoestima. El equipo se fue arriba como si le fuera la vida en cada uno de los suspiros del encuentro. Se sintió confuso y guardó esos suspiros, que fueron de miedo, y los soltó al final, en esos 547 segundos que, como en el poema de Kipling, lo llevaron al cielo.

Caramba, le digo a Carmelo. Fue una lucha intensa e interesante. ¿Y así acaba la competición? No, no, habrá más partidos, me dijo.

Esto del fútbol es apabullante: no acaba nunca; y cuando acaba empieza otra vez. De hecho, como él mismo me informó, ya estaban jugando (y perdiendo) este domingo, y tendrá que jugar de nuevo… Tengo un amigo de lo que pasó cuando, siendo niño, fue a la escuela por primera vez. Cuando volvió a casa le informó a la madre:

-Madre, ya fui a la escuela.

-Muy bien, hijo mío; mañana debes volver otra vez.

-¡¿Mañana otra vez?! ¡Si ya fui hoy!

El fútbol es implacable. He observado que es un deporte de puntuales, empieza cuando tiene que empezar, acaba cuando debe acabar. Le di constancia a Carmelo de esa circunstancia. Y él me explico, con el deje de Duggi:

-Es que lo inventó un inglés.

Es un invento mejorado por las multinacionales del deporte por televisión. Ahí se conjugan minutos publicitarios, retransmisiones transoceánicas, derechos de imagen… Multitud de circunstancias que hacen que sea un deporte tan repetitivo como cansino. Juegan hoy y pierden, juegan la semana que vienen y ganan… Juegan bien, juegan fatal, y son los mismos jugadores. ¿Cómo me explicas este misterio?, Carmelo.

Carmelo me respondió:

-¡Y yo qué sé! ¡Yo no tengo ni puta idea de fútbol.

No haberle preguntado y haber simulado que yo sí sabía.

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